A David Huerta, poeta mayor, compañero, 

hermano, amigo siempre y autor esencial 

de Era de principio a fin.

MARCELO URIBE

Quiero agradecer al consejo directivo de la Caniem que me otorgó el Premio Juan Pablos al Mérito Editorial de este año. Me honra recibir un premio gremial. Ésta es la segunda vez que el premio recae en Ediciones Era. En los años noventa lo recibió Neus Espresate, entonces su directora. Me enorgullece compartirlo con ella, mi maestra, y me gusta pensar que este premio es un reconocimiento al quehacer editorial continuo de Ediciones Era a lo largo de sesenta y dos años. Lo recibo también como un premio a nuestros autores y al equipo de Era que publica nuestros libros y los lleva a las manos del lector.

   Ediciones Era ha sido la casa de seis premios Cervantes: Octavio Paz, Carlos Fuentes, Sergio Pitol, Juan Gelman, José Emilio Pacheco, Elena Poniatowska; y de siete premios Juan Rulfo o FIL: Augusto Monterroso, Sergio Pitol, Juan Gelman, Juan García Ponce, Carlos Monsiváis y David Huerta. Para los que trabajamos en Era ha sido un orgullo publicar obras de estos y otros autores que han crecido en la editorial. En sesenta y dos años, hemos puesto los libros de Era en manos de millones de lectores y hemos construido un catálogo indispensable en la cultura mexicana. Yo he participado en treinta y dos de esos años y me enorgullece mucho la construcción que hemos hecho entre todos.

   Juan Pablos (originalmente Giovanni Paoli) nació en Brescia, Italia, hacia 1500. Era empleado del taller de impresión de Juan Cronenberg donde recibió la encomienda de su maestro de instalar en Nueva España la primera imprenta del continente, cosa que logró en 1539. En su taller se formaron muchos impresores que diseminaron el arte tipográfico en la Nueva España, en Perú y otras partes del continente. Así se fundó en estas tierras el oficio de imprimir libros que entonces, y esto es importante, no se distinguía del arte de hacer libros.

David Huerta, Vicente Rojo, Bárbara Jacobs, Marcelo Uribe y Coral Bracho.

   Casi medio milenio más tarde, hoy, en México, Juan Pascoe mantiene viva la tradición de ese arte de hacer libros desde Tacámbaro, Michoacán, en la prensa plana de tipos móviles más antigua del mundo en operación.

   Juan Pascoe instaló su prensa a mediados de los años setenta en una vieja casa de Mixcoac. Francisco Segovia y Carmen Boullosa me llevaron un día a esa casa y empecé a ir de tarde en tarde a ayudarle a Juan, o más bien, a verlo trabajar y escucharlo hablar sobre su oficio, su máquina y los hermosos papeles de algodón en los que imprimía. Era un placer inimaginable ver salir de su taller un libro terminado, un objeto diseñado de principio a fin como objeto único, como si fuera el primer libro del mundo. En casa de Juan tuve el privilegio impensable, alguna noche luego del trabajo en el taller, de conocer a Arcadio Hidalgo, el sonero veracruzano, que tocó al final de su vida con el grupo de Juan.

   Muchos fueron enamorándose con los años de sus libros. El propio Efraín Huerta, padre de David, en aquellos años le entregó a Juan Pascoe un pequeño libro de cincuenta “poemínimos” del que se imprimieron cien ejemplares. Octavio Paz le entregó otro en colaboración con Charles Tomlinson; Tomás Segovia, Francisco Segovia y muchos poetas más lo hicieron. Años más tarde, también García Márquez cedió al embrujo de los libros de Juan Pascoe. En años recientes, David y Verónica Murguía han dirigido Los Libros del Armadillo, una colección que imprimía Pascoe.

Juan Pascoe, tipógrafo, impresor y fundador del Taller Martín Pescador, ubicado en Tacámbaro, Michoacán.

   En 1932, a casi cuatrocientos años de la instalación de la primera imprenta en la Nueva España, nació Vicente Rojo en Barcelona. Vicente llegó a México en 1949 y su trabajo en el diseño cambió definitivamente el rostro de la palabra impresa en nuestro País desde la mirada del arte pictórico, le devolvió el sentido pleno al concepto del arte de hacer libros y fundó una escuela que ha diseminado sus enseñanzas en todo el País. Desde la Imprenta Madero, Vicente construyó esa renovación total del diseño, la tipografía, el color, los formatos. Fuimos muchísimos los que pasamos por ahí por distintas razones.

   Durante cinco años, la revista de la que yo me encargaba, La Gaceta, del Fondo de Cultura Económica, se diseñaba, se formaba y se imprimía allí, como decenas de las revistas que se publicaban en el País. Vuelta, la Revista de la Universidad de México, Naturaleza, la revista del Conacyt, la Revista de Bellas Artes, Nexos. Carteles, catálogos, libros en todos sus formatos habituales (más otros en formatos nada habituales). Todo bajo la conducción de Vicente. Trabajar con él era siempre un enorme privilegio por la implacable y precisa exigencia que se imponía y le imponía a quienes lo rodeaban. Sus finas manos constructoras, la velocidad de su mirada y su milimétrica precisión convergían en un hombre en permanente estado de creación.

   A pocos meses de entrar a la UNAM, en 1972, vi en MUCA de Arquitectura su enorme exposición de “Tes” llamada Negaciones. El hallazgo de la interminable riqueza de la forma más simple, la de la letra T mayúscula, en decenas y decenas de cuadros del mismo tamaño en las salas abiertas del museo me enamoró de su obra para siempre.

   Cinco años más tarde, comencé a trabajar con él. De febrero de 1977 en que estuvimos frente a frente por primera vez, al día de hoy, Vicente ha sido siempre mi maestro y mi mayor estímulo, más allá de su propia desaparición. Ha sido mi compañero todos estos años, mi interlocutor para hablar de libros y de pintura, mi apoyo en todo y, además, autor prolífico de Ediciones Era. Sus palabras siempre han estado presentes y me han acompañado en mi vida personal y en mi vida como editor. A él le debo todo mi agradecimiento con un amor fraterno imposible de poner en palabras.

   He podido trabajar con otros maestros que han sido ejemplo y guía, quizá sin proponérselo. Jaime García Terrés me confió, cuando yo tenía 22 años, La Gaceta, uno de sus proyectos predilectos, y fue mi universidad durante los cinco años que trabajé con él. Era también, como Vicente, de una exigencia implacable. Él no era propiamente un maestro, era algo más que eso, sus encomiendas eran siempre un desafío. Hablé mucho con él de poesía y lógicamente de lo que publicábamos en La Gaceta, de la cual sólo él y yo éramos responsables. Desde que llegué puso en mis manos el cuidado de muchos libros que eran especiales para el Fondo, entre ellos, el libro póstumo de Carlos Pellicer, varios de Octavio Paz, Álvaro Mutis, Luis Cardoza y Aragón, y muchos otros. Esos años, me acerqué mucho a la poesía y él me contagió la necesidad de apropiarme de algunos poemas por medio de la traducción. De él aprendí a hacer libros un poco como se aprende el son jarocho en las calles de Tlacotalpan, abriendo los ojos, escuchando con mucha atención y tocando.

Vicente llegó a México en 1949 y su trabajo en el diseño cambió definitivamente el rostro de la palabra impresa en nuestro País desde la mirada del arte pictórico, le devolvió el sentido pleno al concepto del arte de hacer libros y fundó una escuela que ha diseminado sus enseñanzas en todo el País".

Vicente Rojo, artista visual, editor y diseñador.

   Trabajé al lado de Neus Espresate durante veinte años. Ella me mostró las entrañas de la edición. Gracias a la estrecha convivencia con ella todos esos años me empapé del funcionamiento de Era y de su peculiar, digamos, manera de ser. Ella y Vicente construyeron el rostro de Era. Neus fue una maestra y una amiga por largos años y su confianza fue siempre un estímulo para mí.

   Desde que llegué a Era, la experiencia de Imprenta Madero fue mi guía y las enseñanzas de Vicente siguieron enriqueciendo mi convicción de que un libro tiene que ser un objeto limpio y hermoso. En Era siempre hemos buscado no alejarnos del arte de hacer libros, libros que da orgullo haber hecho. Un libro de poemas de cien páginas, uno de cuentos de ciento cincuenta, una novela de cuatrocientas, unas obras completas de siete mil, cada libro es una carrera de obstáculos y desafíos diferente. Para cada libro hay que construir un detallado arquetipo platónico.

   Más allá de mis maestros personales, que incluyen además a muchísimos amigos que me es imposible enlistar aquí, están mis maestros de editoriales independientes, que son muchos. Siempre agudo y franco, el diálogo con ellos a lo largo de los años ha sido un placer y un remanso. Con la certeza de ser injusto, quisiera mencionar al menos algunos: Paulo Slachevsky y Silvia Aguilera, de Lom Ediciones de Chile; Manolo Borrás, de Pre-Textos; Beatriz de Moura, de Tusquets (el Tusquets original); Barbara Epler, de New Directions; Alberto Ruy y Margarita de Orellana, de Artes de México; Elaine Katzenberger, de City Lights; Diego Rabasa, de Sexto Piso; Guillermo Quijas, de Almadía; Anne-Marie Métailié, de Éditions Métailié.

   Hacia 2004, Raúl Zorrilla me invitó a incorporarme a un Grupo de reflexión sobre el estado del libro en el País. Raúl supo encabezar este grupo de cuarenta personas de todas las disciplinas, oficios y orientaciones políticas enfocadas en hacer un cuidadoso análisis de la situación, una investigación de las legislaciones de otros países hasta llegar a la redacción de una propuesta de ley del libro.

   Creo que este grupo llegó a construir el milagro de un consenso no sólo entre libreros y editores, grandes y pequeños, que abarcaba a más del noventa por ciento de ambas industrias, sino que incluyó además muchísimos actores del ámbito cultural público y privado. Fue un impulso del que me enorgullece haber formado parte.

   Al poco tiempo fui convocado al Consejo Directivo de la Caniem por José Ángel Quintanilla. Al año siguiente, pasé a ser su vicepresidente, como lo fui después de Juan Arzoz y de Victórico Albores. Sin ningún asomo de cortesía puedo afirmar que los años que trabajé incansablemente con ellos en la promoción y defensa de la ley del libro fueron impecables y siempre pudimos construir un diálogo con quienes tuvimos que hablar.

   Finalmente la ley se aprobó, pero en el último momento, el día que se votaría en el senado, un senador se animó a introducir una modificación que restringía el tiempo de vigencia del precio único y reducía así significativamente el conjunto de libros que cubría, además de que complicaba innecesariamente su aplicación. Era claro que él mismo no entendía el galimatías que estaba presentando. Este atropello le quitó a la ley toda la fuerza y contundencia que requería. Los principios de equidad a que aspira la ley no se han cumplido debido a esta desatinada y delirante modificación de última hora en el senado. Ningún país de los que tiene leyes de precio único incurrió en el impensable absurdo de tener precio único y mantener descuentos al mismo tiempo.

   Pese a todos los esfuerzos que se han hecho desde la Asociación de libreros y desde la Caniem, no se ha logrado volver a la redacción original que se propuso al congreso y que se aprobó por cien por ciento en el Senado y por arriba de noventa y cinco en la Cámara de Diputados dos veces. Conviene recordar que hoy hay una iniciativa en la Cámara de Diputados que se propone desvirtuar aún más la ley recortando otra vez el periodo de vigencia del precio único.

Vicente Rojo, Rolando Cordera, Neus Espresate, Enrique Fernández y José Emilio Pacheco en una imagen de 2011. Foto tomada de "Semario de la UAM", Vol. XVII, Num. 28.

Si queremos tener una red de librerías que por lo menos deje de deteriorarse y comience el camino de vuelta, como gremio de editores que aspira a una vida mejor, tenemos que pensar en hacer una autocrítica y un diagnóstico de la situación de deterioro que vivimos y buscar caminos inexplorados para revitalizar las librerías del País".

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En el análisis del Grupo de reflexión, el eslabón más débil y más amenazado de la cadena del libro resultaron ser las librerías. Entonces, hacia 2005 o 2006, teníamos el peor índice de librerías per cápita del continente por un amplio margen. Resulta en verdad triste ver que hoy, lejos de mejorar, la situación ha empeorado y que la pandemia no sólo ha acelerado el cierre de librerías, sino que ha paralizado a muchas de las que lograron no cerrar, que ahora sobreviven muy menguadas, sin poder pagar y sin poder pedir libros.

   Si queremos tener una red de librerías que por lo menos deje de deteriorarse y comience el camino de vuelta, como gremio de editores que aspira a una vida mejor, tenemos que pensar en hacer una autocrítica y un diagnóstico de la situación de deterioro que vivimos y buscar caminos inexplorados para revitalizar las librerías del País. Los costos de un mercado enfermo son demasiado altos. Apunto algunas observaciones sueltas.

   En el perverso esquema actual, cuando hay un best-seller, las altas ventas sólo benefician a las cuatro o cinco grandes cadenas de librerías. A las librerías pequeñas no se les ofrecen libros para venta por su debilidad financiera, que lógicamente empeora en estas condiciones de discriminación.

   México cuenta con un número muy alto y creciente de editoriales independientes que conforman un abanico de libros enormemente valiosos y de notable calidad. La verdadera sangre editorial, el verdadero impulso creativo está allí. Esta oferta editorial, de una riqueza desconocida por el público lector que va a librerías, no se puede encontrar en ningún lado. Sería más que deseable y natural que esos libros formaran parte del acervo de las librerías del País, pero no es así. Ocasionalmente alguno hace aparición fugaz, pero pronto es retirado.

   El furor de la novedad y la hiper concentración han destruido la diversidad y pareciera no haber nada que las detenga. La competencia de los grandes grupos en su furor por ocupar los espacios en las librerías ha expulsado a las pequeñas editoriales, o en el mejor de los casos, las ha relegado a espacios recónditos y temporales.

   El modo de comercialización regido por un software que toma decisiones tajantes sobre qué libros pedir y cuáles no muy pronto atenta contra los principios de diversidad deseables en la oferta editorial. En algunos países la diversidad se aprecia tanto que se premia por caminos fiscales, como en Italia. Cuando una librería demuestra que no es una librería de novedades y mantiene una proporción alta de libros de fondo tiene exenciones de impuestos.

   Aquí, hoy, eso no es posible, pero, si se cree en la diversidad y se quiere apostar por ella, sí es concebible que se acuerden modos y espacios de exhibición a la par de las grandes casas en las cadenas de librerías y que se transite hacia librerías cada vez con más libros, no cada vez con menos. Y en sentido inverso, es deseable que los grandes grupos editoriales le den oportunidad de beneficiarse de la venta de sus libros a las pequeñas librerías.

   Ninguna de estas dos cosas se tiene que hacer de un modo irresponsable. Hay que buscar hacerlo equitativamente a través de convenios que de un modo u otro renueven la confianza y la responsabilidad. Creo que hay que darle una oportunidad a la presencia de más libros en las librerías. Hay que encontrar un tránsito para que se ofrezcan más libros, más diversos, en las librerías del País.

   De otro modo, nos encaminamos a un mundo con tres cadenas de librerías y tres grupos editoriales, situación que todavía podría concentrarse más en el futuro inmediato. Es fácil ver que eso no es bueno para nadie.

México cuenta con un número muy alto y creciente de editoriales independientes que conforman un abanico de libros enormemente valiosos y de notable calidad. La verdadera sangre editorial, el verdadero impulso creativo está allí".

Los galardonados con los premios Caniem 2022.

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Yo llegué accidentalmente a la edición porque era lector de poesía. Nunca me propuse ser editor, pero se fueron abriendo las puertas y cuando volteé llevaba años de serlo. Luego de la poesía naturalmente siguió el gusto por toda la literatura.

   En esa época, en las librerías de la ciudad en la que yo crecí, era común encontrar libros de editoriales que hoy llamaríamos independientes, venezolanas, peruanas, chilenas, uruguayas, colombianas. Estoy seguro de que entonces había muchos más metros cuadrados en la ciudad dedicados a la venta de libros que hoy, que tenemos una población que se ha cuadruplicado y muchos más títulos distintos disponibles a la venta. Hoy seguimos caminando para atrás. Ojalá podamos crear iniciativas desde los acuerdos intergremiales que contribuyan a mejorar la situación para todos. Las pequeñas librerías, y los lectores, lo necesitan urgentemente.

   La ADELC (Asociación para el desarrollo de las librerías culturales) de Francia, por ejemplo, ha financiado la apertura y ampliación de más de quinientas librerías independientes en los últimos cuarenta años. El modelo es fácilmente replicable. Se requiere, no obstante, de un apoyo decidido y de una voluntad real de modificar un estado de las cosas que favorece la indetenible erosión de la presencia del libro en la sociedad.

José Emilio Pacheco.

   Le agradezco al Premio Juan Pablos que me haya dado la oportunidad de detenerme y volver la vista atrás. A lo largo de mis muchos años de editor he escogido hacer mi trabajo en silencio: siempre he pensado que lo que somos está en los libros que hacemos, es allí donde nos exhibimos y nos exponemos los editores, libro tras libro, en tirajes de miles y miles de ejemplares a lo largo de los años. Hoy que he atenuado ese silencio para hablar ante ustedes, aproveché para reconocer a algunos de mis maestros y expresar algunas de mis preocupaciones. En 1995, José Emilio Pacheco escribió estas palabras: “Haber sobrevivido a todas las tempestades […] Resistir, persistir y cambiar contra todos los obstáculos son los rasgos que definen la asombrosa continuidad de Era”. Veintisiete años después de esas palabras de Pacheco, esa continuidad y esa tenacidad nos han traído hasta aquí. Esperemos que nos sigan conduciendo en adelante.

* Texto leído en la entrega del Premio Juan Pablos al Mérito Editorial, el 3 de noviembre pasado.

A lo largo de mis muchos años de editor he escogido hacer mi trabajo en silencio: siempre he pensado que lo que somos está en los libros que hacemos, es allí donde nos exhibimos y nos exponemos los editores, libro tras libro, en tirajes de miles y miles de ejemplares a lo largo de los años".

Conózcalo

  • Marcelo Uribe (Ciudad de México en 1953).
  • Poeta, editor y traductor.
  • Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM.
  • Maestría y doctorado en la Universidad de Maryland en College Park.
  • Profesor y coordinador de difusión y publicaciones en el Centro de Estudios Latinoamericanos de la misma universidad.
  • Ha traducido, entre otros, los libros: La herida y el arco, de Edmund Wilson (FCE, 1983) y Sueño del camino maya: el chamanismo ilustrado de Yucatán, de Richard Luxton y Pablo Balam (FCE, 1986).
  • Ha trabajado como secretario de redacción de La Gaceta del FCE (1976-1981) y como editor, subdirector y director de Ediciones Era (de 1991 a la fecha).
  • Premio de Poesía Carlos Pellicer 1987 por Las delgadas paredes del sueño.

FOTOS: REFORMA / Archivo. Cortesía Caniem