
Julio espera el camión en una esquina grafiteada de la calle La Esperanza, en la Colonia Gloria Mendiola. Dejó la secundaria hace dos años y está por convertirse en papá. Tiene 16 años.
“La semana que entra se alivia mi señora”, dice en esta plática a mediados de mayo. Su novia, de 18 años, estudió también sólo hasta secundaria.
Él creció con sus abuelos maternos en García, municipio en el que estudiaba, pero cuenta que en el 2021 se vino a vivir a esta zona con familiares paternos y ya no quiso volver a la secundaria.
Su mamá falleció cuando era un bebé y durante su infancia vio ocasionalmente a su papá, un vendedor ambulante de muebles de plástico que vive en Escobedo.
“Pa’ qué te echo mentiras, ya estoy juntado y todo, entonces ya nada más pienso en trabajar”, expresa Julio y luego agrega que ahora le ayudará a su papá con la venta de sillas y mesas en la calle.
También comparte que le han ofrecido dinero por asesinar y no ha aceptado porque conoce las consecuencias.
“Prefiero trabajar mejor honrado que andar en malos pasos, no duran mucho, la verdad”, refiere sobre jóvenes de su misma edad que han muerto.
Hay otras situaciones como la de Andrea, una adolescente de 15 años que dejó de estudiar en la Prepa 15 Unidad Florida el año pasado para comenzar a trabajar de tiempo completo en una pizzería y ayudar con los gastos a su mamá.
“A mi abuelita le dio Covid, se le complicó y falleció”, cuenta la vecina de la colonia Independencia.
“No teníamos recursos para cubrir esos gastos del funeral y entonces me salí de la escuela y empecé de tiempo completo para tener más dinero”.
No conoció a su papá, y su mamá, cajera en un supermercado, es el sustento económico para ella y sus hermanos de 5 y 3 años.
Como estos casos se cuentan miles más en Nuevo León de jóvenes que han abandonado sus estudios, cada uno con su historia particular.
Para conocer sus rostros se entrevistaron de forma aleatoria a adolescentes que coinciden en problemáticas como falta de dinero, familias disfuncionales, embarazos y consumo de drogas.

La más reciente Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2022 Continua para Nuevo León arroja de 4 de cada 10 jóvenes de entre 15 a 24 años dejaron sus estudios.
¿Los motivos?
1. Por falta de dinero (35 por ciento)
2. Ya no quiso estudiar (25 por ciento)
3. Dijeron haber cumplido su meta (16 por ciento)
Aunque la Ensanut es un documento con énfasis en temas de salud, su cuestionario aplicado en hogares abarca preguntas de abandono escolar para conocer la composición de familias y analizar la relación que pueda haber entre problemáticas de salud y deserción.
En una comparativa de la matrícula de los ciclos escolares 2020- 2021 y 2021-2022, de documentos oficiales de la Secretaría de Educación del Estado, hay más de 20 mil adolescentes que pudieron haber desertado tan sólo en bachillerato.
Aunque las cifras son alarmantes, la buena noticia es que en los últimos 10 años, pese a la pandemia por Covid-19, la deserción disminuyó en Nuevo León.
Según datos del Consejo Nuevo León y de la SEP los porcentajes de abandono escolar han bajado en nivel medio superior: de 36 por ciento en 2014 a 18 por ciento en 2023; y en nivel superior, de 60 por ciento (2014) a 44 por ciento (2023).

En un recorrido por colonias de las faldas del Cerro del Topo Chico, en los límites entre Monterrey y Escobedo, pareciera que es más difícil encontrar a un adolescente mayor de 15 años que sí estudie.
Es una de las zonas más marginadas del área metropolitana.
En un tejabán de la colonia Unidad del Pueblo vive Lesly, de 15 años. Hace dos meses dejó de ir a clases en la Secundaria No. 75 “Emiliano Zapata”.
“Ya no me gustaba”, responde.
Su mamá es empleada doméstica y tiene dos hermanos de 13 y 16 años que también dejaron de estudiar.
Y la respuesta se repite: “Ya no me gustó la escuela”.
Otras chicas de su edad ya dejaron la secundaria porque están embarazadas o se fueron a vivir con su novio.
“O también por las drogas, la mota, el tolueno”, expresa con la normalidad de lo que se vive en este sector.
Kenia tiene 22 años y ya es mamá de dos hijos, de 5 y 1 años.
Con una sombrilla, camina cargando al más pequeño y se dirige al jardín de niños del sector para recoger al más grande.
Ella dejó la secundaria trunca.
“Ya no quise estudiar”, dice la joven, ama de casa. Su pareja es empacador en una empresa, con prepa trunca.
En lo alto de la colonia Colinas del Topo Chico, en Escobedo, están Jesús Leonardo, de 16 años, y su hermano Óscar, de 13.
No conocen a su mamá y viven con su abuelito, un pepenador de botellas de plástico y cartón. Ninguno de ellos estudia.
“Es que no me gusta estudiar”, repite Jesús.
En el día se entretienen haciendo mandados a vecinas a cambio de 10 o 20 pesos.

Hay otros escenarios a los que se enfrentan los maestros.
Un director de una secundaria pública que recién llegó a este plantel en San Nicolás saldrá a vocear por calles de la colonia para invitar a los adolescentes a que vayan a la escuela a pedir informes.
De acuerdo con el maestro, al llegar a esta secundaria se enteró que antes de la pandemia en turno matutino tenían una matrícula de 650 alumnos y ahora son 450, una situación que, asegura, se repite en otros planteles educativos.
“Se fueron 200 alumnos, ¿a dónde?”, cuestiona este directivo que estaba antes en un plantel de Guadalupe.
“Quiere decir que el directivo anterior no trabajó el punto, entonces me compré dos eliminadores de corriente para empezar el voceo para atraer a los alumnos otra vez a la escuela”.
Walcoy Rivera, director de la Prepa 15 Unidad Florida de la UANL, señala que tras la pandemia se disparó el número de alumnos con problemas emocionales y trastornos mentales, situaciones que los hacen bajar su rendimiento y, por consecuencia, quedar suspendidos.
“Hemos encontrado un factor común, que es la desinformación.
Los papás a veces desconocen que hay un cierto padecimiento en sus hijos, algún trastorno, un espectro autista o una de estas situaciones que los papás lo desconocen por completo”, señala.
“Entonces también para el papá es nuevo este proceso postpandémico, que para mí es un nuevo contexto social”.
Allison, de 16 años y diagnosticada con ansiedad, es una de las adolecentes suspendidas. Su mamá, empleada doméstica, no pudo comprarle los medicamentos recetados para su padecimiento.
A veces tampoco tenía dinero para los cuatro camiones diarios que tomaba para ir a la prepa y regresar a su casa en la colonia Vistas del Río, en Juárez.
“No me quería despertar, yo tengo ansiedad y no me despertada y ya por eso no iba a la prepa”, cuenta Allison.
“Mi mamá me dijo que ya no me tomara el tratamiento, es que mi mamá no tiene dinero para pagar el medicamento y me dijo que mejor nada más me atendiera con la psicóloga de la escuela”.
La UANL les ofreció a ella y a Andrea una beca completa de los pagos de Rectoría y cuota interna, además de que el departamento de tutoría les ha dado seguimiento en busca de que se reintegren el próximo semestre.
Jonathan tiene 18 años y fue internado en un centro de rehabilitación para adicciones hace casi un mes.
Dejó la prepa en la Universidad Metropolitana en febrero pasado. Trabajaba en el área de almacén de una refaccionaria y se pagaba sus estudios, pero comenzó a drogarse con piedra, al grado de quedar en un estado físico muy afectado.
“De repente empezó a bajar de peso y se le empezó a manchar por completo la cara”, cuenta su madrastra.
El adolescente, de quien se cambia su nombre, le confesó consumir primero mariguana y luego piedra con un grupo de jóvenes del mismo sector en donde viven en la colonia Martínez, en Monterrey.
“Lo que pasa es que yo siento que ahora las drogas están muy al alcance de los jóvenes, porque ya ahora donde quiera te topas con personas que venden”.