Enluta crimen al vallenato:
fueron 17 asesinados

De entre las numerosas matanzas que ha habido en los años recientes en Nuevo León, la del grupo de música vallenata Kombo Kolombia destaca no sólo por la barbarie, sino por su trama sanguinaria.

De acuerdo con lo que dieron a conocer las autoridades de entonces, el grupo —con tres años de formación y con la mayoría de sus integrantes provenientes de la Colonia Independencia—, habría sido contratado para amenizar una reunión en la finca La Carreta, ubicada al pie del Cañón de Potrero Chico, en el municipio de Hidalgo.

El último baile

Según testimonios, el grupo tocó la noche del 25 de enero del 2013 algunas horas en el lugar —conocido también como “El Guti”, por el apodo de quien dicen era su propietario y que se caracterizaba por una carreta sobre una base de piedras de río—, lo que incomodó incluso a los vecinos más distantes.

“Se escuchaba la música muy fuerte, más de lo que normalmente se escucha”, contó esa vez a EL NORTE el propietario de una finca.

“Nos fuimos a dormir y cuando despertamos ya no había nada, se nos hizo raro, porque cada que hacen fiestas ahí amanecen, y cuando despertamos ya no había nadie”.

Historia de terror

Habrían pasado algunas horas del recital cuando los músicos fueron sometidos por los asistentes, que en realidad eran integrantes del grupo de Los Zetas.

Los delincuentes, de acuerdo con versiones, los habían contratado para darles un castigo por presentarse en zonas y negocios dominados por la banda contraria, el Cártel del Golfo.

Los muchachos seguramente intentaron alegar inocencia, sin éxito, por lo que fueron torturados ahí o en el lugar donde les sería arrebatada la vida: un área baldía conocida como Las Estacas, a la altura del kilómetro 92 de la Carretera a Monclova, en Mina, a donde fueron transportados en una docena de camionetas.

Allí, en medio de la noche, los integrantes de Kombo Kolombia fueron hincados y fusilados. Sus cuerpos fueron arrojados a una noria.

Dejan ir a uno

Las características de la matanza y la ubicación de los cadáveres se conocieron porque los asesinos dejaron escapar a uno, quien fue ayudado por un trailero para llevarlo hasta una gasolinera, y desde allí, llamó a sus familiares para alertarlos sobre lo que había pasado. Y ponerle firma a la matanza.

La autoridad no tuvo dificultad en encontrar el pozo. La penosa tarea de extraer los cuerpos, ataviados con pantalón de mezclilla y playeras negras con letras verdes con la leyenda “Poderoso Kombo Kolombia, los creadores de la mejor cumbia del planeta” en color verde, estuvo a cargo de elementos de Protección Civil del Estado y un helicóptero.

Matan a 17

Los músicos e integrantes del grupo asesinados fueron el corista José Antonio Villarreal, de 39 años; Heiner Iván Cuéllar , de 24 años, tecladista y originario de Colombia; Víctor Ángel Santamaría, de 43 años, del staff; el saxofonista José Baudelio Santos, de 38 años; Javier Flores Valerio, de 29 años, trompetista, y Edgar Dimas Montes, de 31 años, del trombón.

También el acordeonista Francisco Javier Alfaro; Saúl Reynoso, de 30 años, segunda voz; Reyes Alejandro Mendoza, de 25 años, del staff; Mario Alberto Beltrán, de 24 años, en la guacharaca; Juan Ignacio Herrera, de 42 años, del staff; el guitarrista Juan Tomás Carrizales; Ricardo Alfonso Verduzco, de 27 años, en las congas; Carlos Alberto Sánchez, de 37 años, primera voz; José Rodríguez, en los timbales; el trompetista Federico Iván Méndez, y José Francisco Jiménez, ingeniero de audio.

Sólo dos detenidos

Según información de EL NORTE, los apoyos prometidos a las familias nunca llegaron y, hacia el 2014, fue encarcelado por secuestro José Isidro Cruz Villarreal, “Pichilo”, identificado como líder de los delincuentes en Hidalgo, Mina, El Carmen, Abasolo y Salinas Victoria, presunto autor intelectual de la masacre.

El delincuente se fugó con 35 reos del Penal de Apodaca en el 2012 tras la masacre que dejó 44 muertos, y habría sido detenido después de la matanza del grupo Kombo Kolombia por la delación de Carlos Pérez González, ex militar y policía de San Nicolás y García, asesinado en el Penal del Topo Chicos dos días después de su ingreso.

Otro detenido por la masacre del grupo fue José Guadalupe Frías Mendoza. No se sabe de más asesinos aprehendidos.

Así, el tiempo pasó, llegaron nuevos asesinatos y la matanza -la primera en el sexenio del ex Presidente Enrique Peña Nieto y una más en la gestión del ex Gobernador Rodrigo Medina-, quedó impune.

Eran un fenómeno

Kombo Kolombia fue todo un fenómeno popular, afirma el historiador José Alberto Rodríguez: sin ser de grandes disqueras, el grupo caló hondo en la juventud marginada, estrato también azotado por los grupos del crimen organizado al ser tomados sus integrantes como “clientes” y fuentes de reclutamiento desde muy temprana edad.

“La pobreza y la cercanía del narco han creado un gran estigma social”, afirma.

“Kombo Kolombia, su música y los que siguen tocando y oyendo ese género, son la parte de la sociedad regia que no queremos ver, el ojo que nos tapamos ‘para no ver las uñas sucias de la miseria’, diría Benedetti; pero cada tiempo brota y nos salta a la cara, por más que queramos dulcificarla”.

Vuelve barbarie

A 10 años de la masacre de los integrantes del Kombo Kolombia, cuyo mayor yerro habría sido tocar en antros y fiestas, dice que vuelven a la cabeza los años de barbarie y terror.

“Entonces, como ahora, nos tranquilizamos y los revictimizamos con un ‘seguro andaban en malos pasos’, y los volveremos a olvidar hasta otra efeméride”, comenta Rodríguez.

Por mucho tiempo quedó abandonado e intacto el lugar del secuestro: allí, dicen las notas periodísticas de entonces, entre una solitaria barra de cantina, una descuidada mesa de billar, la superficie de una improvisada pista de baile, envases de cerveza y un pequeño escenario como de salón de fiestas infantiles, permaneció por mucho tiempo el cancionero del grupo, tirado en el suelo y abierto en la canción “Nuestra Cumbia”.

La canción decía: “El forastero que venga aquí / se le enseña, / pa’ que baile sabrosito, / nuestra música costeña”

Por Daniel de la Fuente