La casa de la condenada

Esta es una de las leyendas que Carlos H. Loza afirma que rememora un pasado que veía a la mujer desde los estereotipos. Está basada en una finca en el Centro de Guadalajara, en la esquina de la Calle Juan Manuel y Alcalde, donde dicen que asustan. 

Se aparece, dicen, una mujer pálida y de orejas grandes que arrastra pesadas cadenas y leyendo un libro con sus hojas quemadas.

Dicen que en vida se dedicaba a leer libros prohibidos y a renegar de la religión, por lo que cayó enferma y, presintiendo su muerte, no dejó que ningún sacerdote entrara a confesarla. 

Pidió, de hecho, que cuando muriera la enterraran con uno de sus libros prohibidos en la mano. 

Por la noche sólo la velaron una amiga suya y sus sirvientas, quienes por la escucharon ruidos extraños en la alcoba donde se encontraba el cadáver de la mujer, que desapareció misteriosamente. 

Los Gentiles de Tuxpan

Esta es la leyenda que los antiguos pobladores contaban sobre la presencia de una especie de criaturas acuáticas que habitaban en el Río Tizatirla, que rodea el Municipio de Tuxpan. Dicen que a finales del siglo 19, algunas personas que nadaban en el río lograron ver los misteriosos seres a los que llamaban “Los gentiles”, por poseer facciones parecidas a las de la gente, pero cuya morfología, decían, recordaban al de animales anfibios. 

Quienes afirmaban haberlos visto hablaban de no reconocer si los animales eran machos o hembras, aunque algunos parecían tener bustos y, eso sí, estaban cubiertos de algas marinas. 

No eran malvados, recuerdan quienes escucharon la leyenda, se dice que eran portadores, que tenían buenos sentimientos y que incluso llegaron a salvar vidas de niños y mujeres de las aguas profundas y las corrientes del río. 

Las brujas de Acatic

Es de conocimiento casi general que en la Región Altos Sur, el Municipio de Acatic es llamado la tierra de los brujos. Hoy día allá se pueden encontrar personas que se dedican a hacer limpias, amarres y adivinaciones de ese tipo. 

Esa leyenda data de hace varios siglos y afirman que había brujos y brujas que por las noches se transformaban en lechuzas que vigilaban la Ciudad desde la torre de la Parroquia de San Juan Bautista. 

Incluso hay leyendas que cuentan sobre una pareja de brujos muy pobres que, a veces, transformaban al marido en guajolote para que la mujer lo vendiera a las personas del pueblo y que él, por las noches, se transformara para regresar a casa sin un rasguño. 

Dicen los que recuerdan que a veces los campesinos les gritaban a los animales voladores para que no les afectaran a su trabajo en el campo por las noches. 

Estas leyendas podrían provenir desde la colonia.

Detalle del mural del Ánima de Sayula, ubicado en la Casa de la Cultura de Sayula, Jalisco.

El anima de Sayula

Esta es una leyenda un poco más pícara que terrorífica. Habla, sí, de un fantasma, pero también de la homofobia que habitaba en los pueblos de Jalisco hasta el siglo 20. 

Este relato, que hoy es ampliamente difundido para el turismo de la región, durante años fue motivo de vergüenza para muchos habitantes en Sayula, Municipio del sur de Jalisco, y de burla de otros municipios de la región. 

El ánima de Sayula fue inspirado en una broma que urdieron el autor, un peluquero de nombre José Arreola y Blasito, el boticario del pueblo, cuya víctima fue Apolonio Aguilar, un ropavejero de Sayula. 

El autor del poema que le dio vida a la leyenda fue el michoacano Teófilo Pedroza en 1871, después de haber vivido en Ciudad Guzmán. Esta leyenda dice que José Arreola engañó a Apolonio Aguilar con el cuento de que un fantasma le entregaría riqueza si iba a verlo a medianoche en el cementerio de Sayula.

Tratando de conseguir cumplir el reto Apolonio, se encuentra con que la propuesta del fantasma es un encuentro sexual al que finalmente no acepta. 

Hoy el ánima es parte de la iconografía del pueblo, se encuentra en paleterías, libritos con los versos a la venta, esculturas y hasta en cervezas. 

El Chavarin de Ameca

La leyenda de esta tierra tiene que ver con una temporada de alta sequía a principios de siglo que no permitía la cosecha de maíz y caña en aquella época. 

Se habla de un hombre honrado y respetado por su comunidad, un muchacho de una familia de pescadores, Lucio Chavarín, que se convirtió en un gran pescador en el río Ameca. Cuando la sequía terminó con los peces, la familia de Chavarín se ve fuertemente afectada económicamente, a tal punto que el pescador decide venderle su alma al diablo. 

El diablo se le apareció en una serpiente acuática que le ofrece, a cambio de hacerse el mejor pescador, dormir con la serpiente que él veía con una mujer hermosa. Su familia, incluida su esposa, lo descubre, por lo que la familia le pide apoyo al cura de la iglesia para recuperar su alma. 

Chavarín huye al río y ahí se esconde y se convierte en un monstruo, unos dicen que como un humano peludo, otros dicen que con cuerpo de pescado, pero siempre acompañado de la serpiente: durante muchos años cada que había un ahogado o un accidentado en el río, le echaban la culpa al Chavarín.

La princesa de Jamay

A las orillas del Lago de Chapala, en el Municipio de la Región Ciénega, hay una leyenda sobre una princesa llamada Zazamol o Xamayaín, del que según dicen proviene el nombre de Jamay. 

Se trata de una leyenda de la población indígena que habitaba Jamay antes de la conquista. 

Una doncella, hija de uno de los líderes de la comunidad, desapareció en el lago un día que tomaba un baño. 

Dicen que la doncella, hija de un cacique indígena de la región, que podría haber sido de la cultura Coca o la Tecuexe, poseía una gran belleza, que todos envidiaban y buscaban poseer. 

Cuando se bañaba en el lago se formó un torbellino que la debora. 

Su padre mandó a traer a los mejores nadadores de la región para buscar a la princesa pero lo único que encontraron fue la flor de zazamol, una especie de nenúfar flotando en el agua.

Los músicos de Colotlán que tocaron en el infierno 

Este Municipio del Norte de Jalisco encierra una leyenda de un grupo de músicos que, según se cuenta, bailaron con el diablo. 

Cuenta la leyenda que a principios del siglo antepasado había un grupo de músicos que complacían a los parroquianos de las cantinas cantando sus canciones.

Así iban de cantina en cantina todas las noches, hasta que en una ocasión habían terminado temprano de recorrer todos los barrios de Colotlán y sin más clientes para complacer, desesperados por llevar el pan a la mesa, uno de los músicos exclamó: “Si el diablo me pagara por ir a tocar al infierno, sin problemas iría”. 

No mucho después de haber dicho eso se presentó un elegante caballero que les ofreció tocar en una fiesta muy exclusiva por una buena paga, el único requisito era taparles los ojos para llevarlos a la fiesta con el fin de que no supieran cómo llegar al sitio. 

Cuando arribaron al salón elegante donde sería la tocada reconocieron a algunas de las personas que estaban allí tocando y bailando como personas que habían muerto pero que en vida se dedicaban a labores ilícitas. 

Sin hacer muchas preguntas al final les pagaron con monedas de oro pero los abandonaron a su suerte en plena noche para que caminaran hasta el pueblo. Amaneció y cuando menos se dieron cuenta sintieron las bolsas de sus pagos más ligeras para darse cuenta que estaban llenas de alacranes, sapos, víboras y arañas por lo que dedujeron que habían tocado en el infierno y regresaron muy asustados a rezar a sus casas.

Información: Alejandra Carrillo
Fotos: Cortesía
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