De un innegable origen común, las literaturas rusa y ucraniana se han bifurcado a través de los años por cuestiones ideológicas y estéticas, sin que por ello haya cesado el diálogo entre ellas.

   Así, mientras la histórica tensión geopolítica suma nuevos capítulos bélicos, en el ámbito literario la disputa se ha librado, por ejemplo, con autores como Nikolái Gógol o Antón Chéjov, que ambos países reclaman como parte de sus letras, refiere el traductor y editor Alfredo Hermosillo.

   Sin embargo, contrasta, tales escritores se asumieron como parte de una misma nación.

   “Cuando nace Chéjov en Taganrog, que fue parte de Ucrania, ya es Rusia, y tanto ucranianos como rusos lo decían suyo”, expone en entrevista el también director de la Cátedra Nikolái Gógol de Literatura Rusa y profesor de la Universidad de Guadalajara.

Antón Chéjov, nació en Taganrog, Rusia. Imagen tomada de www.britannica.com.

 

   “Gógol, en su primera etapa, que es la del período ucraniano —constituido por Las veladas de Dikanka y Mírgorod, publicado en mi traducción como El carrito y otros cuentos ucranianos—, narra la vida popular en Ucrania, escribe muchas palabras en ucraniano y recrea todo el folclor eslavo. Pero en ese momento Ucrania era parte del Imperio Ruso”.   

Nikolái Gógol nació en Sorochintsy, cerca de Poltava, Ucrania. Imagen tomada de www.britannica.com.

   Se le considera ruso, remarca Hermosillo, por el hecho de escribir en esa lengua. Justo como sucede con la Nobel de Literatura Svetlana Alexiévich, que en realidad es bielorrusa.

   “Gógol, para mí, es tanto ucraniano como ruso, por supuesto, igual que Mijaíl Bulgákov, que Arkadi Avérchenko o que Svetlana”, enfatiza quien, como traductor ha publicado, entre otras obras, Humor para imbéciles (2010) y El mexicano (2016), de Avérchenko, o las ediciones críticas de Almas muertas (2015) y Cuentos de San Petersburgo (2017), de Gógol.

   

"El carrito y otros cuentos", traducción de Alfredo Hermosillo. Imagen tomada de www.gaceta.udg.mx.

   Por su parte, la poeta y traductora uzbeka Alina Dadaeva, cuya lengua materna es el ruso, concuerda con el origen común de ambas tradiciones literarias.

   “Hoy en día, y creo que desde, más o menos, el siglo 19, sí son tradiciones separadas. Sin embargo, hubo tiempo en la historia cuando en esas literaturas había mucha más relación”, reflexiona en entrevista.

   No obstante, señala que la complejidad de la relación entre ambas tiene que ver con que, desde Rusia, históricamente se buscó menoscabar a la lengua ucraniana como un dialecto, negándole el estatus de un idioma.

   “Por otro lado, algunos académicos muy respetados, también de Rusia, no sólo de Ucrania, dicen que es una mentira política, que son dos, o más bien tres, idiomas —porque ahí también está la cuestión de la lengua bielorrusa— que surgieron a partir del ruso antiguo, que no tiene nada que ver con el ruso contemporáneo”, dice Dadaeva sobre una postura que ella misma comparte.

    “En cuanto a la literatura, más o menos desde el siglo 16 ya habían obras escritas en ucraniano; también la gramática, que buscaba fundamentar el idioma, porque una cosa es el idioma del habla popular y otra cosa es el idioma literario”, agrega.

UNA LENGUA OBLIGADA

María del Mar Gámiz enmarca ese menoscabo por parte de Rusia hacia la lengua ucraniana como parte de una política lingüística imperialista que, desde los tiempos de los zares y hasta la extinta Unión Soviética, buscaba imponerse o asimilar a las otras lenguas. Y para ilustrarlo se remonta a varios siglos atrás.

   Como versa el refrán popular sobre el origen de la cultura rusa: “Moscú es el corazón; San Petersburgo, su cabeza, y Kiev (actual capital de Ucrania), la madre”, enuncia en entrevista la también traductora. Mas, en el siglo 16, Moscú pasó a ser la capital de la Rusia imperial, a partir de lo cual se empieza a llamar “Pequeña Rusia” a la región de quienes le eran más próximos étnica y lingüísticamente entre todo el grupo cultural hermanado de los pueblos eslavos.

   “Desde entonces se ve a los ucranianos y a los bielorrusos como los hermanos menores de los rusos. Hay una especie de visión paternalista o superior respecto a ellos”, indica Gámiz, tesorera de la Asociación Mexicana de Traductores Literarios (Ametli) y traductora de autores como Vladimir Korolenko, Ósip Mandelshtam, Boris Pilniak y Aleksandr Bek.

   No es fortuita, pues, la histórica empresa de los ucranianos por ver reconocida su independencia, entre disputas constantes por defender el territorio de Crimea, así como por la libertad para escribir e imprimir obras en su propia lengua. Algo que, desde los tiempos de Catalina la Grande y durante casi todo el siglo 19, les estuvo prohibido.

"La zarina Catalina II", óleo de Fedor Rokotoff, colección Museo Nacional del Prado. Imagen tomada de www.museodelprado.es.

   “Si los literatos querían tener una carrera como escritores tenían que irse a las ciudades centrales, a las ciudades del Imperio, que estuvieron variando entre Moscú y San Petersburgo”, apunta Gámiz, quien vuelve al caso de Gógol, curiosamente exaltado por el presidente ruso Vladimir Putin como un patriota y como “padre de las letras rusas”, siendo completamente ucraniano.

   “En efecto, sí puede llamarse (a Gógol) alguien cuya obra es indispensable para la formación de la cultura rusa, pero es muy curioso cómo él se tiene que ir desde la soleada Ucrania, desde el clima más amable y alegre, hasta la sombría y fría San Petersburgo para escribir”, añade la traductora.

   Tal como lo explica ella, una de las grandes aportaciones del autor a la cultura rusa es precisamente la introducción del folclor, considerado para aquella literatura como lo auténticamente ruso, en un tiempo en el que la aristocracia se había distanciado a tal grado del pueblo que los hijos de los nobles crecían hablando francés.

   “Pero resulta que ese folclor que estaba recuperando y mostrando era un folclor ucraniano. Y cuando Gógol escribe en ruso sus Almas muertas o sus grandes críticas, sus grandes sátiras a la población, a los rusos es a los que deja peor parados, mientras que sus personajes ucranianos son menos desagradables.

   “Podríamos decir que Gógol puede ser uno de estos representantes de una no sé si lucha, pero sí necesidad de inclusión o de separación de lo ucraniano de lo ruso, pero de esta manera en la que los escritores ucranianos se vieron obligados a escribir en ruso si querían ser publicados, si querían vivir de ello. Así de fácil”, recalca Gámiz.

   Y así como Gógol, prosigue, el panteón de los grandes escritores rusos está repleto de personalidades étnicamente originarias de Ucrania, como es el caso de Korolenko o Isaak Bábel, con sus famosos Cuentos de Odesa, o la gran poeta Anna Ajmátova.

La poeta Anna Ajmátova.

   A su vez, Dadaeva enlista entre las grandes figuras tempranas del pensamiento ucraniano que han sido de gran influencia para el ruso a Feofán Prokopóvich, teólogo, filósofo, escritor y jerarca de la Iglesia Ortodoxa nacido en Kiev, quien fue autor de un arte poética y un arte retórica que son de gran relevancia.

   “Sus obras también influyeron mucho a un escritor sumamente famoso del siglo 18, ruso, que es Antioj Kantemir, que escribió mucha sátira, pero esta sátira, en muchas ocasiones, era prácticamente paráfrasis de las obras de este filósofo, Prokopóvich”, relata quien ha impartido cursos en el Centro Vlady de la UACM sobre el Siglo de Oro y el Siglo de Plata de la literatura rusa.

   

Feofán Prokopóvich, teólogo, filósofo, escritor y jerarca de la Iglesia Ortodoxa. Imagen tomada de www.encyclopediaofukraine.com.

   Otro autor importante, continúa, es el filósofo Grigori Skovorodá, de ascendencia cosaca, que escribió tanto en ucraniano como en ruso y cuyo pensamiento es igualmente influyente en ambos países.

   Y ningún recuento de la literatura ucraniana estaría completo sin mencionar al poeta Tarás Shevchenko, fundador del idioma literario ucraniano tal como lo conocemos hoy en día, define Dadaeva; “era un poeta nacional, equiparable con Alexander Pushkin en Rusia, que también se considera como fundador de la lengua literaria rusa”.

   Y Shevchenko también escribía en ruso, aunque nunca lo leyeron tanto en Rusia como en Ucrania, pero igual es una figura muy importante, abunda.

   Finalmente, Gámiz hace hincapié en el caso de Vladimir Dal, a quien también ha traducido, que además de marino, médico y oftalmólogo —el primero en operar cataratas en Rusia—, fue la primera persona en el siglo 19 en escribir el primer diccionario de la gran lengua rusa viva.

   Esta figura central para el desarrollo de la lengua, considerado por el importante crítico literario de la época, Visarión Belinski, como el gran maestro del cuento ruso sólo detrás de Gógol, fue una especie de activista en San Petersburgo para que se permitiera a los ucranianos escribir en su lengua y se les imprimiera.

   “La disidencia o la afirmación de su ucranianidad, de su nacionalidad ucraniana por parte de estos autores que son más conocidos como escritores rusos porque escribieron en ruso, sí se dio. Pero es algo que casi no conocemos porque ha ganado la visión asimilacionista, la fuerza centrífuga del ruso”, sostiene.

OPORTUNIDAD PARA LAS LETRAS

Con todo lo terrible que ha acarreado, una de las consecuencias del conflicto armado actual entre Rusia y Ucrania podría ser que nuevos autores del país invadido puedan ser traducidos al español.

   “Como siempre sucede, los medios literarios siempre buscan un motivo, y ese motivo tan pesado, sin embargo, va a dar ciertos frutos, como es la traducción de autores ucranianos. Entonces, es una cuestión para gente que realmente está interesada en rastrear los medios culturales literarios como esas revistas”, estima Dadaeva.

   A decir suyo, dos poetas contemporáneos de Ucrania que sirven para acercarse a esa literatura son Serhiy Zhadan y Ostap Slivinski, el primero muy social, con el ojo puesto en los tiempos de guerra iniciados por la Revolución Naranja de 2004, y el segundo más en la línea de la poesía oscura y hermética de Europa.

El poeta Serhiy Zhadan. Imagen tomada de www.poetryfoundation.org
La Premio Nobel de Literatura Svetlana Alexiévich. Imagen tomada de www.hayfestival.com.

   “Me gustaría, ahora que se genera esta consciencia, la traducción de más autores directamente del ucraniano. Que esto redundara en una mayor visibilidad de los autores en ucraniano”, coincide, por su parte, Gámiz.

   “Que se traduzcan más a otras lenguas, es lo único que podría desear y pensar que esté sucediendo”, confía quien, suspicaz ante los discursos oficialistas, recomienda aproximarse al conflicto a través de obras como Hambruna roja: La guerra de Stalin contra Ucrania, de Anne Applebaum, o El futuro es historia: Rusia y el regreso del totalitarismo, de Masha Gessen.

   Para una mirada histórica, la literatura de Avérchenko permite entender el momento previo a la Revolución de 1917, mientras que la de Bulgákov, el periodo que integró en la Unión Soviética a ambas naciones, detalla Hermosillo, quien cierra sus recomendaciones con Alexiévich, “para que nos recuerde que ninguna guerra es gloriosa y ninguna guerra está justificada”.

   “El dolor que provoca no puede ser justificado de ninguna manera”, sostiene el traductor, rechazando, a su vez, sin posicionarse a favor del Gobierno ruso ni de su contraparte, la actual acometida militar en Ucrania. “Nos duele que sea un conflicto armado más. Sé del dolor para muchas familias”.

   “Ahorita está empezando una crisis muy fuerte”, advierte Gámiz.

   “Así los misiles se dejen de tirar en la próxima semana, las consecuencias de este conflicto para los rusos, no solamente para los ucranianos, polacos, bielorrusos, sino también para los rusos, van a ser largas y pesadas. Viene una crisis económica durísima, y eso es muy lamentable”.