'Siempre quise ir a NY'
Génesis Chirino no les dijo a sus padres que planeaba salir de Venezuela para hacer el peligroso viaje a Estados Unidos.
De 26 años y originaria del estado de Falcón, en la costa caribeña de Venezuela, Chirino se graduó se había de la universidad con un título en ingeniería. Pero nunca pudo conseguir un trabajo en su campo cuando la economía del país se derrumbó.
Como muchos venezolanos, se fue a Colombia y luego a Perú para tratar de hacer una vida ahí. Tuvo trabajos en restaurantes y conoció a su pareja, Carlos Querales, de 28 años, quien trabajaba en la construcción. Pero las oportunidades eran limitadas y no veía futuro en su país de origen, donde los gastos se disparaban y las libertades políticas se restringían.
Cuando escucharon que a los venezolanos se les permitía entrar y quedarse en Estados Unidos, fue difícil resistir el impulso de irse, a pesar de los peligros, contó. A finales de agosto, la pareja partió siguiendo a miles de venezolanos que viajaban por tierra hasta la frontera con Texas.
Caminaron por la selva y durmieron principalmente en autobuses, buscando el consejo de otros migrantes en el camino. La suerte estuvo de su lado: en un mes, llegaron sanos y salvos y se entregaron a los agentes de la Patrulla Fronteriza en El Paso, Texas. Después de pasar dos días en un centro de procesamiento, los llevaron a un albergue, donde les preguntaron si querían abordar un autobús a Nueva York o Chicago en unas pocas horas. No fue una decisión difícil.
Siempre quise ir a Nueva York. Se sentía como una ciudad de oportunidades”.
Génesis Chirino, migrante venezolana.
El problema de encontrar trabajo
Chirino ahora tiene una prioridad por encima de todo: encontrar trabajo.
“Mientras sea un trabajo digno, lo haré”, dijo mientras estaba sentada en el auditorio de una biblioteca del Bronx la semana pasada, esperando para solicitar una tarjeta IDNYC.
Viajó a la biblioteca en el Metro, acompañada de Andreina Mora, de 28 años, una compatriota venezolana y su nueva vecina en un hotel en el vecindario Long Island City de Queens, donde se hospedan en habitaciones proporcionadas por la ciudad. Ambas expresaron un profundo agradecimiento por la ayuda que estaban recibiendo.
Debido a los problemas económicos, Chirino había pospuesto formar su propia familia, aunque estaba ansiona por hacerlo. Por su parte, Mora, que también había viajado con su pareja, dejó a su hijo Kleyber, de 9 años, con familiares, pues temía llevarlo a través del Tapón del Darién, la franja de selva salvaje que separa Colombia y Panamá. Aunque miles de migrantes de todo el mundo transitan por ahí, es un lugar remoto y lleno de peligros.
Al final, llegar se sintió como una bendición, pero las venezolanas ven ahora la parte más difícil para lograr sus objetivos en una ciudad desconocida.
Chirino está tratando de aprender inglés y ha trabajado a turnos en un restaurante, pero la mayoría de los lugares requieren un permiso de trabajo, el cual no tiene. Su pareja se encuentra entre los muchos recién llegados que buscan trabajo en la construcción y que tendrán que completar un curso de seguridad de la Administración de Seguridad y Salud Ocupacional, el cual puede costar cientos de dólares.
Los solicitantes de asilo no pueden solicitar un permiso de trabajo hasta 150 días después de presentar su solicitud. Los funcionarios de la ciudad han pedido al Gobierno federal modificar esta norma, pero hasta entonces, muchos recién llegados se están uniendo a una gran cantidad de trabajadores que viven ilegalmente en el país y que trabajan arduamente en las industrias de servicios y construcción y que son particularmente vulnerables a la explotación.
Tormentoso paso por México
El centro de trabajo dirigido por New Immigrant Community Empowerment, una organización sin fines de lucro en Jackson Heights, Queens, se ha visto abrumado por los recién llegados que buscan ayuda para encontrar empleo, dijo José Payares, coordinador de desarrollo de la fuerza laboral. Casi 750 personas visitaron el centro en busca de trabajo solo en septiembre.
Renee Chicaiza, de 31 años, y su pareja, Lenen Naranjo, de 25, estaban entre los que esperaban en la abarrotada tienda del grupo en Roosevelt Avenue la semana pasada. La pareja, de Ambato, en el centro de Ecuador, había llegado en un autobús desde Texas hace un mes.
Relataron que las pandillas se habían hecho con el control de la ciudad después de que la pandemia devastó la economía. Partieron solos con su hijo de 20 meses, James Connor, quien se recuperaba de una infección intestinal que desarrolló al beber agua del río en la jungla. Ahora, se están quedando con un pariente en Queens mientras intentan hacerse un hueco. En Texas, se les dio a elegir entre un autobús a Washington o a Nueva York, y eligieron este último.
“Escuchamos que mucha gente prospera aquí”, dijo Naranjo.
Chicaiza rompió en llanto al recordar lo conmovida que estaba por el cálido recibimiento que recibieron cuando llegaron a la Terminal de Autobuses de la Autoridad Portuaria. El último tramo del viaje por México había sido particularmente difícil, con policías corruptos exigiendo dinero y personas negándose a ayudar. El viaje en autobús en sí había parecido una bendición, y la vista de rostros amistosos la llenó de una profunda sensación de alivio.
“Nos abrazaron, nos dieron la bienvenida al país, nos dieron ropa”, dijo Chicaiza secándose las lágrimas. “Fue hermoso.”
En ese momento, Naranjo sintió que el largo viaje había valido la pena. Pero su futuro sigue siendo incierto, pues deben presentarse en la corte de inmigración esta semana.
Llegan más y más venezolanos
Más de 19 mil 400 solicitantes de asilo han pasado por el sistema de albergues de la ciudad, según la oficina del Alcalde. La mayoría dijo que eran de Venezuela, cruzaron a Texas y les ofrecieron lugares en autobuses a Nueva York, dijo la oficina. A principios de este mes, el Alcalde Eric Adams declaró el estado de emergencia porque los inmigrantes habían desbordado los refugios para personas sin hogar de la ciudad.
Estados Unidos no mantiene relaciones diplomáticas con el Gobierno de Venezuela y no había enviado de regreso a la mayoría de los migrantes. Pero el miércoles, en medio de una intensa presión para abordar el número récord de cruces fronterizos ilegales, la Administración Biden anunció que cerraría la frontera a los solicitantes de asilo venezolanos. En cambio, requerirá que los venezolanos soliciten de forma remota un programa de permiso humanitario limitado.
La oficina del Alcalde dijo el domingo que los autobuses seguían llegando. Dado que el procesamiento y el viaje en sí toman varios días, el flujo podría detenerse esta semana.
Pero eso no cambiará nada para las personas que ya llegaron. La ciudad está alojando a inmigrantes en hoteles y todavía planea usar tiendas de campaña para el invierno en Randalls Island, en medio del East River.
'Queremos trabajar, no molestar a la gente'
En el barrio de Travis, en el extremo occidental de Staten Island, los recién llegados se han alojado en hoteles modestos, lo que ha provocado quejas tanto de la comunidad como de los propios migrantes.
El sábado por la tarde, decenas de inmigrantes se alinearon en la acera frente a los hoteles, recibiendo donaciones de los residentes de Staten Island que llegaron con comida caliente, ropa y otros artículos. Aunque estaban agradecidos, algunos también estaban frustrados porque parecían estar abandonados en un área relativamente aislada. Muchos de los niños sufrían de resfriados y fiebre.
“Queremos trabajar, no estar molestando a la gente aquí”, dijo Karla Gutiérrez, de 47 años, de Maracaibo, Venezuela.
Solía trabajar en una farmacia pero estaba dispuesta a aceptar cualquier trabajo, dijo, mientras repartía platos de papel para compartir un pequeño pollo rostizado y otros bocadillos que un residente local había dejado.
Alberto Trujillo, de 24 años y también de Venezuela, dijo que consiguió un trabajo para distribuir volantes en los hogares mientras caminaba y preguntaba a la gente si podía ayudar con algo.
Llegó hace unos 15 días en un vuelo del Gobierno desde San Antonio, y estaba ansioso por un trabajo estable para poder pagar su propia renta.
No queremos depender de otros. Queremos trabajar”.
Alberto Trujillo, migrante venezolano.