Constantemente mitificado, a veces como el gran dictador y otras como el modernizador de México, Porfirio Díaz (Oaxaca, 1830 – París, 1915) dejó una huella en Jalisco que perdura hasta estos días.

De costumbres militares y afición por la cultura francesa, el presidente del País de 1876 a 1880 y de 1884 a 1911, viajó en repetidas ocasiones a Guadalajara, la primera de ellas documentada en diciembre de 1897, donde fue recibido con una gran fiesta.

Algunos datos apuntan que la conmemoración fue en la sede que tenía aquel entonces la Universidad de Guadalajara, en el edificio que ahora resguarda la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz, ahí la clase alta de la Ciudad, organizada por la Cámara de Comercio, recaudó 17 mil pesos —mucho dinero para la época— para un festejo de gala.

“Las clases adineradas estaban conformes con su gobierno porque estaba provocando un crecimiento económico como nunca lo había tenido el País, en esa burguesía era el arquitecto del desarrollo, tenía un gran prestigio: la élite de Guadalajara quería que viniera, hubo varias gestiones años antes y fue posible la diligencia porque ya para entonces había ferrocarril, la comodidad, la rapidez fue crucial”, apunta Jaime Olveda, doctor en Historia por la Universidad Autónoma de México.

“Querían conocerlo, tratarlo y que pasara unos días aquí. Le hicieron un recibimiento apoteótico, se organizaron en comisiones y hubo un baile muy importante con más de mil 500 asistentes, que se vistieron con sus mejores galas. Lo trataron muy bien y él se fue agradecido, con una buena impresión de la Ciudad”.

En esa visita llevaron a Díaz a conocer el Centro Histórico de Guadalajara e incluso el Salto de Juanacatlán.

PERIODO DE TRANSFORMACIÓN

Durante ese tiempo, en pleno apogeo del Porfiriato, pasaron muchas cosas con los gobernadores que él impuso en Jalisco, Luis del Carmen Curiel y Miguel Ahumada: 

  • la entrada del ferrocarril a Guadalajara el 15 de mayo de 1888
  • los primeros conceptos del Parque Agua Azul y del Parque San Rafael
  • el embovedamiento del Río San Juan de Dios
  • el servicio de tranvías eléctricos
  • el quiosco de la Plaza de Armas 
  • y la columna que conmemora la Independencia de México que se encuentra en la Calzada 

“Se le conocía como el constructor del México moderno y tenían razón. El desarrollo económico que tuvo el País en el Porfiriato nunca lo tuvo antes. Fue el constructor de la red del ferrocarril, el mercado interno, pero además tuvo otros elementos que le sirvieron para tener el control que otros no tuvieron: el telégrafo, el teléfono y la fotografía”, señala Jaime Olveda. 

Además fue quien hizo a Chapala, por primera vez un destino turístico de las clases aristócratas. 

Lorenzo Elízaga, cuñado de Díaz, tenía una casa cerca del lago donde el presidente vacacionó de 1904 a 1909 durante Semana Santa y Pascua. Se creía que las vías del tren en Chapala estaban construidas para acercarlo al terreno donde solía pasar sus vacaciones en esa casa, en Avenida Hidalgo 234, del centro de Chapala.

“El promotor del turismo de Chapala fue Díaz. Antes, en la época de la Colonia y buena parte del siglo 19, las familias acomodadas iban a veranear a San Pedro Tlaquepaque, tenían sus casas de campo y Díaz puso de moda Chapala, por eso las familias ricas de Guadalajara empezaron a hacer sus casas allá cuando vieron que Don Porfirio vacacionaba allí con su familia”, asevera el doctor Jaime Olveda.

“Iba a visitar los alrededores de la Ribera, iba de cacería y también visitó la Hacienda de Atequiza, una hacienda muy importante que abastecía de maíz y de ganado en Guadalajara, esta hacienda pertenecía a familias tapatías”, rememora. 

HUÉSPED DE UN PALACIO

Ya con las vías ferroviarias conectadas a Guadalajara,  Díaz solía viajar con frecuencia para visitar a su primo hermano, Segundo Díaz, quien le ofrecía hospedaje en la finca que hoy se conoce como el Palacio de las Vacas, ubicada en la Calle San Felipe 630, en el Centro Histórico.

La arquitectura de este espacio construido entre 1850 y 1910 se ha conservado casi de manera intacta, donde destacan sus influencias árabes y venecianas.

Segundo Díaz vendió esta propiedad a su hermano, Miguel Díaz, quien la convirtió en un corral y una lechería, de donde proviene el apodo de la finca con el que se le conoce hasta la actualidad, según la Guía Arquitectónica Esencial Zona Metropolitana de Guadalajara.

LA HUELLA DE CORONA

La sospecha de que Porfirio Díaz fue el promotor del brazo asesino del general jalisciense Ramón Corona (1837-1889), quien fue gobernador de Jalisco entre 1887 y 1889, y era un fuerte contendiente a la presidencia del País, pesó siempre a Díaz, aunque hasta el día de su muerte, con reiteración, no perdió oportunidad de declararse inocente.

“Corona era, sin duda, uno de los hombres más abocados para suceder a Porfirio Díaz en la Presidencia y obligarlo a finiquitar su ocupación de la Silla. Hay bases para suponer que, al ocurrir su asesinato, el Gobernador había empezado ya a trabajar en tal dirección. Consecuentemente, Díaz fue el más beneficiado”, describió José María Muriá en su texto El brazo de Primitivo Ron, publicado en 2001 en Mural.

PAZ PORFIRIANA

Fue en el centro del País donde surgieron con gran fuerza, a partir de 1905, las campañas antiporfiristas, como los clubes antirreeleccionistas de Francisco I. Madero o la visión de Aquiles Serdán, los intelectuales y los obreros se organizaron en oposición y algunos periódicos que propagaban sus ideas apenas llegaron a la Ciudad.

En Guadalajara los detractores o eran pocos o no se hacían escuchar.

“La prensa independiente en Guadalajara a finales del siglo 19 no tenía mucha presencia, los periódicos casi todos eran porfiristas, oficialistas, no había una reacción en contra de Díaz que fuera notable o se hiciera sentir”, explica Olveda.

El desarrollo industrial y comercial de Guadalajara le iba bien a la clase media y a la clase adinerada le venía muy bien.

“Fue un político muy hábil, que supo mantenerse en el poder durante más de 30 años y eso no cualquiera lo logra, para lograrlo hay que tener una habilidad de negociación, conciliar acuerdos con la clase política y premiando mucho la lealtad”, explica el historiador.

Información: Alejandra Carrllo. Fotos: Archivo INAH.