La ciudad de Ruili, al suroeste de China, es pequeña, remota y prácticamente desconocida en el ámbito internacional. También es, en lo que respecta al coronavirus, tal vez el lugar más regulado del planeta.

Durante el año pasado, la ciudad ha estado en confinamiento en cuatro ocasiones, una de las cuales duró 26 días. Las viviendas en un distrito entero fueron desalojadas de manera indefinida para crear una “zona de amortiguamiento” contra casos importados. Las escuelas han estado cerradas durante meses, excepto algunos grados (pero solo si esos estudiantes y sus maestros no salen del campus).

Muchos habitantes, incluyendo a Liu Bin, de 59 años, han pasado meses sin ingresos, en una ciudad que depende en gran medida del turismo y el comercio con la vecina Myanmar. Liu, quien administraba una empresa de servicios aduanales antes de que el movimiento transfronterizo en esencia se detuviera, estima que ha perdido más de 150 mil dólares. Le hacen pruebas casi cada día. Ha pedido prestado dinero a su yerno para comprar cigarrillos.

“¿Por qué tengo que estar oprimido de esta manera? Mi vida también es importante”, mencionó. “He seguido con atención las medidas de control epidémico. ¿Qué más tenemos que hacer las personas normales para cumplir con los estándares?”.

ERRADICACIÓN TOTAL

A medida que el resto del mundo cambia a una estrategia de convivencia con el coronavirus, China ha permanecido como el último país en buscar su erradicación total, en general con éxito. Ha registrado menos de 5 mil muertes relacionadas con el coronavirus y, en partes del país, donde no hay casos confirmados, el brote es como un recuerdo borroso.

No obstante, los residentes de Ruili —una ciudad exuberante y subtropical de alrededor de 270 mil habitantes antes de la pandemia— enfrentan la dura y extrema realidad de vivir con una política de “Cero Covid” cuando se detecta apenas un solo caso.

Mientras que otras ciudades chinas han sido confinadas para controlar rebrotes, esas restricciones a menudo han estado limitadas a ciertos barrios o fueron relajadas tras algunas semanas. Sin embargo, en Ruili, el año pasado transcurrió en medio de una parálisis extendida con personas confinadas en complejos residenciales durante periodos de varias semanas. Incluso durante los intervalos entre confinamientos oficiales, los residentes no han tenido permitido cenar dentro de los restaurantes. Muchos negocios permanecieron cerrados.

Solo los estudiantes de primer y segundo grado de bachillerato, así como los del tercero de secundaria han tenido permitido reanudar las clases presenciales (si viven en el campus). Los salones de clases han sido convertidos en dormitorios. Dado que los estudiantes siempre están ahí, también tienen clases los fines de semana.

Un conductor de una aplicación de viajes privados les dijo a los medios estatales que se había realizado 90 pruebas contra Covid-19 durante los últimos siete meses. Otro padre mencionó que a su hijo de 1 año le habían hecho pruebas en 74 ocasiones.

Decenas de miles de residentes han abandonado la ciudad durante los lapsos entre confinamientos para irse a vivir a cualquier otro punto de China; los funcionarios reconocieron en fechas recientes que la población se había reducido a unas 200 mil personas. Para controlar el flujo de salida, las autoridades ahora exigen a las personas pagar por hasta 21 días de cuarentena previa a la partida.

Como muestra de la desesperación que muchos residentes sienten, un ex Vicealcalde de Ruili escribió una publicación en un blog el mes pasado titulada “Ruili necesita la atención de la patria” (una estrategia audaz en un país en el que los funcionarios casi nunca se salen de la línea marcada por el Gobierno).

Cada vez que la ciudad entra en confinamiento es otra instancia de graves pérdidas emocionales y materiales. Cada experiencia de combate al virus es una nueva acumulación de agravios”.

CINCO CONTAGIOS

Ruili solo reportó cinco casos sintomáticos transmitidos de manera local durante el mes pasado. Más del 96 por ciento de los residentes de la ciudad y su área circundante han sido vacunados, según medios del Estado. Ningún caso ha sido rastreado a personas que han salido de Ruili hacia cualquier destino de China.

Aun así, los funcionarios insisten en que hay pocas maneras de hacer ajustes.

“Si la epidemia de Ruili no llega a cero, habrá riesgo de transmisión hacia afuera”, dijo el Actual vicealcalde, Yang Mou, en una conferencia de prensa el 29 de octubre.

Jin Dongyan, un virólogo en la Universidad de Hong Kong, dijo que Ruili personifica el enfoque obstinado del Gobierno chino ante la pandemia. Desde que el brote comenzó, dijo, ha desplegado las mismas tácticas de confinamiento y pruebas masivas, sin considerar otros métodos quizá menos onerosos.

“Piensan que es la única forma en la que pueden tener éxito, pero ese no es en realidad el caso”, expresó. “La situación evoluciona con rapidez. Ahora, en realidad es muy diferente a 2020”.

En las últimas semanas, otras regiones han vuelto a imponer restricciones a medida que un nuevo brote vinculado al turismo nacional infectó a más de 700 personas. Alrededor de 10 mil turistas quedaron varados en Mongolia Interior después de que se detectaron casos ahí. Alrededor de 30 mil visitantes a Shanghái Disneyland pasaron horas esperando para que les realizaran la prueba hace una semana antes de que pudieran salir del parque. Partes de Pekín están en confinamiento y muchos trenes y vuelos que estaban por llegar han sido cancelados.

Un condado en la provincia oriental de Jiangxi anunció que todos los semáforos cambiarían a rojo para evitar los viajes innecesarios (después se retractó).

Ruili es vulnerable de una manera única tanto al virus como a los efectos del confinamiento.

Ubicada en un rincón de la provincia de Yunnan, comparte más de 160 kilómetros de frontera con Myanmar, lo que atrae a turistas y comerciantes. En 2019, se registraron casi 17 millones de cruces de personas en su punto de revisión fronterizo, según estadísticas oficiales.

Cuando China cerró el país, el comercio y el turismo estuvieron a punto de colapsar. Sin embargo, las fronteras de Ruili no cerraron por completo, lo que generó temores de casos importados. Además, el golpe de Estado en Myanmar de este año llevó a algunas personas a buscar refugio en Ruili, de manera legal o ilegal. Algunos residentes han tenido que esquivar balas perdidas del conflicto del otro lado de la frontera, según reportes de los medios chinos.

'CALLEJÓN SIN SALIDA'

La remota ubicación de la ciudad y su pequeño tamaño también significan que muchos chinos no sabían sobre la situación prolongada de los residentes.

No obstante, el 28 de octubre, Dai, el ex vicealcalde, hizo la publicación en su blog.

“La pandemia ha devastado sin piedad esta ciudad una y otra vez, arrancando su último rastro de vida”, escribió Dai, quien ahora vive en Pekín. “El confinamiento a largo plazo ha llevado el desarrollo de esta ciudad a un callejón sin salida. Reiniciar la producción y las operaciones de los negocios necesarios parece extremadamente urgente”.

La publicación se volvió viral. Dos etiquetas sobre la carta de Dai han sido vistas 300 millones de veces en Weibo. Dai declinó hacer más comentarios.

Personas que dijeron ser residentes de Ruili también publicaron sus historias en las redes sociales, que fueron ampliamente compartidas.

Describieron la imposibilidad de visitar a familiares enfermos o se filmaron conduciendo por calles desiertas, con una fila tras otra de tiendas y restaurantes cerrados. Algunos habitantes, que no tuvieron la suerte de ser enviados a la cuarentena centralizada, publicaron imágenes de cobertizos destartalados y pisos inundados.

EFECTOS EN LA ECONOMÍA

El confinamiento ha tenido otros efectos más inesperados. El Gobierno prohibió que los residentes emitieran en directo sobre la industria local del jade para limitar los pedidos de gemas y el movimiento de los repartidores.

En medio de la avalancha de atención nacional, los funcionarios de Ruili desestimaron las preocupaciones como exageradas. Mao Xiao, secretario del Partido Comunista de Ruili, declaró a los medios de comunicación estatales que “hasta el momento, no se necesita” ayuda adicional. El día previo, él había advertido contra “criminales” que afirmó usarían “la opinión pública e información falsa para quebrantar el orden social”.

Aun así, los funcionarios prometieron mejorar las condiciones de cuarentena y el apoyo financiero para los residentes de escasos recursos, a través de subsidios, dotaciones de arroz y otros productos básicos, así como condonaciones del pago de la renta para algunas compañías. También prometieron incrementar el número de habitaciones de hotel disponibles para que hagan cuarentena aquellos que buscan salir de Ruili.

Es probable que estas medidas sirvan de poco para personas como Li, un comerciante de jade de unos 50 años que pidió ser identificado solo por su apellido por miedo a las represalias. (La Policía de Ruili ha amonestado a algunas personas por protestar contra las condiciones del confinamiento).

A principios de este año, Li y un grupo de inversores reunieron unos 3 millones de dólares para un mercado de jade en Ruili, que esperaban abrir en mayo. En lugar de ello, el local se ha quedado vacío, aunque han seguido pagando el alquiler. No ha oído hablar de ayudas del gobierno.

Al principio, su empresa empleaba a unas 50 personas. ¿Y ahora? “Solo nos atrevemos a mantener a una persona, para vigilar la puerta”, dijo. “¿Qué se puede hacer? No podemos pagarles”.

El costo de la vida diaria se ha disparado. Un kilo de bok choy solía costar menos de 6 renminbi, lo que no llegaba a un dólar, dijo Li; ahora el precio subió a 8 o 10 renminbi.

“La gente común”, suspiró, “no tiene cómo vivir”.