A decir de sus seres queridos, María Eugenia Loeza Tovar le dio honor al significado de su nombre: “bien nacida”, pues creó su mundo ideal lleno de belleza y fantasía con la capacidad de ver la magia en la creación de las cosas.

Nació el 8 de enero de 1938, siendo la tercera hija del matrimonio entre Enrique M. Loaeza y Dolores Tovar, quienes procrearon a Dolores (q.e.p.d.), Antonia (q.e.p.d.), Natalia, Enriqueta, Enrique (q.e.p.d.), Guadalupe, Soledad y María de la Luz (q.e.p.d.).

Las hermanas Kiki, Guadalupe y Natalia Loaeza acompañaron a Eugenia en su boda en Notre Dame, París.
"Fui amiga de Eugenia por casi 40 años, así surgió una amistad muy amena entre nosotras. Mujer muy evolucionada, vital y creativa. ‘Ésta es una despedida detrás de la ausencia’, verso de Pablo Neruda”.
VIVIANA CORCUERA,
amiga

Se graduó de la carrera Trilingual Secretary and Public Relations en Graham’s Business College en 1963.

Trabajó en las Naciones Unidas, donde se encargaba de la recepción de los delegados, invitados y cuerpo diplomático, así como en las relaciones públicas de SEDUVI y la jefatura de Gobierno de la CDMX; después de 12 años decidió pensionarse y trabajar independientemente en su rama.

Se casó con Philippe Manhes, con quien procreó a Olivia e Isabelle.

En 2003, con la entonces Embajadora de Italia en México, Yen Tempesta, durante el aniversario 227 de Estados Unidos en la residencia de Tony Garza.
Con Ramón Martín del Campo, su pareja por más de una década.

Su última pareja fue Ramón Martín del Campo, con quien duró más de 10 años.

En voz de sus dos hijas, sus más grandes logros fueron acompañados por su impulso  de viajar y conocer el mundo, posibilidad que le dio la oportunidad de aprender y compartir dónde y con quién ir y de qué hablar, y cultivar relaciones en todo el mundo.

Uno de sus más grandes tesoros, afirman, era su casa ubicada en Polanco, la cual montó con finos acabados y la combinó con técnicas ancestrales.

Su frase favorita era: “de mi cuenta corre” y era reconocida por ser una gran anfitriona que hacía sentir a sus invitados como en casa. Descanse en paz.

Bella, elegante, diplomática y amiguera son los adjetivos con los que la describen sus seres queridos.
Sus dos hijas, Olivia Manhes, la mayor, e Isabelle, la menor.

De puño y letra

“Un día, mi padre le dijo bromeando a Eugenia, que ella era de mucho mejor familia que sus hermanas. Le encantó la idea; se lo tomó tan en serio que sin querer ‘snobeaba, sobre todo, cuando teníamos comportamientos que no embonaban con sus parámetros de ‘savoir faire’. De adolescente si algo le admiraba a Eugenia, era el chic que tenía para arreglarse. Entonces, nada me gustaba más que ponerme, a escondidas, su ropa. Cuando se iba de weekend, ya sea a Morelia o a Acapulco, con la ayuda de un gancho abría su clóset cerrado con llave; enseguida, sacaba uno de sus tantos suéteres de cashmere, una mascada de seda y uno de sus collares de perlas de tres hilos. Para el domingo en la noche, todo estaba de regreso tal y como lo había dejado: en el mismo lugar y doblado con los mismos pliegues. Thank God, nunca me descubrió. Sin duda, de todas era la que mejor gusto ha tenido; sin hipérbole, digamos que su casa podría ser fotografiada, a cualquier hora del día, por cualquier fotógrafo de la revista Architectural Digest. Eugenia me enseñó muchas cosas, como los secretos de una decoración refinada y no cara; a comprar como rica, para que durara como pobre; a comer correctamente una alcachofa; a distinguir entre un excelente vino y uno barato. Me enseñó que en la vida hay que saber ser audaces y perseverantes. Me enseñó el orden y la puntualidad (aunque de esto me falte mucho por aprender). Que la ternura abre muchas puertas y, sobre todo, a no ser reconcorosa. Mi hermana, Eugenia, es tan vital y luchona que era capaz de subir al Popo en una mañana, ir a visitar a un amigo en la cárcel y estar justo a tiempo en su casa para recibir a 12 personas que seguramente cenarán un delicioso canard à l’orange, un riquísimo arroz salvaje y una mousse de zapote prieto para chuparse los dedos. Cada vez que la veo, se me viene al espíritu una expresión que la pinta de cuerpo entero: ‘genio y figura hasta la sepultura’. Sin duda, Eugenia, mi hermana, nunca dejará de maravillarme por ser tan ella y tan imprevisible a la vez”.