ISMAÍL KADARÉ

EL NOVELISTA LIBERTARIO

ETNÓGRAFO Y NARRADOR

Ismaíl Kadaré nació el 28 de enero de 1936 en Gjirokaster, al sur de Albania. Hizo sus estudios en Tirana y luego en el Instituto Gorki de Moscú. Evocó aquellos años de aprendizaje en El ocaso de los dioses de la estepa (1978).

  • Fallecido este lunes a los 88 años, Kadaré construyó una obra monumental utilizando la literatura como un instrumento de libertad bajo la tiranía comunista de Enver Hoxha.
  • Etnógrafo y novelista sarcástico que alternaba lo grotesco y lo épico, Kadaré exploró los mitos y la historia de su país para desentrañar los mecanismos del totalitarismo, un mal universal.
Ismaíl Kadaré en una imagen captada en 20015. Foto: Gali Tibbon / AFP Archivo
  • Albania vivió de 1944 a 1985 bajo la dictadura de Hoxha, una de las más cerradas del siglo 20 en el mundo.

'DESILUSIÓN' DEL COMUNISMO

Tras la ruptura con el régimen comunista de Tirana, Kadaré huyó de Albania a Francia en el otoño de 1990, apenas unos meses antes de la caída del régimen comunista tras protestas estudiantiles. Obtuvo el asilo político en Francia.

  • En el momento de su partida de Albania, su disidencia y “desilusión” del comunismo habían sonado como un trueno por provenir de un escritor considerado como una gloria nacional, el único que había logrado poner en el mapa a la literatura de aquel pequeño país cerrado al resto del mundo.
Kadaré en el 58 Festival de Cine de Venecia, en 2001, donde se presentó "Detrás del Sol", película de Walter Salles basada en su novela "Abril despedazado". Foto: Gabriel Bouys / AFP Archivo
  • Relató la ruptura en Primavera albanesa y en su desencantada autobiografía Invitación al taller del escritor (1991).
  • “La verdad no está en los actos sino en mis libros, que son un verdadero testamento literario”, dijo alguna vez el novelista más famoso de los Balcanes, candidato recurrente al Premio Nobel de Literatura.

PARA LEERLO

Kadaré adquirió reconocimiento internacional con la novela El general del ejército muerto (en albanés Gjenerali i ushtrisë së vdekur), publicada en 1963, cuando Albania todavía era liderada por el Gobierno comunista de Enver Hoxha. Novela ambientada en la Segunda Guerra Mundial, que cuenta la historia de un general italiano que viene a buscar los restos de sus soldados.

  • Evoca luego la ocupación otomana en Los tambores de la lluvia (1970), en El nicho de la vergüenza (1974) y en El puente de tres arcos (1978). La ocupación italiana es abordada en Crónica de piedra (1970). Otras obras se inspiran en tradiciones y leyendas albanesas.
  • Autor de poemas, escribió además varios ensayos, incluyendo uno sobre la tragedia griega: Esquilo, el gran perdedor (1985). Tras El gran invierno (1973), que contaba la ruptura entre Tirana y Moscú, El concierto (1992) es una obra polifónica, a la vez épica, heroica y grotesca, sobre el divorcio de China y Albania, también abordado en El palacio de los sueños (1976).
El escritor durante una lectura en la Feria del Libro de Fráncfort, en 2006. Foto: John Macdougall / AFP
  • Siguen La pirámide (1988), parábola sobre un proyecto faraónico, La gran muralla (1993), La sombra (1994) y El águila (1995). En 1998, Kadaré publica Tres cantos fúnebres por Kosovo, breve elegía en prosa que se lee como un cuento moral.
  • Sarcástica, La cena equivocada (2011) se presenta como una fábula en la que se mezclan lo trágico y la farsa para desnudar los mecanismos absurdos de una Historia como aplanadora de destinos individuales en función de los caprichos de un tirano paranoico.

  • Fiel a la idea que tiene del papel del escritor, Kadaré publicó en 2013 La discordia, una reflexión del alcance universal a partir del caso albanés. “Si nos pusiéramos a buscar el parecido entre los pueblos, lo hallaríamos sobre todo del lado de los errores”, declaró en una entrevista.

RECONOCIMIENTOS

En 2023, el Presidente francés Emmanuel Macron le otorgó el título de Gran Oficial de la Legión de Honor durante una visita a la capital albanesa, a donde había vuelto recientemente tras radicar en París.

El novelista Ismaíl Kadaré a su llegada al Palacio del Eliseo en Francia. Foto: Thibault Camus / AP Archivo
  • En 1996 fue electo miembro extranjero asociado de la Academia de ciencias morales y políticas de Francia.
  • Kadaré recibió varios premios internacionales por sus obras, que incluyen más de 80 novelas, obras de teatro, guiones, poesía, ensayos y colecciones de cuentos traducidos a 45 idiomas.
  • Entre otros reconocimientos recibió en 2009 el Príncipe de Asturias y en 2015 el premio Jerusalén.
  • El escritor murió este 1 de julio a causa de un infarto en un hospital de la capital albanesa.

TRES MINUTOS

Con autorización de Alianza Editorial, publicamos aquí un fragmento de su más reciente libro: Tres minutos. Sobre el misterio de la llamada de Stalin a Pasternak, que llegará próximamente a México.

Primera parte

Ismaíl Kadaré

La estación se encuentra en la acera de la derecha. El trolebús es el número tres. Continúa por esa calle hasta la plaza Pushkin. Allí está su estatua, como sin duda sabes. Exegi monumentum, etcétera. Después gira a la derecha, atraviesa la calle Gorki y, unos pasos más allá, comienza el bulevar Tverskói, que se cruza con ella.

Desde ahí todo es más fácil. A menos de un minuto a pie y en la acera de la derecha tendrás delante la puerta del Instituto Gorki. Te sale ella misma al paso, ¿comprendes? Aunque no quieras, te sale al encuentro… ¿Cómo no voy a querer? Hace años que sueño con venir aquí. ¿Por qué no iba a querer? ¿Por qué? Nunca se sabe. Cuántas veces creemos querer una cosa y, en realidad, no es así.

Oh, no. Me ha costado tanto llegar hasta aquí. Los trolebuses relinchaban como caballos salvajes. Había baches por doquier. Hasta que mis ojos dieron, al fin, con la famosa estatua. Me dirigí, como se me había dicho, hacia su derecha…

¿Qué estatua, muchacho? ¿Desvarías acaso? No hay por aquí ninguna estatua… ¿Cómo que no? La estatua de Pushkin. He pasado a su lado en múltiples ocasiones. Tienes visiones, nunca hubo tal cosa. Ja, ja, si el mundo entero lo sabe: exegi monumentum… tú mismo lo has dicho. Un monumento yo alcé… Continúa, joven. Un monumento yo alcé, imposible de erigir con las manos. Es decir, un monumento nerukotvornyy. Caíste tú solito en la trampa. Un monumento erigido no con las manos, sino con las almas, dice el poeta. Es decir, un monumento que nadie puede ver, salvo los estúpidos. Como vosotros, los estudiantes del Instituto Gorki.

Nosotros no éramos eso. Vosotros erais aún peores. Cada uno de vosotros soñaba con derribar la estatua del otro para erigir la propia. ¿En el mitin de Pasternak? No era así en absoluto. Era otra cosa. ¿Estuviste en aquel mitin? ¿Bramaste contra él? Jamás. ¿Qué hacías entre tanto, mientras los demás bramaban? Observaba a una chica lacrimosa. Creía que era su sobrina.
¿Regresas al cabo de tantos años para verla de nuevo? ¿Te parece que aún continúa el mitin? Quizá. En realidad, es posible que continúe. Por el griterío lejano, con mayor exactitud que con la placa sobre la puerta, puedes dar con el lugar de la concentración. En Moscú o en Tirana es siempre el mismo griterío que no cesa.

***

La pesadilla descrita más arriba se repitió durante años de las formas más extrañas. El renqueo de los trolebuses sobre los obstáculos y baches de la calle. El monumento amenazado. Y las lágrimas y Moscú la dulce.
Estaba tan seguro de que acabaría escribiendo sobre ello que en ocasiones hasta me parecía que, entretanto, lo había hecho ya, y que incluso hasta la miriada de letras que habría de necesitar para formar las frases estaban alineadas en su lugar, a la espera.

La frecuencia de los viajes oníricos era la señal más evidente de que el momento se aproximaba. La confusión y la ausencia de lógica que los caracterizaba no hacía más que aumentar. Ocurría que al trolebús número tres no había modo de convencerlo para que partiera. Se veían obligados a darle latigazos. ¿Desde cuándo?, me decía. Hacía varios años que había abandonado Moscú y era comprensible que muchas cosas hubieran cambiado; sin embargo, que el asunto llegara hasta tener que dar latigazos a los trolebuses, jamás lo hubiese pensado.

En Tirana continuaba la campaña sobre el conocimiento de la vida. Los escritores, casi sin excepción, habían admitido carencias relativas, sobre todo, al conocimiento de los obreros fabriles, por no mencionar las cooperativas agrícolas. Sin mencionárselo a nadie, yo había comenzado entre tanto mi novela sobre Moscú, pero no estaba en absoluto seguro de continuarla. Durante el día me parecía absolutamente imposible, pues era así como el propio Moscú se había vuelto para todos nosotros. Con la ruptura de las relaciones diplomáticas, había perdido toda esperanza de un posible regreso. Sin embargo, durante la noche, sobre todo después de medianoche, las cosas cambiaban. Me dormía con la esperanza de que volvieran a aparecérseme precisamente en sueños. Pero ocurría cada vez con menor frecuencia. Y como si no fuera suficiente, su caos seguía densificándose, hasta el punto de impedirme descubrir si semejante caos me dificultaba o me facilitaba el trabajo que tenía en mente.

Era lo segundo, al parecer, lo que estaba ocurriendo. Pero a la inversa de las fábricas y las cooperativas, el Moscú de mi novela tenía la necesidad de lo contrario, del desconocimiento.

En uno de los sueños, apenas atravesé casi reptando la plaza Pushkin, encontré a la mayoría de los estudiantes en el mitin. Lo suponía y, sin embargo, puedo decir que no me sorprendió cuando vi en las pancartas mi propio nombre. E inmediatamente después comencé a oír cada vez más nítidos los alaridos contra mí.

Entre los estudiantes se hallaban algunos de los compañeros de curso. Petros Anteo no sabía hacia dónde mirar, mientras que el letón Stulpanz, mi íntimo amigo, se llevaba las manos a la cabeza.

Te ha llamado por teléfono el gran jefe de Tirana, gritó un encolerizado bielorruso. Ese, vuestro Stalin, no recuerdo su nombre.
Afirmé con la cabeza, pero él no se apaciguó.

¿Cuántas versiones hay de su llamada telefónica? No lo recuerdo con certeza, aunque me parece, sin embargo, que debieron de ser tres o cuatro, no más, pero no me dio tiempo a adivinarlo porque me desperté.

Con información de AFP  / AP / Alianza Editorial

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