Con demasiada frecuencia, las fotografías de guerra muestran víctimas jóvenes.
Con treinta y ocho años de diferencia, en Vietnam y Siria, padres abrazan los cuerpos de sus hijos muertos.
En medio, en 1994, un niño de 7 años yace mortalmente herido en un charco de sangre en Sarajevo.
Y luego, este año, Evgeniy Maloletka capturó las secuelas del bombardeo ruso contra un hospital materno en Mariúpol, Ucrania. Cinco hombres llevaban a una mujer embarazada en una camilla. Su pelvis había sido aplastada y ni ella ni su hijo por nacer sobrevivirían.