Esparcido el rumor de que habría humo blanco al final de la cuarta votación del segundo día de Cónclave, éste llegó a las seis de la tarde del jueves, una hora antes de la calca de Plaza llena del día anterior en que el rito del humo negro era más espectáculo que sorpresa.
La nueva del Habemus Papam agitó en paso veloz o carreras la vida de Roma bajo la premisa de todos los caminos conducen a la Plaza de San Pedro. Y la multitud se volvió uno en los nervios del nombre, el país de procedencia, el talante, en el colorido de la Guardia Suiza en marcial desfile frente a la portada de la Basílica.
Ahí la banda de la gendarmería del Vaticano. Ahí el variopinto de hábitos religiosos. Ahí las mil fotografías del balcón de las bendiciones, la sede habitual de la tradicional urbe et urbi del sucesor del Papa Francisco, indulgencias al calce. Ahí la gritería dando vítores al elegido, así la imprescindible bandera de México y la primera vez cara a cara con el Pontífice de una religiosa mexicana: “Soy de Guadalajara”.
El alarido brotó al movimiento de los cortinajes de terciopelo rojo para dar paso a la figura menuda del ungido… y la sorpresa: El segundo consecutivo nacido en el hemisferio americano, con la novedad de que su estancia de 20 años en Perú, país del que adoptó la nacionalidad, habiendo nacido en Chicago, Estados Unidos, lo volvía tácitamente latinoamericano. Y en la reivindicación de ello, parte de su mensaje inicial en español, con gratitud a la diócesis peruana de Chiclayo de la que fue misionero con el carisma de la orden de San Agustín, para llegar a Obispo, y de la que salió para ser Cardenal. El Papa lo designó presidente de la Comisión Pontificia para América Latina, y en doble vía Prefecto del Dicasterio para los Obispos.
La velocidad de la decisión se explica por la ubicación del sucesor de San Pedro como la figura capaz de conciliar las diferencias y superar las divergencias. El Papa de dos mundos: ortodoxo frente a la tradición litúrgica y doctrinal de la Iglesia, pero liberal frente a la necesidad de una Iglesia presente en el entorno del mundo material, con todas sus virtudes y defectos.
Del primer punto habla, en lo simbólico, la reaparición de la estola morada y la esclavina escarlata tradicionales en el atuendo pontificio, dejadas de lado por el Papa Francisco.
Sin embargo, el mensaje va más allá de fidelidad a la tradición: colocar un paréntesis frente a cuestiones controvertidas, ya los matrimonios igualitarios, ya la posibilidad de comunión de divorciados vueltos a casar y aún la alternativa de mujeres subdiáconas como diáconas u hombres diáconos como sacerdotes, aun estando casados, por más que la conclusión sinodal dejaba su aprobación en pausa por el Papa Francisco, hablaba solo de la zona del Río Amazonas, ante la carencia de sacerdotes.
Del segundo habla el nombre adoptado por el nuevo Pontífice de la Iglesia Católica. León XIII, el antecesor, fue el impulsor, punta de lanza de la doctrina social de la iglesia.
Su encíclica “Rerum Novarum” (De cosas nuevas) fue una respuesta al escenario de desprotección obrera al auge de la Revolución Industrial del siglo 19, señal clara de un Papa, como el anterior, solidario con los desprotegidos, los enfermos, los ancianos y, naturalmente, el desequilibrio ecológico, la migración, la esclavitud moderna, la injusticia, el hambre, la amenaza de una tercera guerra mundial.
Como su antecesor, León XIV impulsará la propuesta, derivada de otro Sínodo, de una iglesia sinodal, es decir, en camino al lado de los fieles. Dejar los templos para ir a las comunidades en comunión con las familias. Desde otro ángulo, se mantiene el diálogo interreligioso y la ruta de reformas para transparentar las finanzas del Vaticano, sancionar a sacerdotes y religiosos culpables de abusos y descentralizar la Iglesia, además de abrir una agenda para diálogo permanente con cardenales.
Amante de la lectura, la oración y el ejercicio, buen jugador de tenis, el Papa León XIV aglutina un motivo más de esperanza, la evidente relevancia que le dará a su figura el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, tras jactarse de la primera carta de su país en la cúpula de la Iglesia católica. Un interlocutor con posibilidad de mover conciencias. Y si vamos más lejos, el nuevo Pontífice representa el eslabón para volver a aglutinar en torno a la Santa Sede a la Conferencia Episcopal del país del norte.
Taciturno, sosegado, silencioso, el nuevo jefe de la Iglesia Católica se transformó a la vista de la multitud que lo aguardaba en su primera cita con la feligresía, después del sí al cargo, del cambio de sotana y de la oración en la Capilla de las lágrimas. La voz, tradicionalmente tenue, se volvió grave. La convocatoria a la paz le dio tinte de líder y a la vez abrió pauta a la esperanza. La autoridad moral de un Pontífice frente a un mundo en amago de guerra, de catástrofes naturales, de hambrunas y signos intensos de deshumanización.
Un Papa distinto, un estilo mesurado y una religiosidad profunda, frente al reto gigante de mantener la Iglesia viva en las conciencias.
UN CORAZÓN Y UN ALMA:
LOS AGUSTINOS EN EL MUNDO
Roberto Rivadeneyra
Instituto de Humanidades. Universidad Panamericana.
En Hechos de los apóstoles (4, 32-37) Lucas narra cómo habría de ser la vida de los fieles seguidores de Cristo. En esencia: todo en común, nada para uno. Los bienes particulares deberían venderse y eso donarlo para el beneficio de la comunidad. Todo aquél que deseara formar parte de los apóstoles se sometería a la misma consigna. Así iniciaban una vida dedicada a Cristo.
Este pasaje bíblico fue uno de los puntos nodales en Agustín de Hipona para redactar directrices sobre la vida en comunidad a propósito de la fundación del monasterio en Tagaste.
Hoy conocemos a este conjunto de normas (48 repartidas en ocho capítulos) como la Regla de san Agustín, cuya síntesis es la siguiente:
Caridad y pobreza
Oración
Formas del ascetismo
Castidad y custodia mutua
Trabajar para el bien común
Vivir bajo el perdón
Obediencia y misericordia
Observar la regla
Si bien la Regla de san Agustín se conocía desde el siglo V, cobró fuerza en el siglo XII cuando un grupo de hombres y mujeres laicos, en busca de una espiritualidad fundada en la oración y la pobreza, decidieron abandonar las cosas de la sociedad para hacer caridad.
Para 1225 esta comunidad se formaliza ante la Iglesia adoptando para sí la Regla de san Agustín. Veinte años después, en 1244, la orden será formalmente fundada al ser reconocida por el Papa Inocencio IV. Conocida originalmente como la Orden de Ermitaños de san Agustín, y hoy como la Orden de san Agustín (O. S. A.). Siglos más adelante se creará otra orden agustina —la Orden de agustinos recoletos (O. A. R.)—, que aunque comparte la Regla de san Agustín, no son idénticas. El actual papa, León XIV (Robert Francis Prevost), pertenece a la primera.
La orden fue expandiéndose por Europa, África y Asia, asentándose en Japón. Para cuando Cristóbal Colón llega a América y se da la migración hacia el nuevo continente, siete frailes agustinos arribaron a San Juan de Ulúa, Veracruz, el 22 de mayo de 1533.
No fueron los primeros; los franciscanos y dominicos habían llegado antes. Después de México, su segundo foco fue Perú, al que arribaron doce frailes en 1551; en 1563 llegaron a Quito y de allí fueron hacia Colombia.
Una de las características de la O.S.A. es su amor por el conocimiento, pues éste resulta clave para la evangelización. Para 1537 los agustinos construyeron un colegio en México —el Colegio de la Santa Cruz, en Tlatelolco— donde enseñaban a leer, escribir y la vida monástica a los niños indígenas. Para 1549 fundan en Tripetío, Michoacán, el Colegio de Estudios Mayores de Arte y Teología, considerada como la primera institución de educación superior en América.
La expansión continuó hacia el sur del continente, donde su trabajo por la comunidad tuvo un impacto directo. En cambio, a Norteamérica tardaron más en arribar. Sería hasta 1794 que John Rossester de Irlanda llegaría a Filadelfia y cuya aceptación en el país hizo que llegaran más y más frailes, abarcando desde California hasta Ontario. La orden hoy tiene presencia en más de 40 países, donde busca asentarse principalmente en los lugares más remotos y necesitados de cada país, ahí donde ni el Estado tiene interés de entrar.
Los agustinos toman muy en serio el voto de pobreza. Su misión consiste en estar al servicio de Dios, no de los intereses particulares de nadie.
La segunda norma del primer capítulo de la Regla dice: «Lo primero por lo que os habéis congregado en la comunidad es para que habitéis unánimes en la casa, y tengáis una sola alma y un solo corazón dirigidos hacia Dios». La pobreza es el medio a través del cual servirán a los demás para integrar las necesidades materiales y espirituales de todos. Una orden de alta necesidad en un mundo fuertemente materialista y egocentrista.
La congruencia como pilar central entre el decir, el orar y el hacer hace de los agustinos una orden de fuerte impacto social que recuerda a las palabras de Jesús en el Evangelio: «Cuando ustedes recen, no imiten a los que dan espectáculo […]. Cuando reces, entra a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre» (Mt. 6, 5-6).
LEÓN XIV: EL HOMBRE EN EL NOMBRE
Dr. Jorge E. Traslosheros
Instituto de Investigaciones Históricas
Universidad Nacional Autónoma de México
La elección del nombre constituye un poderoso mensaje a la Iglesia y al mundo de parte de un Papa recién electo. León XIV no es la excepción. El nombre desvela al hombre acorde a una profunda tradición bíblica. Por el potente mensaje dado desde el balcón en que anuncia una Iglesia misionera capaz de anunciar a Cristo resucitado para tender puentes de diálogo, encuentro y unidad en la justicia y la misericordia en la Iglesia y con el mundo, la clave de interpretación hay que buscarla en León XIII.
León XIII tomó el timón de la barca de Pedro en el último tercio del siglo XIX, en un momento de profundas transformaciones que habían puesto a la Iglesia en una situación de profundo desconcierto, por decirlo suavemente.
El ascenso de los estados nacionales y el liberalismo triunfante habían desplazado a la Iglesia de sus tradicionales posiciones de poder hacia la sociedad civil. En el desconcierto, Pío IX había condenado en el famoso “Syllabus” los errores del tiempo, mostrando una posición defensiva y autorreferencial.
El colapso de los Estados Pontificios, la suspensión del Concilio Vaticano Primero y el consecuente encierro del Papa dentro del Vaticano en 1870 son la metáfora de la situación eclesial en aquel entonces; pero en 1878 fue elegido León XIII dando inicio un profundo proceso de transformación que llega hasta la elección de León XIV.
Dos iniciativas de León XIII marcarían el rumbo de la Iglesia desde entonces. La primera, mejor conocida, dejar de lado el aislamiento para hacerse cargo de los problemas del tiempo.
En 1891 publicó la célebre encíclica “Rerum Novarum” en la cual se hacía cargo de las profundas injusticias sufridas por la clase trabajadora. Nacía entonces la Doctrina Social de la Iglesia, con lo cual regresaba la voz y la iniciativa a la catolicidad.
La segunda iniciativa es menos conocida, mas no por ello menos trascendente. Para comprenderla es menester volver la mirada a la Inglaterra de mediados del siglo XIX y fijarla en la persona de John Henry Newman, iniciador del movimiento de Oxford que buscaba la verdad histórica del anglicanismo en la tradición apostólica.
Convencido de que ésta sólo se sustentaba en la Iglesia de Roma, decidió convertirse al catolicismo y confirmar su ordenación sacerdotal. Newman desarrolló un pensamiento lleno de imaginación en el cual sobresalen dos propuestas.
Una, que el centro del evangelio es la dignificación de la persona por la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo quien desvela el profundo amor de Dios por la humanidad; otra, que la doctrina cristiana se desarrolla con la historia en un proceso permanente de diálogo y adaptación a los problemas del mundo. Sin estos elementos, la gracia y la historia de la Iglesia serían inexplicables.
Su pensamiento causó desconfianza en los sectores afines a Pío IX sumiéndolo en el ostracismo. Fue León XIII quien dio carta de naturalización a la propuesta de Newman al crearlo Cardenal en 1879.
La teología de Newman y la Doctrina Social de la Iglesia desataron un proceso de transformación de la Iglesia que cristalizó en el Concilio Vaticano Segundo a principios de la década de 1960.
Decir que León XIV implica continuidad con Francisco es decir muy poco de su persona. El nuevo Papa es un hombre radical en la dignificación de la persona por la resurrección de Cristo, como quien expresa en su nombre una profunda historia de renovación en la esperanza iniciado hace 150 años.