La década de los 90 marcó la historia del Club Atlas.

No solo en la cancha, donde el equipo entonces comandado por Ricardo Antonio La Volpe parecía sacudirse una mala racha de casi 50 años años sin obtener un título, si no también en la tribuna.

Para cuando el Atlas disputó aquella Final del Torneo Verano 1999, con esa alineación de los Niños Héroes, —como les llamaban a los jóvenes y brillantes jugadores de la Cantera del equipo y razón por la que se celebran las victorias en la glorieta que conmemora la Batalla de Chapultepec— ahí estaba en la tribuna La Barra 51, un grupo que apenas un año antes había nacido por puro amor al equipo.

Entre porras aprendidas, canciones argentinas y la experiencia de las barras de otras ciudades, como la del Pachuca, con la Ultra Tuza; o el Toluca, con la Perra Brava, la Barra 51 nació con impulso de la directiva del Atlas de ese entonces.

 Allí estuvieron en ese 3 de junio en el juego de ida contra el Toluca en el Estadio Jalisco, la conformaban sobre todo jóvenes, provenientes de barrios populares con una manta rojinegra legendaria: “Cuarenta y ocho años no son nada”, según cuenta Alejandro Aquino en su libro Deshojando Margaritas. Historias Rojinegras, publicado en 2020.

“Se reunieron en la Colonia Altamira y por medio de cooperación confeccionaron una manta que decía: ‘mi vida por una copa’. Llamaron la atención no solo de La Volpe, sino del estadio entero porque cantaron de pie durante todo el partido. El nombre que identificó la nueva expresión de aliento en el Estadio Jalisco fue 51, el año del único título de la liga (hasta ese momento)”, recuerda Aquino en su texto.

Según el autor tapatío, las primeras tonadas que cantó la barra son las que se conservan hoy todavía, inspiradas en las barras de Sudamérica (donde inició esta tradición futbolera), pero adaptadas y muy similares a las que cantan otros grupos de aficionados en el País.

Luego fueron adaptando sus propias versiones de canciones mexicanas del Tri o de Joan Sebastian, como la llamada “Te amo”.

BARRA CANTORA

El doctor Bernardo Masini, experto en Historia Moderna y Contemporánea y profesor del Departamento de Estudios Socioculturales del ITESO, estudió a la Barra 51 para su investigación de licenciatura, hace más de 20 años.

Dice que no le va al Atlas, sino a los atlistas.

En ese primer estudio, Masini hizo un análisis de discurso de los símbolos que usaba la 51 introduciéndose en sus dinámicas antes y después de los partidos en un bar llamado La Murga, a donde se iban a celebrar algunos barristas.

“Yo iba al estadio, los oía cantar, los veía brincar y me parecía algo totalmente novedoso”, recuerda.

Masini intenta en su estudio mostrar la cara completa de las barras, que si bien en partidos importantes podía reunir entre 2 mil y 3 mil personas, sus artífices estaban en un grupo pequeño de entre 70 miembros.

“Esas 70 personas eran los que se podían llamar barristas y a los que sí se les podría adjudicar todo lo que se dice, para bien y para mal, de ellos, sobre todo en esa especie de campaña mediática que hubo hace un tiempo de vincular a las barras con la violencia”.

El investigador vio momentos hermosos y otros difíciles para el conjunto durante su investigación.

“De entre los grupos de animación la 51 destaca mucho más que cualquier barra promedio del futbol mexicano, es vistosa, es cantadora, es propositiva, ese Atlas de (Ricardo) La Volpe terminó con los años, volvió a las andadas de su mediocridad de toda la vida, pero la Barra 51 seguía siendo vistosa y eso les daba mucha autoestima a sus integrantes, en una especie de desquite en que el barrista asumía que si su equipo no le daba satisfacciones, se las podía asegurar él mismo con su participación en las tribunas”.

También vio a los grupos que con actitudes más violentas iban a procurar enfrentamientos con la barra rival.

Sus mantas, lo que los caracterizaba más que los cantos, fueron creciendo en tamaño y se hicieron expertos en trofeos: los que no les daba el futbol se los robaban a las barras contrarias en forma de escudos, camisetas, mantas o “trapos” de sus equipos que presumían en otros juegos.

El doctor Masini no vio en ese tiempo, cuando se originó, que las barras estuvieran infiltradas por grupos de delincuencia organizada, como se ha llegado a señalar y haciendo referencia a los hecho ocurridos el 5 de marzo en el estadio La Corregidora en Querétaro, cuando barristas de “Los Gallos” atacaron a aficionados y barristas del Atlas.

Para el investigador, los comúnes denominadores para que alguien decida formar parte de una barra siguen estando vigentes: desigualdad social, desempleo, pocas opciones de desarrollo en la juventud, entre otros.

“Muchas frustraciones de la vida diaria en el partido las barras lo pueden sacar. Además, el barrismo abrió la posibilidad al espectador de ser protagonista del espectáculo”.

Cuando el Atlas ganó el título del torneo Apertura 2021, el segundo en su historia y luego de 70 años del primero, los aficionados celebraron con los jugadores como nunca. Fue una fiesta larga, de días, una que muchos nunca olvidarán.

La Glorieta de los Niños Héroes, esa noche del 12 de diciembre, se pintó rojinegra celebrando una victoria que merecían, sin percances de violencia.

En su libro, Aquino dice que el conjunto le dio una bocanada de aire fresco y de juventud a la forma en que se disfrutaba el futbol en Jalisco. Luego, detalla, el conjunto original de jóvenes se diversificó y creció de tal manera que a veces era imposible controlarlo.

Actualmente prácticamente todos los fundadores de la Barra 51 ya están desvinculados de la agrupación.

Sin embargo y pese a todo, en su origen, la Barra 51 nació a partir del amor incondicional que le tiene la Fiel al Atlas.

Tras los hechos del partido en La Corregidora, varios expertos han sugerido erradicar a las barras de las tribunas, aunque esta no es la primera vez que esto se ha puesto sobre la mesa, pues escenas violentas entre las barras son constantes. 

Bernardo Masini asevera que antes de un análisis profundo es necesario que las autoridades competentes emitan una versión oficial de los hechos. Una cronología de lo que pasó minuto a minuto.

“Aproximadamente desde 1996 existen barras en México y las autoridades han sido “medianamente” capaces de contener la violencia que se suscita en los partidos”, dice Masini.

“Probablemente no necesitamos eliminar o prohibir a las barras como algunas miradas muy puritanas han sugerido”, advierte.

INICIO DE LA TRAVESÍA

El primer viaje que realizó la Barra 51 fue el 2 de mayo de 1998, rentaron un autobús para dirigirse a la Ciudad de México para presenciar la Semifinal contra el Necaxa, en el torneo de Verano.

“Los muchachos, a pesar del marcador adverso (2-1 en contra), no dejaron de animar y al día siguiente la prensa replicó su participación, sobre todo por la originalidad de sus mantas: ‘no importa si muero, si el infierno es rojinegro; jefe Lavolpe, estamos contigo'”, documenta Aquino en el libro.

Poco a poco se integraron más aficionados de barrios de la Zona Metropolitana de Guadalajara, como la Tuzanía, “La Consti” y Talpita.

La barra viajó y viaja todavía, a los partidos importantes, incluso hizo presencia en un partido que disputó el Atlas en la Copa Libertadores de América en el año 2000, en el Estadio Monumental de River.

Aquino cuenta en su anécdota que aquel duelo quedó marcado en la memoria de los muchachos de la Barra 51.

“Solo fueron interrumpidos constantemente por un mexicano de bigote tupido que de pronto apareció en la tribuna declarando que no solo amaba al Atlas, si no que en un futuro compraría el club. Se trataba de Jorge Vergara Madrigal. Fiel a su palabra, intentó adquirir a los Rojinegros, primero por medio de patrocinios en la camiseta del equipo; después abordando a los socios del Atlas que desestimaron la oferta”, explica en el libro.

Luego Vergara, como es sabido, compró al archirrival: las Chivas.

Información: Alejandra Carrillo Fotos: Archivo MURAL.