DESARMAR EL ROMPECABEZAS
Pieza por pieza, avanzan los trabajos.
En una bodega acondicionada en la cara del Centro SCOP, cerca de 2 mil piezas de un rompecabezas monumental se encuentran perfectamente embaladas y custodiadas día y noche.
“Éste es el trabajo más importante”, bromea, con orgullo, la especialista Luisa Hernández, encargada del área de catalogación de la obra.
“Lo que hacemos es tener control de cada mínima parte de un mural, que es un panel, que es la unidad mínima que conforma un mural”, explica.
La solución ofrecida por CAV para el retiro de los murales, tras el estudio puntilloso del sitio, se basa en poder desmontar los murales por piezas y tener el suficiente cuidado para saber unirlas de regreso.
Según explican Ramón Velázquez y Liliana Olvera, el retiro de los murales se lleva a cabo de dos formas, dependiendo de si se trata de las secciones originales o la reconstrucción tras el sismo de 1985.
Para el alivio de los especialistas, uno de los grandes aciertos que se realizaron en la intervención postsismo es que cada parte reconstruida de mural está dividida en paneles desmontables de 1 metro por un 1 metro.
Esto permite que una cuadrilla de restauradores, como Tabatha González y sus colegas, trabajen de arriba a abajo limpiando cada parte del mural y aplicando dos capas de manta de cielo, en un proceso llamado “velado”.
La tela, adherida a cada parte del mosaico con carboximetil celulosa, permite que, al momento de su retiro manual, las teselas permanezcan en su sitio y no se pierdan.
Cada andamio cuenta con un sistema mecánico de descenso que permite que, una vez limpia, velada y asegurada, cada pieza del rompecabezas post sismo pueda bajar hasta el suelo e, inmediatamente, ser llevada ante Luisa Hernández para su catalogación meticulosa.
El trabajo de los restauradores es complicado porque, por medidas necesarias de protección civil, cada jornada deben llevar sus herramientas hasta alturas de 40 metros.
El contacto cercano con el mural, asimismo, ha revelado los distintos estados de conservación de los mismos, muchas veces afectados por problemas de fábrica, daños por el efecto de la intemperie, grietas y pérdidas de materiales.
A esto, además, hay que sumarle el vandalismo, como grafiti, que ha afectado los murales que dan hacia la calle.
Con todo y estos problemas, el acercamiento a los murales deja más claro que nunca las cualidades geniales de su hechura.
“Es una técnica muy bonita, porque es como pintar con piedra”, señala Liliana Olvera, quien ha tenido al alcance de su mano cada uno de los murales del conjunto.
“Tanto Chávez Morado como O’Gorman eran artistas plásticos, pintaban óleos, pintaban acrílicos, y lo que hace cada uno, con su propia técnica, con su propia forma de interpretar, es buscar piedras de colores para poder dar los tonos que querían dar”, apunta.
Aquí se muestran diferencias entre cada artista, como la predilección de O’Gorman por las piedras de colores primarios, o la solución de Chávez Morado de buscar más tonalidades y materiales para crear una “paleta” sobre el muro.
Las aportaciones de sus alumnos, explica también Olvera, tampoco son menores a las de sus maestros, pues cada uno logró técnicas distintas a partir de su propuesta de materiales.
Para el momento en el que concluyan los trabajos de los edificios, en diciembre de este año, la bodega bajo la supervisión de Luisa Hernández tendrá más de 7 mil paneles que deberán estar clasificados con un código único e irrepetible para poder armarlos de regreso.
Cada uno de ellos, además, tiene una ficha con sus características históricas y técnicas, de manera que los 13 murales terminarán por ser estudiados hasta su más mínimo detalle.
Con el paso de los días, la bodega ha ido llenándose con los paneles de un metro cuadrado que conforman el gran rompecabezas del Centro SCOP.
La tarea de ingeniería más complicada, sin embargo, todavía está por llevarse a cabo.
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