“Los valientes no asesinan” es quizá una de las frases de la historia de México.    

Es del tiempo de la Reforma que impulsó Benito Juárez como político y, luego, Presidente de México que se opuso a la reelección y compuso una Constitución pionera para el resto de la historia.             

Esa frase, la de los valientes, es atribuída a Guillermo Prieto y tuvo lugar en un episodio que casi termina en tragedia en Guadalajara.  

De hecho, el dicho está inscrito en bronce en el Palacio de Gobierno, al centro de la Ciudad y conmemora uno de los pasos que dio Juárez en Guadalajara durante su trayecto de reconstrucción del País. Del que más hay registros históricos.          

CONTEXTO 

Después de una carrera política efervescente y polémica, sobre todo por sus oposiciones al clero en el Estado, la innovación en la agricultura y la reorganización de los poderes en el margen de una Guerra contra Estados Unidos que encabezó Antonio López de Santa Anna, Juárez se convirtió en un líder político de importancia. 

El País se dividía entre liberales y conservadores: unos querían una República representativa y que se reformara la Constitución y los otros querían un gobierno monárquico donde el clero mandara. 

Por sus ideas, Santa Anna mandó a encarcelar a Juárez en mayo de 1853 y fue enviado a San Juan de Ulúa, luego a La Habana y de ahí a Nueva Orleans. Ahí consolida sus ideas liberales contra el estado colonial y al proclamarse el Plan de Ayutla vuelve a México en 1855 y participa de la insurrección contra Santa Anna.

Cuando triunfa el Plan de Ayutla, Juárez se convierte en secretario de Justicia e Instrucción Pública, en 1856 es Gobernador interino de Oaxaca. Un año después, ya jurada la Constitución de 1857, durante el Gobierno de Ignacio Comonfort, es secretario de Gobernación y después electo presidente de la Suprema Corte de Justicia.

Pero los conservadores presionaron para que la Constitución se derrocara. El general Félix Zuloaga demandó la convocatoria de un nuevo Congreso Constituyente.

Allí comenzó una disputa por el poder: el 18 de diciembre de 1857 Juárez asume la  Presidencia de la República interinamente, estableció su Gobierno legítimo en Guanajuato el 18 de enero de 1858, mientras Zuloaga instaló un gobierno conservador paralelo en la capital del País. 

Los gobiernos de Colima, Guerrero, Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Oaxaca, Querétaro, Veracruz y Zacatecas, apoyan a Juárez. La mayoría del Ejército y el Clero respaldaron a Zuloaga, quien fue reconocido por los representantes de gobiernos extranjeros.

Así comienza lo que conocemos como la Guerra de Reforma que duró tres años de 1858 a 1861.

EL RELATO DE LOS HECHOS

La guerra comenzó con una fuerte persecución a Juárez, quien ante la fuerza de los conservadores se escondió en Guanajuato y luego pasó por Guadalajara. 

Era en la Perla Tapatía donde los Poderes Ejecutivos de la República tenían su sede provisional tras los conflictos con los conservadores en marzo de 1858. 

Aunque los últimos gobernadores de Jalisco José Santos Degollado, Anastasio Parrodi y José de Jesús Camarena eran liberales, en el Estado existía un poderoso grupo de militantes y simpatizantes del partido conservador. 

La estancia de Juárez era la oportunidad para su causa, capturando o eliminando al gobierno constitucionalista.

El suegro del Coronel Antonio Landa del 5º Batallón de las fuerzas republicanas, era uno de estos simpatizantes, pero Landa había jurado que no tenía “asuntos” con los conservadores y continuó con su puesto. 

El 13 de marzo de ese año, el teniente coronel le dio la espalda a Juárez y a su proyecto y lo apresó junto con unas setenta personas más de su Gabinete. 

Un día antes, el 12 de marzo, se supo de la derrota del Ejército liberal en Salamanca comandada por Parrodi, donde avanzaron los conservadores comandados por Luis G. Osollo, hubo una gran alarma, sus cercanos le pidieron a Juárez que destituyeran a Landa del mando del 5º Batallón.

Pero antes de poder hacerlo, al relevar la guardia del Palacio, entre las nueve y las diez de la mañana, Landa apresó a Juárez al grito de “Viva la religión”, dado por los militares rebeldes en la habitación que ocupaba el Presidente. 

El político y escritor Guillermo Prieto, estaba en la puerta del edificio observando el cambio de relevo y cuando se dio cuenta de lo que ocurría, pese a que le era fácil escapar, se unió al grupo. 

El comandante militar de la plaza, el general José Silverio Núñez fue al cuartel y ordenó a Landa que formara a la tropa afuera, y él le respondió: “Mi general, estoy pronunciado”.     

Núñez lo llamó traidor y le llevó las manos al cuello y Landa le disparó un tiro a quemarropa; dicen los historiadores que la bala fue desviada por un reloj que llevaba. 

Landa resistió por varias horas las peticiones de fusilar a Juárez y a su gente.

Uno de los miembros del Gabinete de Juárez, Matías Romero, relató en su diario que oyeron tiros sin cesar desde las 10 de la mañana hasta el mediodía.

En varios puntos de la ciudad se enfrentaban los grupos. Los liberales se habían parapetado en los templos de San Francisco y San Agustín, cuartel del Batallón Hidalgo, comandado por el líder político Contreras Medellín para intentar liberar a Juárez.                 

El coronel le ofreció la libertad a Juárez si daba la orden de que los liberales suspendieran las hostilidades en defensa, a lo que el entonces Presidente se negó de manera rotunda. Landa tenía el tiempo encima, porque el Ejército que había sido derrotado en Salamanca no tardaría en llegar de vuelta a Guadalajara. 

A las nueve de la mañana del 14 de marzo cesó el fuego y se abrieron las conferencias en el templo de San Agustín para negociar la liberación de Juárez. 

Aedo formó una columna de treinta hombres para asaltar el Palacio de Gobierno. 

Marcharon a la esquina del Palacio donde había un cañón custodiado por un centinela al que se lanzaron prestos para abrir fuego, los muchos curiosos que estaban en la Plaza de Armas huyeron ante el escándalo, lo que alertó a los pronunciados que salieron a los balcones. 

El plan era atacar por varios frentes, pero la tupida concurrencia en los templos aledaños por ser domingo, estropeó los planes.

Los sublevados que guardaban el Palacio fueron tomados por sorpresas pero alcanzaron a disponer de sus armas y lanzaron una carga cerrada de fusil sobre los atacantes y atascaron las puertas del palacio.

Los liberales no pudieron sostener su ataque y se replegaron dejando en los portales, Plaza de Armas y las calles contiguas a muchos de sus compañeros heridos o muertos. 

Miguel Cruz Aedo diría después que nadie le notificó sobre las negociaciones. 

Ante este embate de los liberales, los soldados sublevados y los reos que habían armado entendieron esta como la ocasión perfecta para ejecutar a Juárez, interpretaban el ataque de Aedo como una traición deshonesta después de que habían aceptado negociar.

El teniente rebelde Filomeno Bravo, a cargo de la custodia del presidente preso hizo tomar las armas a los soldados de la guardia bajo su mando, los formó frente a Juárez, que de pie apoyaba la mano en el picaporte de la puerta que conducía a otra pieza, según se dice. 

Allí, frente a las armas y las balas, Guillermo Prieto, cubriendo con su cuerpo al del Presidente, dirigió a los soldados su famosa frase.

Según cuentan esta frase conmovió a los soldados que lo siguieron escuchando y poco a poco bajaron las armas. 

“Los rostros feroces de los soldados, su ademán, la conmoción misma, lo que yo amaba a Juárez, yo no sé, se apoderó de mí algo de vértigo o de cosa de que no me puedo dar cuenta…

“Rápido como el pensamiento, tomé al señor Juárez de la ropa, lo puse a mi espalda, lo cubrí con mi cuerpo… abrí mis brazos… y ahogando la voz de “fuego” que tronaba en aquel instante, grité: “¡Levanten esas armas!, ¡levanten esas armas!, ¡los valientes no asesinan!”, diría Guillermo Prieto en su libro, relatando los hechos. 

“Juárez se abrazó de mí, mis compañeros me rodeaban llamándome su salvador y salvador de la Reforma. Mi corazón estalló en una tempestad de lágrimas”.       

Información: Alejandra Carrillo. Basada en el archivo histórico de Doralicia Carmona Dávila Fotografías: Especial