Desde antes de que surgieran las primeras vacunas contra el Covid-19, la desinformación se presentó como un reto mundial que ha alimentado la desconfianza del público y contribuido a socavar las campañas de inmunización.

El principal mecanismo de la desinformación es exagerar los efectos secundarios o incluso inventarlos para hacer creer a la gente que las vacunas son más peligrosas que el Covid-19.

A continuación algunos ejemplos de cómo se ha presentado el fenómeno a nivel mundial:

EXAGERAN EFECTOS SECUNDARIOS

Como cualquier producto sanitario, las vacunas contra el Covid pueden tener efectos secundarios, pero innumerables publicaciones en las redes sociales exageran su número y su gravedad.

A menudo se utiliza el mismo procedimiento: utilizar indebidamente las cifras para asustar a la gente, como hizo recientemente la diputada francesa Martine Wonner.

Wonner citó las cifras del sistema estadounidense VAERS, que registra cada vez que alguien señala un posible efecto secundario relacionado con las vacunas. Pero estos datos no indican ninguna relación entre causa y efecto: pueden “contener información incompleta, inexacta, incidental o no verificable”, advierte el propio VAERS en su web.

En la mayoría de países, cualquier ciudadano o trabajador sanitario puede reportar un posible efecto secundario, pero son las autoridades sanitarias las que deben determinar si las vacunas son las culpables.

Solo en poquísimos casos, sobre un total de miles de millones de dosis inyectadas, las autoridades sanitarias consideraron posible una relación causal entre una vacuna y un problema de salud, como miocarditis, pericarditis o trombosis atípica.

Pero la relación beneficio/riesgo sigue siendo por mucho favorable a las vacunas.

¿CAUSAN ESTERILIDAD O SIDA?

La teoría de que las vacunas debilitan o incluso destruyen el sistema inmunitario es un argumento clásico de los antivacunas que volvió a aparecer durante la pandemia.

A principios de enero, algunas publicaciones llegaron a afirmar, sin ningún fundamento científico, que “las personas totalmente vacunadas desarrollarán el SIDA”.

Sin embargo, la comunidad científica ha negado en repetidas ocasiones esta afirmación: al contrario, las vacunas se utilizan para reforzar el sistema inmunitario de modo que el organismo pueda combatir rápida y eficazmente los agentes patógenos, en este caso el Sars-CoV-2, el virus responsable del Covid-19.

Otra información falsa recurrente es que las inyecciones “te hacen estéril”. Expertos de todo el mundo han explicado que esta idea no se basa en ningún dato científico y que no hay nada en la vacuna que pueda provocar esterilidad.

La teoría de que las vacunas de ARN mensajero, como las de Pfizer y Moderna, cambian el ADN es otro de los “grandes éxitos” de la desinformación antivacunas. Pero esto es totalmente imposible, entre otras razones porque el ARN mensajero de la vacuna no llega al núcleo de la célula, donde se encuentra el ADN.

Algunas publicaciones también aseguraban que con las vacunas contra Covid-19 se buscaba inyectar chips 5G para poder mantener bajo vigilancia a los inoculados. Esto es imposible y una falsedad

SÍ, MUCHOS VACUNADOS SE CONTAGIAN

Las estadísticas sobre los vacunados, los infectados y los hospitalizados se distorsionan regularmente o se descontextualizan para afirmar que las vacunas son inútiles.

Muchos internautas sostienen por ejemplo, basándose en cifras oficiales, que en Francia hay más infectados vacunados que no vacunados en números absolutos.

Pero esto no demuestra que las vacunas sean inútiles.

Independientemente de las estadísticas, hay que tener en cuenta que en Francia más de tres cuartas partes de la población está vacunada, e incluso más en determinados grupos de edad.

Al mismo tiempo, como se sabe desde el lanzamiento de las vacunas, éstas no evitan totalmente la infección y la transmisión del virus. Por lo tanto es matemáticamente inevitable que la proporción de personas vacunadas sea muy alta entre los infectados.

En un ejemplo teórico, si el 100 por ciento de una población está vacunada, el 100 por ciento de los infectados o incluso hospitalizados, aunque sean pocos, también estarán vacunados.

Esto no aporta ninguna información ni buena ni mala sobre la vacuna. Se trata de un cálculo bien conocido por los estadistas, llamado “paradoja de Simpson”. Por lo tanto, es necesario razonar en términos de grupos de población iguales y no en números absolutos.