Nació en 1895 en el seno de una familia católica, en Tepatitlán de Morelos, pero en 1925 emigró a Estados Unidos. Quería ahorrar dinero para pagar más rápido un terreno que adquirió para convertirlo en granja en Los Altos de Jalisco. Junto con un par de amigos, cruzó la frontera, entró a trabajar en el sector de los ferrocarriles y después en unas minas en California, con jornadas extenuantes. 

De acuerdo con una investigación, publicada por Víctor M. Espinosa, con la explosión de la Cristeada en 1926, la zona de Los Altos de Jalisco, que fue el epicentro de esta batalla, le generó problemas familiares a Ramírez, además la guerra destruyó parte de su granja y provocó la muerte de animales. “Esto sumió a Ramírez en una profunda depresión”, expresa el investigador, autor del libro Martin Ramírez: Framing His Life and Art.

El infortunio siguió a Ramírez. En 1929, con la Gran Depresión, se quedó sin trabajo, y empezó a vagar por las calles, fue detenido por la policía por tener un comportamiento errático y agresivo. En 1931 fue ingresado al psiquiátrico Stockton State Hospital, en California, y en 1948 fue trasladado al Hospital DeWitt, sitio en el que falleció en 1963, a los 68 años. 

En los 32 años que estuvo recluido, Ramírez fue diagnosticado con depresión y esquizofrenia, pero eso no le impidió dibujar, sacar sus pensamientos y expresarlos en papel. El psicólogo y profesor de arte, Tarmo Pasto conoció a Ramírez y a su obra. Fue él quien la empezó a mover en museos y galerías, hasta lograr reconocimiento internacional.

La obra de Ramírez forma parte de las colecciones del Museo de Arte Moderno y del Guggeheim, en Nueva York; se ha expuesto en el Museo de Arte Popular de Nueva York, en recintos de California y Wisconsin, así como en el Museo Reina Sofía de Madrid, incluso el Servicio Postal de Estados Unidos imprimió cinco estampillas inspiradas en la obra de Ramírez.

Durante su confinamiento Ramírez apenas habla, pero inventa un estilo artístico basado en estructuras lineales flexibles y elementos inspirados en las culturas mexicana y americana. Sus dibujos son más un refugio que un modo de expresión y en ellos reitera de manera obsesiva una serie limitada de temas: túneles, un jinete a lomos de su montura, campos o vías de ferrocarril, con los que desarrolla una gama expresiva de lenguajes y formas”, se lee en uno de los textos introductorios con los que se presentó la exposición “Martín Ramírez. Marcos de reclusión”, en el Museo Reina Sofía, en Madrid, en 2010.