Cientos de hombres drogados con heroína, opio y metanfetamina habitan sobre la ladera que domina Kabul, algunos en tiendas de campaña y otros tirados en el suelo.
Los perros merodean porque a veces los hombres les dan drogas, y entre la basura hay cadáveres de perros con sobredosis.
Aquí los hombres se deslizan, silenciosos y solos, a través de la línea que va del olvido y la desesperación a la muerte.
La adicción a las drogas ha sido un problema por mucho tiempo en Afganistán, el más grande productor de opio y heroína, y ahora una fuente importante de metanfetamina. La gran cantidad de adictos ha sido alimentada por la pobreza persistente y por décadas de guerra que dejaron pocas familias sin cicatrices.
Pero el problema parece sólo empeorar desde que la economía del país colapsó luego de que los talibanes tomaran el poder en agosto pasado, lo que causó que también se suspendiera el financiamiento internacional. Las familias que alguna vez pudieron sobrevivir se encontraron ahora con sus medios de subsistencia cortados, dejando a muchos en una situación en la que apenas pueden pagar por alimentos. Millones se han sumado a las filas de los empobrecidos.
'ESTÁ BIEN MORIR'
El creciente número de adictos se halla alrededor de Kabul, viviendo en parques y drenajes de aguas residuales, debajo de puentes, en laderas abiertas.
Ebrahim Noroozi, fotorreportero de The Associated Press, visitó uno de esos lugares.
“Un hombre yacía boca abajo en el lodo, inmóvil. Lo tomé del hombro, lo sacudí y le pregunté si estaba vivo. Movió su cabeza un poco, sacó la mitad de ella del lodo y murmuró que sí, estaba vivo”.
“‘Estás muriendo. Trata de sobrevivir’, le dije. A lo que él respondió: ‘Está bien morir'”.
El hombre levantó su cuerpo un poco. Noroozi le dio un poco de agua, y alguien más le dio una pipa de cristal con heroína. Fumarla brindó algo de energía. Dijo que su nombre era Dawood. Perdió una pierna al explotar una mina hace una década durante la guerra. Después de eso ya no pudo trabajar, y su vida se desmoronó. Recurrió a las drogas para escapar.
Una mujer fuma heroína en Kabul.
UN CALLEJÓN SIN SALIDA
El Talibán, que tomó el poder hace casi un año, lanzó una agresiva campaña para erradicar los cultivos de amapola. Al mismo tiempo, heredaron la política del Gobierno derrocado de reunir a los adictos y confinarlos en campamentos.
Durante dos noches este verano, combatientes talibanes irrumpieron en dos áreas donde se reunían los adictos, una en la ladera y otra debajo de un puente. Los metieron en camiones y automóviles y los llevaron al Hospital Médico Avicena para Tratamiento de Drogas, una antigua base militar de EU que en 2016 fue convertida en un centro de tratamiento para las drogas.
Es el más grande de varios campamentos de tratamiento de adictos en Kabul. Ahí, los adictos son rapados y encerrados en cuartos durante 45 días. No reciben tratamiento o medicinas mientras pasan por la abstinencia. Desde que los talibanes tomaron el poder, el financiamiento internacional de la que dependía el Gobierno afgano se ha interrumpido, por lo que el campamento casi no tiene financiamiento para alimentar a sus pacientes presos.
Pero los campamentos hacen poco para acabar con la adicción.
Una semana después de las redadas, la ladera y la parte de abajo del puente estaban nuevamente llenas de cientos de personas.
En la ladera había un hombre que claramento no era un adicto. Deambulaba entre los hombres en la oscuridad, alumbrando a cada uno con una débil linterna. Estaba buscando a su hermano, quien se volvió adicto hace algunos años y escapó de casa. Va de sitio en sitio, a través del inframundo de Kabul.
“Espero algún día encontrarlo”, dijo.
En el sitio debajo del puente, el hedor de las aguas residuales y la basura es abrumador. Un hombre, Nazer, en sus 30 años, parecía ser respetado entre sus compañeros adictos. Paraba peleas entre ellos y negociaba disputas.
Pasa casi todos sus días aquí, debajo del puente, pero va a su casa de vez en cuando. La adicción se ha propagado por toda su familia, dijo.
Sobre el hecho de que la zona se vuelve a llenar de adictos tras las redadas, Nazir responde: “Es normal”.
“Cada día, ellos se vuelven más y más… nunca acaba”.