GUERRA Y PAZ
Es 22 de abril y en Israel es día feriado, arranca la Pascua judía, conocida como el Pesaj, una de las tres festividades más importantes en el judaísmo, además de Jánuca y el Sucot. Hace más de 6 meses se encontraban celebrando esta última cuando Hamas cometió el atentado terrorista más mortífero y sangriento en la historia de Israel.
Desde entonces, a este país le faltan 133 personas que permanecen como rehenes en la Franja de Gaza, y se sabe que al menos 97 de ellos siguen con vida.
Es día soleado en Tel Aviv, la capital, y el clima es cálido: 23 grados Celsius. A 90 kilómetros de esta ciudad, el Ejército israelí libra una feroz guerra contra Hamas en la Franja de Gaza que, según cifras del Ministerio de Salud del enclave palestino, controlado por dicha organización calificada como terrorista por Estados Unidos, la Unión Europea y Japón, entre otros países, ha dejado más de 34 mil muertos, el 70 por ciento de ellos mujeres y niños.
Una guerra que ha devastado al pequeño territorio palestino de 365 kilómetros cuadrados y por la que universitarios de Estados Unidos –algunos incluso judíos– realizan históricas protestas en las que exigen un cese al fuego y que se le retire el apoyo a Israel.
Mientras tanto, en Tel Aviv, la vida parece transcurrir de manera normal en esta jornada de festividad. Las cafeterías y los bares en la calle Dizengoff están llenos. La gente, que viste lentes de sol, shorts, blusas cortas y tenis, camina tranquilamente, conversando, riendo.
Parejas pasean a sus bebés en carriolas, mujeres y hombres compran en las tiendas los insumos para la cena del Pesaj que reúne a amigos y familia.
Pero en los aparadores de muchas de estas tiendas, destacan unas letras en color amarillo que recuerdan que la vida no es normal: “Bring them home” (Tráiganlos a casa). Por toda la calle, en los postes y las paredes están pegados los rostros de los 133 rehenes que quedan en Gaza, y de los que no se tiene información.
Una mujer con trozos de papel aluminio en la cabeza espera en una banca afuera de la estética a que el tinte que le pusieron penetre en su cabello. Habla por celular, y a un lado de ella hay un enorme oso de peluche ensangrentado con un parche en el ojo.
Es uno de los muchos osos que uno encuentra conforme avanza por esta calle en dirección a la famosa plaza pública Dizengoff. Fueron colocados para representar a los 30 menores tomados como rehenes por Hamas el pasado 7 de octubre. El más joven, Kfir Bibas, sustraído del kibutz Nir Oz, tenía apenas nueve meses. Ahora debe tener un año y 3 meses, y se cree que sigue con vida.
En medio de esta guerra, que pasará a la historia como una de las que ha dejado la mayor cantidad de muertos en el menor periodo de tiempo, a Israel le duele el 7 de octubre, le duelen las personas aún cautivas y le duelen los muertos.
Ese sábado, cientos de combatientes de Hamas irrumpieron en territorio israelí por tierra, mar y aire, matando a 364 personas en el Festival Nova al sur del país, a cientos más en los llamados kibutz, y violando a mujeres.
La fuente de la plaza pública Dizengoff se convirtió en un memorial para estas mil 200 víctimas. Están sus fotografías y sus nombres, acompañados de velas, flores, peluches o demás muestras de cariño, una especie de ofrenda.
En las jardineras alrededor de la fuente, jóvenes hacen picnic, toman el sol o conversan en este día festivo. El rostro del secuestrado y del muerto, de aquel que extrañan en la cena del Pesaj y en la cena del Sabbath cada viernes, les acompaña.
El sangriento terrorismo de Hamas llevó al Gobierno del Primer Ministro Benjamin Netanyahu a lanzar una guerra en la empobrecida Gaza con el objetivo número uno de aniquilar a Hamas, y, objetivo número dos, rescatar a los rehenes.
Empezó por el norte y siguió hasta el sur. El Ejército se dispone a invadir Rafah, el último rincón a donde se desplazaron un millón 400 mil palestinos, lo que ha levantado alarma en la comunidad internacional.
El Ejército justifica sus operaciones en zonas civiles de Gaza porque Hamas opera en dicha infraestructura.
“Utiliza a mujeres y niños como escudos humanos”, argumenta.
Muchos israelíes respaldan el objetivo de eliminar a Hamas o, de lo contrario, dicen, nunca se sentirán seguros. Los kibutz atacados por los terroristas, a pocos kilómetros de la frontera con la Franja de Gaza, están desolados.
En hoteles de Tel Aviv viven los desplazados de esos lugares y de la ciudad de Sderot, también atacada el 7 de octubre. A casi 7 meses de lo ocurrido, no se atreven a regresar, el miedo permanece.
Poco se habla en Tel Aviv de lo que ocurre en Gaza. El consenso reposa en la necesidad de eliminar a Hamas y en traer a los rehenes de vuelta. Algunos distinguen entre terroristas y palestinos, otros no. Algunos señalan que las acusaciones de que Israel está cometiendo un genocidio en Gaza son una campaña de desprestigio contra el país, otros prefieren no opinar. Algunos expresan ira en el rostro, otros solo dolor.
La que era la explanada del Museo de Arte es ahora la Plaza de los Secuestrados. Ahí hay un enorme reloj que marca los días, horas, minutos y segundos que han transcurrido desde que Hamas se llevó a 240 personas. En la explanada hay distintas muestras artísticas por los rehenes, una de ellas un largo comedor con 240 lugares.
Los familiares de los rehenes eligieron dicha plaza como punto de reunión por estar próxima al Ministerio de Defensa. Ahí tienen lugar las protestas que exigen al Gobierno y al Ejército traer de vuelta a sus seres queridos.
Marisa Broitman es una voluntaria que da recorridos por la plaza. Viste una playera con la leyenda “Los queremos de regreso a casa ahora”, y un gafete que dice: guía de turistas.
“Es el mensaje de las familias de hacer todo lo posible por regresarlos”, explica.
“Sabemos que no tienen tiempo. Hoy ya casi a 200 días del secuestro no perdemos las esperanzas, pero sabemos que las condiciones físicas, las alimentarias, las espirituales y demás psicológicas no son de lo mejor, por lo tanto cada día que pasa es un poquito menos de esperanza”.
De la mesa con 240 lugares, 133 tienen botellas de agua sucia.
“Cuando pasaron los primeros 100 días se le pidió un cambio a la artista”, dice Marisa.
Cuando los primeros rehenes fueron liberados (a finales de noviembre durante un cese al fuego con Hamas), estos contaron que bebían agua sucia y su alimentación se basaba en pan pita, y a veces arroz, y a veces queso".
CADA DÍA ES UNA ETERNIDAD
Maia Chmiel, de 30 años, espera el regreso de sus dos primos Iair (45 años) y Eitan (37 años), secuestrados del kibutz Nir Oz. No hay día que no piense en ellos.
“¿Cómo se sienten Iair y Eitan después de 200 días, si los liberados después de 52 días decían que cada día se sentía una eternidad?”, se pregunta, sentada en la Plaza de los Secuestrados mientras sujeta un cartel con el rostro de ambos argentinos.
Maia no logra entender todavía el secuestro de sus primos. Los describe como grandes personas, amantes del futbol y de los Rolling Stones. Nacieron y crecieron en Argentina, pero se mudaron a Israel en el 2000.
“Iair y Eitan viven alejados de temas militares y de la política. Nada justifica el momento por el que están pasando”, lamenta.
“El hecho de no saber dónde están y qué les pasó me rompe por dentro”.
Desde el 7 de octubre, Maia no deja de consultar canales de Telegram –donde frecuentemente Hamas publica videos y mensajes– en busca de información sobre sus familiares.
“El 25 de noviembre (con la liberación de un grupo de rehenes) recibimos la primera señal de vida, pero desde entonces no sabemos más”, dice.
“Tengo mucho miedo de todo, de que me avisen cosas que no quiero escuchar, miedo a que todo vuelva a pasar”.
Maia tiene miedo también de que todo sea olvidado y de que sus dos primos se queden en Gaza.
“Son nuestra luz y nuestra fuerza, no podemos dejarlos en Gaza”, señala.
La joven teme que sus primos no sean considerados en un posible canje de rehenes. Hace un mes, Hamas propuso entregar a mujeres, niños y personas de la tercera edad a cambio de mil prisioneros palestinos.
“Ser hombres adultos no los hace menos importantes que otras personas”, sostiene.
ERRORES EN EL OPERATIVO ISRAELÍ
La operación militar israelí en Gaza no ha estado exenta de errores -adicional a las víctimas civiles palestinas que ha causado-.
El 15 de diciembre, las Fuerzas de Defensa mataron a tres rehenes. De acuerdo con los reportes, uno de los hombres alzaba una bandera blanca.
“Ellos (los rehenes) hicieron todo bien. Aun así el Ejército disparó”, indica Marisa al ser cuestionada sobre este hecho.
“Fueron días de una pena, de un dolor y de un duelo profundo. Pensábamos: ¿cómo salimos de este fango?”, recuerda.
“¿Hubo reclamo al Ejército?”, se le pregunta.
Sí, responde, al menos de una de las familias que exige conocer exactamente qué fue lo que sucedió. Pero otra ha dicho que no puede culpar a los militares, e incluso ha pedido encontrarse con los soldados que dispararon para decirles que están perdonados. La tercera familia es árabe, la víctima era árabe musulmán.
“No es unísono, no es que todas las familias hablen el mismo discurso”, precisa Marisa.
LOS QUE NO HAN REGRESADO
Entre los 133 rehenes que siguen en Gaza hay 9 argentinos -entre ellos Iair y Eitan-, un colombiano, un brasileño y un mexicano: Orión Hernández Radoux, secuestrado el 7 de octubre cuando se encontraba en el Festival Nova de música electrónica.
Estaba con su novia Shani Louk y un grupo de amigos. Su rostro aparece en los carteles del aeropuerto de Tel Aviv y también en el memorial que fue instalado en el sitio del festival, a unos 5 kilómetros de la frontera con la Franja de Gaza.
En el memorial por las víctimas están los rostros de los rehenes y de los fallecidos: 364 en total. La foto de cada persona está colocada sobre un poste clavado al piso del que también ondean banderas, la mayoría israelíes, y la mexicana en el caso de Orión. “Bring him home now” (Tráiganlo a casa ya), dice el cartel.
El sitio del memorial no tiene más que eso. Lo recorren jóvenes y algunos turistas. Lo custodian reservistas de 20 años de edad.
Es frecuentemente visitado, no sólo por familiares de las víctimas, sino por los mismos sobrevivientes de la masacre. Una joven coloca una silla frente al cartel de una persona y se suelta a llorar. Llora frente a su familiar o su amigo, llora fuerte, con las manos en el rostro.
El sonido de su llanto acongoja, pero hay otro aún más estremecedor y que sacude a la primera escucha: el estruendo de los bombardeos del Ejército israelí en Gaza. A tan sólo 5 kilómetros del enclave palestino, el sonido de la guerra es perfectamente audible. Quienes ya han estado en el lugar dicen que a la tercera “te acostumbras”, pero es el horror del horror.
El 7 de octubre dejó 133 personas -36 de ellas ya sin vida- que no han regresado a casa, alrededor de 200 mil desplazados en Israel y mil 200 familias que perdieron a un ser querido.
El 7 de octubre también dejó una ofensiva militar israelí que no parece tener final, y aunque Israel rechaza como cierto el número de 34 mil muertos proporcionado por Hamas, al mismo tiempo reconoce que la guerra ha dejado 1.6 civiles muertos por cada combatiente abatido, los cuales cifra en 13 mil.