Texto: Viridiana Martínez

Fotos: Elizabeth Ruiz

A la altura del corazón, Ana Saldaña tiene tatuada la palabra “resiliencia”.

“Creo que es la palabra que más me representa en muchos aspectos”, dice.

En la mano derecha tiene una tinta que dice “paciencia”. Fue el primer tatuaje que se hizo tras ser víctima de un ataque con ácido, sabía que durante su proceso echaría mano de esa capacidad.

“El ácido fue doloroso, pero enfrentarte a la justicia en este País es letal”, expresa.

Hace 5 años fue atacada en la Ciudad México, su caso sigue donde empezó. Tiene el apoyo de una defensa privada y de una ex diputada local. Sin embargo, sus agresores materiales e intelectuales están libres.

En su agresión hay una serie de negligencias y corrupción. Ella misma reunió pruebas, las cuales fueron extraviadas por la Fiscalía General de Justicia (FGJ) y nunca fue notificada de eso.

"No es necesario que te maten, que te quiten la vida para destrozarte la vida, los sueños, no estamos exigiendo nada que no sea nuestro derecho como mujeres y ciudadanas".

UN CAMBIO DE PLANES

De pequeña conoció los efectos de la violencia de género. Su madre tenía una fundación para ayudar a las mujeres que la padecían.

Sin embargo, el 12 de noviembre de 2018 le cambió la perspectiva. Una mujer se le acercó para venderle gelatinas y le arrojó ácido.

Tenía sólo 23 años, estudiaba una carrera universitaria y al mismo tiempo, trabajaba en lugar de sus sueños.

“Jamás, jamás me imaginé ser yo la víctima.

“Me cambió el plan, me cambió todo. Tuve que dejar el País, tuve que dejar a mi familia, tuve que dejar todo lo que era y lo que soñaba por buscar un refugio y un lugar seguro para poder volver a empezar con esta nueva realidad”, relata.

Cuenta que se volvió más resiliente y paciente, en una especie de reinicio de principio a fin en todos los aspectos y sentidos.

HUIR DE TU PAÍS

Ana detalla que se fue del País para protegerse de sus agresores y para reencontrarse.

Sin embargo, la impunidad la hizo volver hace unas semanas. Su caso no avanza pese a que la Fiscal Ernestina Godoy le prometió hace cuatro años, viéndola de frente, que le ayudaría a obtener justicia.

“El dolor no empieza cuando te avientan el ácido sino que esa es la punta del iceberg (…) hay tratamientos y procesos que duelen mucho más que el ácido”, asegura.

Agrega que ni en el sector público ni en el privado encontró protocolos de atención a víctimas con ácido. Pero, la cirujana Anabel Villanueva la ayudó a reducir los efectos del químicos.

“(Uno sale adelante) a base de mucha energía, a base de mucho tiempo, de mucho sacrificio de un dolor físico mental y psicológico que es inhumano”, señala.

MÁS ALLÁ DEL FÍSICO

Asegura que verse al espejo fue complejo, ya que la cara es parte de la identidad. Indica que su agresión fue como querer matarla en vida.

“Que yo haya enfrentado esto de la manera que lo hice no le quita lo que es. No le resta las dificultades que vienen aunadas a eso, porque quedarán marcas para siempre y no hay tratamiento, medicina, crema que te lo quite. Es un acto completamente directo a tu vanidad, a tu belleza, a ti como mujer”, describe.

“Fue una sorpresa el darme cuenta de que alguien pudiera pensar que con eso me iba a derrumbar, que con eso me iba a tirar. Genuinamente, mi única preocupación durante todo el proceso de recuperación físico fue mi ojo, el perder la vista”.

 

Ana pensó que era la única a la que le había sucedido algo así. Después, supo de otras mujeres que se han convertido en sus hermanas de lucha. Conoció a Carmen Sánchez, quien cinco años antes había sido agredida con el químico.

Así dejó de preguntarse el por qué sino el para qué, lo que le dio la fuerza para buscar cambios en el Código Penal.

En 2019 promovió y logró que en la Ciudad de México no se considerara un ataque de ácido como lesiones que “tardan en sanar hasta 15 días”, como a ella le habían clasificado el delito, sino como un ilícito con una pena de nueve a 12 años de prisión.

OTROS MÁS

Además de las dos palabras que tiene tatuadas, se suma “libertad” en su tobillo. Esto en referencia a que no podía salir ni moverse tras irse al extranjero a refugiar.
Recientemente, al regresar a México, se tatuó “congruencia”.

“Hay que ser congruente con lo que uno dice, con lo que uno hace, con lo que uno piensa, juntas cada palabra forman una cruz que conectan con mi corazón”, dice.

“Me siento muy tranquila y en paz con la manera en la que va, (mi vida) pero que esté tranquila y en paz no significa que vaya a renunciar a la justicia que me corresponde”.