Cuando Xi Jinping llegó al poder en 2012, algunos predijeron que sería el líder más liberal del Partido Comunista de China por su perfil discreto y su historial familiar. Más de diez años después, la realidad es bien distinta.

Xi Jinping obtuvo un histórico tercer mandato por 5 años como Presidente de China tras una votación formal del órgano legislativo del país, ratificando su condición de líder más poderoso en décadas. Único candidato al cargo, fue reelegido por el mismo periodo como jefe de Estado, cargo que ostenta desde 2013.

La votación fue de 2 mil 952 votos a favor y cero en contra.

En estos años, Xi demostró una ambición implacable, una intolerancia a la disidencia y un deseo de control que ha llegado hasta casi el último aspecto de la vida cotidiana de China.

Conocido al comienzo como el marido de una popular cantante, se ha erigido en un líder cuyo aparente carisma y habilidoso relato político han creado un culto a la personalidad no visto desde los tiempos de Mao.

Pero poco se conoce sobre su persona o lo que lo motiva.

Nació en 1953 en Pekín. Hijo de un viceprimer ministro de China y uno de los fundadores de la guerrilla comunista que operó en el norte del país, estudió ingeniería química y obtuvo un doctorado en teoría marxista y en educación ideológica y política.

Aunque su familia integraba la élite del partido, Xi no parecía destinado a esta posición. Su padre Xi Zhongxun, un héroe revolucionario llegado a viceprimer ministro, fue purgado durante la Revolución Cultural de Mao.

 

Xi quedó condenado al ostracismo por sus compañeros de clase, una experiencia que, según el politólogo David Shambaugh, contribuyó a “un desapego emocional y psicológico y a su autonomía desde muy temprana edad”.

Con 15 años fue enviado al centro de China, donde pasó años cargando cereales y durmiendo en cuevas.

“La intensidad del trabajo me impactó”, reconoció.

También participó en sesiones en las que debía denunciar a su propio padre, según explicó en 1992 al diario The Washington Post. 

“Incluso si no entiendes, te fuerzan a entender (…) Esto te hace madurar antes”, contó.

En 1974 dio inicio a su carrera política, uniéndose al Partido Comunista de China. Para 2012 fue nombrado Secretario general del Comité Central del partido, y un año después asumió la Presidencia del país.

 

Pero el camino no fue de rosas para Xi. Antes de entrar al PCCh, su solicitud fue rechazada varias veces por su legado familiar.

Y luego empezó a un “nivel muy bajo” como jefe del partido en un pueblo en 1974, apunta el biógrafo Adrian Geiges. Eso sí, “trabajó muy sistemáticamente” y llegó a Gobernador regional de Fujian en 1999, líder provincial del partido en Zhejiang en 2002 y luego en Shanghái en 2007.

En el plano personal, Xi se divorció de su primera mujer para casarse en 1987 con la popular soprano Peng Liyuan, entonces más conocida que él.

Para Cai Xia, una antigua dirigente del PCCh ahora exiliada en Estados Unidos, Xi “sufre un complejo de inferioridad, al saber que está pobremente educado en comparación con otros altos dirigentes del partido”.

Por ello es “susceptible, obstinado y dictatorial”, escribió en un artículo reciente en Foreign Affairs.

En 2007 fue nombrado en el comité permanente del Buró Político, el máximo órgano de decisión de China. Y cinco años más tarde llegó a la cumbre, reemplazando a Hu Jintao.

Su trayectoria no hacía presagiar lo que vino después: represión de movimientos civiles, medios independientes y libertades académicas, presuntos abusos de derechos humanos en la región de Xinjiang, o una política exterior mucho más agresiva que la de su predecesor.
 

La narrativa presidencial de una China en auge ha causado gran efecto en la población, usando este nacionalismo a su favor para legitimar el partido entre la población.

Pero también es evidente el temor a perder el poder. 

“La caída de la Unión Soviética y del socialismo en el este de Europa fue una gran conmoción para Xi”, estima Geiges.

Y su conclusión es que este hundimiento fue por la apertura política.

Decidió que algo así no debe ocurrir en China (…) Por eso quiere un liderazgo fuerte del Partido Comunista, con un líder fuerte”, añade.

Durante décadas, la República Popular de China, escaldada por el caos político y el culto a la personalidad durante el reinado de su dirigente y fundador Mao Zedong (1949-1976), promovió un sistema de Gobierno más colegial en las altas esferas del poder.

 

En virtud de este modelo, los predecesores de Xi (Jiang Zemin y Hu Jintao) dejaron la presidencia tras diez años en el cargo. Pero Xi puso fin a esta regla al abolir en 2018 el límite constitucional de dos mandatos presidenciales, mientras alimentaba un incipiente culto a su personalidad. 

Se convertirá así en el dirigente con más años en el poder en la historia reciente del gigante asiático. Bien entrado en la setentena cuando termine su tercer mandato, podría incluso aspirar a otro lustro como Presidente si ningún sucesor creíble emerge en este tiempo.

Desde el comienzo de su mandato, Xi se comprometió con combatir la corrupción. Sin embargo, su campaña anticorrupción ha sido vista por críticos de su Gobierno como una forma de quitar del camino a posibles oponentes y consolidad su poderío.

Entre los funcionarios que fueron llevados a juicio a través de sus políticas anticorrupción, se encuentran Zhou Yongkang y Bo Xilai, altos funcionarios del Partido Comunista, acusados de conspirar para desestabilizarlo.