Encerrados entre piedra y concreto, los ahuehuetes del Bosque de Chapultepec mueren de sed. Foto: Héctor García

Un miércoles de abril, al mediodía, una cuadrilla de trabajadores con palas de albañil se esmeraba en la construcción de un arriate de cemento y piedra, de un grosor y circunferencia considerables, con el Lago Menor del Bosque de Chapultepec a sus espaldas.

Con gran meticulosidad, los obreros montaban lajas de piedra, una sobre la otra, para darle un efecto “Gaudí” al tosco macetón que, una vez limpio, tendría un color agradable a la vista, acorde al entorno verde.

De buenas y riendo entre ellos, aun bajo el rayo del sol que ninguna sombra mitigaba, los hombres de chaleco naranja parecían no reparar en el hecho de que, en realidad, lo que estaban construyendo era una cárcel.

Al centro de su obra, defenestrado por grafitis, seco y enfermo, un ahuehuete de unos 800 años hoy agoniza, sepultado por piedra y concreto.

La intervención es inadecuada para las necesidades de los árboles centenarios, estiman especialistas. Foto: Héctor García

Ese día, 5 de abril, durante un recorrido por la Primera Sección del Bosque, el arquitecto paisajista Saúl Alcántara, presidente del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (Icomos), Capítulo Mexicano, pasó del enojo a la tristeza franca.

Después de varias horas de caminata entre decenas de ahuehuetes muertos y moribundos, el trayecto remató en esa intervención errada que ahoga un monumento vivo.

“El ahuehuete es un árbol realmente mágico”, expuso, sentado a pocos metros de donde, a su parecer, se estaba cometiendo algo cercano a un crimen.

“Bernardino de Sahagún escribió que los antiguos mexicanos le dijeron que antes de la llegada de los mexicanos,100 años antes, los ahuehuetes eran seres humanos; tienen espíritu, tienen alma”, lamentó.

La palabra “ahuehuete”, proveniente de los vocablos en náhuatl “atl” (agua) y “huehue” (viejo), representa muy bien a los árboles longevos, que pueden alcanzar hasta los 2 mil años de edad, y también refleja su apremiante necesidad hídrica para sobrevivir.

A pocos metros del lago, esos árboles centenarios son, entonces, “Viejos del agua” que no pueden aliviar su sed.

En esa figura al centro del arriate se reúnen todos los males que aquejan a los ahuehuetes de la Primera Sección del Bosque: intervenciones que inhiben su acceso al agua, podas inadecuadas, flora y fauna invasivas, vandalismo y desatención generalizada.

Constreñidos por cemento, invadidos por plantas que les roban nutrientes, dañados por pintas e incendios, y maltratados por varillas y concreto en sus troncos, los ahuehuetes, cuando no son derribados o caen muertos, apenas sobreviven.

“El Bosque de Chapultepec se está convirtiendo en un camposanto de ahuehuetes”, condenó Alcántara durante el recorrido.

Con una política de conservación que especialistas consideran equivocada, cuadrillas de trabajadores del Gobierno de la Ciudad de México se afanan en construir sus cárceles y tumbas.

La piedra y el cemento asfixian las raíces de los ahuehuetes. Foto: Héctor García

Palimpsesto mexicano

“Somos testigos de árboles centenarios que son como el palimpsesto de este territorio; no de la Ciudad, del territorio entero”, aquilata Saúl Alcántara.

La palabra “palimpsesto” se utiliza para denominar un manuscrito que todavía retiene las marcas de una escritura anterior, parcialmente borrada, pero todavía visible.

La historia de México puede verse reflejada en los ahuehuetes, que permanecen inamovibles, aunque en peligro, a lo largo de todas las épocas.

Basta recordar que el Árbol del Tule, ubicado en Santa María del Tule, Oaxaca, y quizá el más famoso de esta especie de árboles, tiene una edad que los cronistas estiman como superior a los 2 mil años.

De acuerdo con un estudio publicado por Alcántara, los Viejos del agua están presentes en códices prehispánicos, como el Borgia y el Boturini, y en los coloniales, como el Mendocino, el Tudela, el Florentino, el Aubin y el Chimalpopoca.

Por ejemplo, la lámina 3 del Códice Boturini, la “Tira de la peregrinación”, muestra la inconfundible figura de un ahuehuete, al pie del cual los mexicas erigieron un templo antes de la fundación de Tenochtitlan.

 

El "Códice Boturini" o "Tira de la Peregrinación" es un documento de 5.49 metros dividido en 22 láminas pintadas por un solo lado, de acuerdo con información del INAH. Imagen tomada de: http://codiceboturini.inah.gob.mx

En la cosmogonía de ese pueblo, recuerda también Alcántara, el ahuehuete es un árbol sagrado, puesto que fue en la oquedad de uno de ellos donde la pareja Tata y Nene se resguardaron durante 52 años para sobrevivir al diluvio que dio fin al Cuarto Sol, como se muestra en el Códice Chimalpopoca.

Este árbol frondoso, relacionado siempre con el agua, simbolizaba cobijo y protección, cualidades deseables en un buen tlatoani.

Con frecuencia, los ahuehuetes centenarios todavía reciben ofrendas florales y son el centro de diversas ceremonias oficiadas por quienes todavía recuerdan su vínculo con la historia del territorio.

Sin embargo, la mayoría de los habitantes contemporáneos no han podido mantener con vida a los árboles que cuidaron de sus ancestros.

“En pleno siglo 21, vemos que se le da la espalda a la vida”, reclama el especialista en conservación del patrimonio cultural y natural.

Para el presidente de Icomos, este siglo ha sido especialmente cruel con los árboles centenarios, con la Ciudad de México y sus políticas públicas como un caso precautorio.

Los ahuehuetes del Bosque de Chapultepec, contextualiza, son atribuibles a Nezahualcóyotl, cuyo fervor por estos árboles quedó registrado por Bernal Díaz del Castillo, quien escribió sobre el jardín con 2 mil ahuehuetes que el tlatoani mandó plantar en el hoy Parque Nacional “El Contador”, en San Salvador Atenco.

Aunque no existe una cifra precisa de cuántos ahuehuetes hubo originalmente en Chapultepec, se sabe que cuando Maximiliano de Habsburgo llegó a México, en 1864, encargó a su jardinero, Wilhelm Knechtel, un censo del bosque.

“En ese entonces se contaban alrededor de 360 ahuehuetes”, señala Alcántara. “Hoy día, vemos 40, o 30, más o menos, y la gran mayoría, un 60 por ciento, están muy dañados “.

Una acumulación de políticas ambientales y culturales erradas han llevado a los ahuehuetes, entrañable palimpsesto mexicano, a esta disminución crítica.

 

Algunos árboles muestran las huellas del maltrato. Foto: Héctor García

A través del camposanto

Por la Calzada de los Poetas del Bosque de Chapultepec, un busto oxidado de Manuel Acuña, sobre un pedestal sin placa, pareciera mirar la escena con gravedad.

A unos pasos, en un pequeño monumento en forma de lápida, se reproducen algunos versos de su poema Hojas secas.

“Cada hoja es un recuerdo / tan triste como tierno / de que hubo sobre ese árbol / un cielo y un amor”, reza la inscripción, puesta al pie de un ahuehuete moribundo.

Esta calzada, junto con el vecino Hemiciclo a Juventino Rosas, son ejemplos que reflejan con gran claridad una política urbana que, históricamente y hasta ahora, suele favorecer la piedra y al cemento por encima de la naturaleza.

 

Históricamente, las obras realizadas en el bosque han ido encerrando los árboles entre caminos de concreto. Foto: Héctor García

En esa zona de la Primera Sección, los monumentos, caminos de concreto y las amenidades para los paseantes han ido encerrando cada vez más a los árboles centenarios en arriates o macetones que los están matando de sed.

“Los ahuehuetes de Chapultepec han perdido prácticamente el aporte de agua natural”, explica la bióloga paisajista Luisa Sandoval, dictaminadora de arbolado urbano.

De enormes raíces, troncos de gran circunferencia y hojas copiosas cuando están sanos, los ahuehuetes pueden soportar condiciones muy adversas, pero, como cualquier ser vivo, tienen un límite.

“El ahuehuete tiene una particularidad, que los hacer ser longevos, que los hace árboles centenarios, que es que se pueden adaptar a condiciones agrestes y, en este caso, al medio de la Ciudad. Sí dependen del agua y sí pueden almacenar en sus raíces un poco de esta disponibilidad, pero si tú le pones estas capas de cemento, no va a haber árboles que lo toleren”, previene la especialista.

Con 20 años de trayectoria, Sandoval formó parte del grupo que realizó los trabajos para que el Árbol del Tule ingrese a la Lista Indicativa de México, antesala para ser nombrado Patrimonio Mundial de la UNESCO, por lo que conoce bien lo que se necesita para que un ahuehuete llegue a su edad potencial.

“A los ahuehuetes les encanta el agua”, zanja. “A los ahuehuetes les gusta estar principalmente en suelos donde, por lo menos, el manto freático todavía se conserve”.

Esta idea, tan aparentemente sencilla, ha sido completamente ignorada en áreas muy amplias de Chapultepec, donde la mancha humana arrincona a los ahuehuetes, constriñendo sus raíces entre concreto, en lugar de establecerse ordenadamente en torno a ellos.

Inclusive en las zonas de Chapultepec más densamente arboladas y con menos edificios, se requieren cuidados especiales para las especies más resistentes.

“En un medio natural los árboles no necesitan que se les fertilice, tampoco necesitan podas, pero aquí la intervención humana ya es demasiada, entonces sí necesitarían, si nos enfocamos en los ahuehuetes de Chapultepec, si necesitarían por lo menos cada dos años una fertilización de manera adecuada”, abunda Sandoval.

Los atenciones, cuando se tienen, también llegan a ser equivocadas, como lo muestran las ramas de los ahuehuetes, podadas a machetazos.

“Tienen podas muy mal realizadas, que están generando pudriciones en todo el tronco”, señala al respecto Saúl Alcántara. “Hay que hacerles podas fitosanitarias, no moches”.

Las copas pardas y anaranjadas, los desprendimientos de corteza y el fototropismo (cuando los troncos, estresados, se inclinan para buscar la luz), exhiben las pésimas condiciones de salud de los ahuehuetes.

En ciertas áreas, los problemas son añejos, como en el caso de la proliferación de truenos, especie de árbol plantada en Chapultepec en la época de Porfirio Díaz que no deja pasar adecuadamente el sol hacia el suelo, secándolo e impidiendo nutrientes para otros.

Por todos lados en la Primera Sección abundan las malas prácticas del pasado, como ocurre con un ahuehuete cercano a la Fuente del Quijote, cuyo interior incendiado fue “reparado” tapiándolo con maderos unidos con una malla, bajo una manta pintada de café para que no se note.

 

 

Un incendio en el tronco de este árbol fue tapado de manera improvisada y sin procurar su rehabilitación. Foto: Héctor García

Tienen podas muy mal realizadas, que están generando pudriciones en todo el tronco. Hay que hacerles podas fitosanitarias, no moches".

También algunos árboles sujetos a procedimientos de dendrocirugía, práctica ya superada que consistía en “operar” a los ahuehuetes enfermos con varillas de metal y rellenándolos de concreto.

“Estamos hablando de que los árboles son organismos vivos, los árboles tienen un sistema, como las venas de nuestro cuerpo, que, precisamente, tiene que conducir tanto nutrientes como agua, ¿qué pasaría si a nosotros nos bloquean una vena?”, compara Luisa Sandoval, refiriéndose a lo errado de estas prácticas.

Por un error o por otro, el agua no llega a los que, insiste Alcántara, son monumentos culturales y naturales vivientes.

“Son monumentos históricos que no son mineralizados, están vivos. Cada vez vemos un deterioro más acentuado por la falta de agua, son árboles Viejos del agua que están muriendo de sed”, resume Alcántara.

Imponente, con el Monumento a los Héroes del Escuadrón 201 a la espalda, el ahuehuete conocido como “El Sargento”, que llegó a superar los más de 40 metros de altura, es un cadáver de pie que funge como una advertencia que no se ha atendido desde que falleció, en 1969.

lgunos otros ahuehuetes muertos no han tenido tanta suerte para ser recordados, como en el caso de aquellos cuyos troncos yacen por el suelo y, a lo mucho, les plantaron unos cuantas especies alrededor a modo de mausoleo.

Otros tienen un destino más bien trágico, como el ahuehuete que, al morir, fue convertido en bancas y mesitas para jugar ajedrez, dispuestas junto a un establecimiento para la renta de bicicletas.

Hay distintas formas de acabar en ese camposanto.

 

Sequía, pero no para todos

La multimillonaria lluvia de recursos que ha caído sobre el bosque por el megaproyecto Chapultepec, Naturaleza y Cultura, no ha sido utilizada para saciar la sed de los ahuehuetes.

Tan sólo el pasado 7 de marzo, mediante un convenio de reasignación de recursos publicado en el Diario Oficial de la Federación, se estableció que en este 2023 la Secretaría del Medio Ambiente (Sedema) de la Ciudad de México recibirá 765 millones 870 mil pesos más para obras, estudios y proyectos ejecutivos.

Se trata del tercer año consecutivo en el que una cuarta parte del presupuesto de la Secretaría de Cultura federal se usa para el proyecto prioritario, que ha sido criticado reiteradamente por dispendioso y centralista.

Aun con ello, los problemas de los ahuehuetes no se resuelven o, de acuerdo con especialistas, se intentan resolver mal.

El pasado 21 de abril, durante un segundo recorrido por la Primera Sección, una manta color guinda todavía anunciaba: “Estamos mejorando el entorno de los Ahuehuetes centenarios de Chapultepec”.

En el caso del ahuehuete de 800 años de edad, la mejora de su entorno consistió en terminar el arriate de cemento, ostensiblemente lleno de piedras sobrantes de la construcción que terminarán por asfixiar al árbol y compactar su suelo.

“Yo quiero entender que lo hacen con la mejor de las intenciones, pero que no están bien asesoradas las personas que llevan a cabo estas prácticas de arboricultura. Tú le estás quitando a estas raíces la oportunidad que tuvieran de tener estos pocos nutrientes por captación pluvial”, explica la bióloga Luisa Sandoval sobre la intervención.

Este mismo destino le espera a otros ahuehuetes en la cercanía, que también están siendo rodeados con arriates con piedras en su interior.

Otros, también en la zona del Lago Menor, fueron despojados de sus arriates previos, pero ahora se encuentran cubiertos de plantas que, a decir de Sandoval, competirán por los escasos nutrientes del suelo.

En estos árboles, expuso también la bióloga al revisar una fotografía, se usó un material llamado mulch, o acolchado, que sí ayuda a retener la humedad, pero que, cuando se usa en exceso, como es el caso, priva a las raíces de oxígeno.

El criterio para tratar a los ahuehuetes, lamenta la especialista, pareciera más estético que de conservación científica.

 

“Ha sido difícil que las autoridades nos entiendan por qué son tan importantes los árboles, entonces en el momento en que se tiene que ejercer un presupuesto, desgraciadamente se contrata a gente que no es la adecuada, o que no los capacitan bien y entonces se sigue con estas malas prácticas”, concluye Sandoval sobre una práctica que, asegura, ocurre frecuentemente y a nivel nacional.

Pese a la inversión del proyecto Chapultepec Naturaleza y Cultura, los ahuehuetes, patrimonio cultural y natural, no han recibido la atención adecuada, consideran especialistas. Foto: Héctor García

Consultada por este diario, la Sedema no concedió una entrevista para conocer los planes de intervención a los ahuehuetes y su estado de salud.

Para Saúl Alcántara, además de liberar a los árboles centenarios de los arriates, sería necesario devolver a Chapultepec su riqueza hídrica, una obra que podría comenzar, sin grandes costos, circulando el agua de los lagos para ayudar a la flora.

“Es muy sencillo echar a andar de nuevo los apantles, es decir, los canalitos de agua, llevarles agua, abrirles su espacio al goteo de la fronda, a todos estos monumentos abrirles y descompactar los suelos, echarles nutrientes”, recomienda.

En la Ciudad de México, sin embargo, como ocurrió con el caso del ahuehuete de Paseo de la Reforma, las autoridades parecieran no encontrar el modo de garantizar la conservación de estos árboles.

“Nuestro ahuehuete, viejo de agua, ya echa sus raíces en Paseo de la Reforma, es un árbol que da vida y esperanza a la Ciudad y a nuestro país”, tuiteó la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, el día en el que se instaló el árbol que habría de ser retirado, menos de un año después, en estado crítico.

Los ahuehuetes centenarios del Bosque de Chapultepec todavía esperan a que algo de esa vida y esperanza logre filtrarse, como el agua que necesitan, hacia ellos.

 

Estamos hablando de que los árboles son organismos vivos, los árboles tienen un sistema, como las venas de nuestro cuerpo, que, precisamente, tiene que conducir tanto nutrientes como agua, ¿qué pasaría si a nosotros nos bloquean una vena?".