CALABAZAS Y RECUERDOS

Aunque Karina Tamez y David Arizpe nunca celebraron el Día de Muertos en su infancia en Contry, ahora procuran que sus tres hijos participen levantando el altar de muertos familiar y recordando a sus seres fallecidos.
La vecina, de 47 años, empezó con la tradición del altar en el comedor de su hogar en la colonia Hacienda Los Encinos, en Monterrey, desde hace 18 años, un año después del nacimiento de su primera hija, Carolina.
“Ya era mamá de Caro y quería que ella conociera sus raíces de una manera más profunda, aunque la primera vez que pusimos el altar eran nada más mis abuelitos, pero con el tiempo se han sumado más (familiares)”, dice.
Para celebrar Halloween, en cambio, “disfraza” la fachada de su casa con figuras de arañas, brujas y la enorme figura del monstruo de Frankenstein, en tanto que en su patio hay calabazas y fantasmas.
El matrimonio le ha enseñado a sus hijos a convivir con ambas costumbres que a simple vista son diferentes entre sí, pero, en realidad tienen mucho en común.
El Día de Muertos, indica Karina, es el momento en que toda su familia hace una pausa en la rutina por nueve días -desde el 25 de octubre al 3 de noviembre de cada año- para recordar a sus ancestros.
“Mi objetivo es que ellos honren a sus ancestros, los recuerden y los conozcan. Creo que cuando conoces la historia, de dónde vienes, conoces mucho de ti y entiendes muchas cosas. Lo más importante es que esto no se pierda.
“Se me hace simbólico invitarlos al comedor, a hacer la mesa y que fueran parte de ese momento”, menciona.
Los hijos del matrimonio -Caro, Constanza y David- disfrutan mucho de la tradición mexicana, pero también agradecen festejar Halloween, pues cada celebración tiene su enfoque.
Constanza, de 17 años, explica esta diferencia así: “En la familia me gusta celebrar mucho más el Día de Muertos, pero si es de pasarla con mis amigos, me gusta más Halloween”.

ESPERAN SU REGRESO

Las hermanas Diana y Ana Cadena tienen tres altares de muertos en su casa en la Colonia Villa Los Pinos, en Monterrey.
El primero está ubicado en el comedor, durante todo el año, con las urnas de sus seres queridos fallecidos, sus retratos y un enorme rosario hilándolos entre ellos.
La segunda ofrenda, en la sala, es la más reciente y fue levantada en honor a su padre, Tito Cadena, fallecido a los 85 años apenas el 9 de septiembre pasado. Sus cenizas, también en una urna, se encuentran entre su colección de coches en miniatura que tanto disfrutó reunir.
El tercer altar -entre la sala y comedor- es el que colocan para el Día de Muertos.
En los siete escalones de su instalación se colocan los elementos esenciales para la visita de sus familiares en estas fechas: flores de cempasúchil, velas, agua, alimentos y bebidas favoritas de los difuntos, calaveritas de azúcar y catrinas.
Esta tradición empezó con el fallecimiento de su hermana Dora Alicia, a los 21 años de edad, en 1993.
“En honor a ella fue que empezamos a poner más acentuado el altar de muertos, mucho más bonito”, dice Diana, de 57 años.
Después moriría su madre, Chayito Soto, hace 18 años, después su compadre Pepe Gómez. Y así fue como, poco a poco, dejaron de celebrar Halloween con tanto entusiasmo.
Ahora la noche del 31 de octubre es festejada por sus sobrinos, en su mayoría jóvenes, como la pequeña Andrea, de 13 años, a quien ayudan con sus disfraces.
“Les decimos a mis sobrinos: ‘sí, está bien Halloween, pero lo mexicano es lo mejor’. Por ejemplo con los niños es la convivencia de Halloween porque es una competencia de ‘¿cuántos dulces tuvieron? Yo gané, tú perdiste’. Es la emoción”.
Diana, en cambio, explica que el Día de Muertos representa el regreso de los familiares y amigos muertos para ver que todo se encuentra bien en el mundo de los vivos.
“La verdad sí creemos en esta tradición. No creo que sea nada más algo psicológico, sino que tiene que ver un misticismo real de nuestra cultura mexicana que hace que sus almas regresen”, explica, mientras llora al recordar a su papá.
