Entre el agua y el cielo
Tal vez son sus estrechas calles por donde suben y bajan tranvías o sus miradores que regalan postales suspendidas sobre tejados rojos… A lo mejor son los azulejos que visten sus fachadas, los acordes del fado o los pastéis de nata, lo que provoca volverse adicto a ella. A saber si son las palabras escritas por Camões, Pessoa o Saramago… Quizá es todo lo anterior y mucho más lo que propicia enamorarse —perdidamente y en cuestión de horas— de Lisboa.
Para conquistarla, hay que tener mucho cartílago en las rodillas… porque la también llamada Ciudad de las Siete Colinas se escala, no se camina.
Un ejemplo de lo anterior se vive en Alfama, entrañable barrio al que los viajeros llegan a buscar el alma lisboeta remontando un laberinto de escaleras y guiándose más por su intuición que por la codependencia al Google Maps. Pronto, la ropa tendida en los balcones y las notas de una guitarra portuguesa escapándose por puertas entreabiertas se asoman como ecos de un pasado que, por fortuna, se sigue viendo y oyendo en presente.
Necesario es visitar el Castelo de São Jorge, desde donde la capital lusa se observa como una maqueta viva; el Miradouro das Portas do Sol, para ver las casitas color pastel y el Miradouro de Santa Luzia, cuya pérgola y bugambilias en flor enmarcan un escenario que parece mandado a hacer por el mejor tramoyista, para que ahí cada quien arme su propia escena: novios besándose, músicos cantando en portugués (uno de los idiomas más bellos) y cruceristas viendo en lontananza al navío del que desembarcaron, el Silver Ray, de Silversea, en nuestro caso.

Sin embargo, además de testificar varios actos románticos, Lisboa también protagonizó uno muy trágico. Era el 1 de noviembre de 1755, Día de Todos los Santos, cuando un terremoto azotó la ciudad, luego vino un tsunami e incendios que la redujeron a escombros. Tras la devastación, Sebastião José de Carvalho e Melo –Marqués de Pombal-, lideró la reconstrucción de la urbe.
Así surgió la Baixa Pombalina, parte baja de la ciudad con una cuadrícula de calles bien trazadas y edificios construidos con mayores estándares de seguridad. La Rua Augusta —su animada arteria peatonal que luce un bello empedrado portugués— desemboca en la majestuosa Praça do Comércio, abierta al Tajo como otro gran escenario sin telón.
Tras tomar el pulso de la vida cotidiana en esta plaza, vale la pena dirigir los pasos hacia el Chiado, barrio en donde conviven librerías centenarias y cafeterías con historia; basten como ejemplo Bertrand y Café A Brasileira, respectivamente.
Luego de una tarde bohemia es necesario entregarse al gran ambiente que se vive en el Bairro Alto, tanto en el festivo Miradouro de São Pedro de Alcântara como en los bares donde los versos ceden su protagonismo al vino y la cerveza.

De espíritu nostálgico y emprendedor
A orillas del estuario del Río Tajo, justo donde Lisboa se abre al Océano Atlántico está Belém, zona desde la que partieron navegantes que trazaron nuevos mapas y que en la actualidad recibe a los viajeros que arriban —ya no con brújulas, sino con cámaras— para capturar su historia.
Tarea obligada es conocer la Torre de Belém y el Monasterio de los Jerónimos, ambos de estilo arquitectónico manuelino y Patrimonio de la Humanidad, por la Unesco.
Imposible no advertir el níveo Monumento de los Descubrimientos, conformado por una carabela donde cartógrafos, misioneros y cronistas desvelan la grandeza marítima portuguesa y Enrique el Navegante, desde la proa, parece mirar a un horizonte todavía por descubrir. Nadie, absolutamente nadie se va del área sin hacer una larga fila para comprar los Pasteles de Belém –esas delicias de la cocina conventual elaboradas con hojaldre, crema de huevo y que también se conocen como Pastéis de Nata– y atrapar una postal del Puente 25 de Abril.
Finalmente, para decirle “hasta pronto” a la capital lusa vale la pena volver a verla desde las alturas. Ahí están el Miradouro de Graça o el Miradouro da Senhora do Monte, sitios que más allá de ser puntos de observación son cimas que ayudan a entender la geografía y el espíritu lisboeta.
Lo dicho, Lisboa no se camina… esta capital se lee y se trepa. Tras conocerla se experimenta la saudade, ese bello vocablo que sólo el idioma portugués puede contener y que remite a un sentimiento que se debate entre el deseo, la melancolía y la nostalgia. Así debe ser porque… inexplicablemente esa ciudad se añora incluso antes de dejarla.

Para saber
Los festejos en honor a San Antonio de Padua tienen su punto álgido la noche del 12 y el día 13 de junio. No te pierdas la fiesta en el barrio de Alfama, cuyas estrechas calles se suelen llenar de guirnaldas, mesas y parrillas sobre las que se asan sardinas. Más inspiración (www.visitlisboa.com/es/).

Cuando vayas a lisboa no dejes de...












¿Cómo llegar?
Nuestra experiencia. Llegamos de la CDMX al puerto de Lisboa para abordar el Silver Ray, uno de los navíos más espectaculares de la flota de Silversea. Próximamente te contaremos nuestra experiencia a bordo y el recorrido que realizamos de Lisboa a Cádiz.
¿Dónde dormir?
Si deseas un lugar refinado, confortable y bien ubicado, en el que además de observar obras de arte, degustar una gastronomía excelsa y realizar paseos guiados por expertos recomendados por el concierge, opta por el Four Seasons Hotel Ritz Lisbon. Debido a su sinergia con Vintage Moto Sidecar Tour, obtuvimos un gran recorrido. Si deseas algo más íntimo y con aire local, una gran opción es Pátio do Tijolo… es como llegar a la casa de tus primos lisboetas que son cultos, buena onda y tienen mucho estilo.
Más inspiración
([http://]www.visitlisboa.com/es, www.silversea.com, www.fourseasons.com/lisbon, www.patiodotijolo).
Información: Patricia Miranda
Fotos: Patricia Miranda
Diseño: Janayna Mendoza