
Desde que tiene memoria, Natalia Morales LeRoy ha sido testigo de la generosidad de sus padres, Michelle LeRoy y Alejandro Morales, para quienes la vocación de ayudar es algo muy importante en sus vidas.
Por eso no sorprende que el altruismo sea algo que Natalia trae en la sangre, al grado de que, cuando cumplió 17 años, se fue de misiones a la capital del País, sin pensar en que tal decisión le cambiaría la vida por completo.
“Salir y conocer la realidad de México me abrió los ojos, salí de mi burbuja y amé la oportunidad de ayudar”, comparte la joven tapatía.
Fueron dos las veces que viajó de Guadalajara a la CDMX para apoyar a la comunidad más vulnerable, y cuando se enteró de la existencia de Misión Maya, una red internacional de misioneros católicos y voluntarios, se trasladó a la Riviera de Quintana Roo en dos ocasiones para auxiliar a la gente de esa región.
Al cumplir la mayoría de edad se tomó un año sabático y se lanzó a Australia con unas amigas para trabajar mientras decidía qué iba a estudiar, y fue en esa aventura que descubrió el perfil de Paulina Martínez, una joven que tenía el anhelo de llevar su primer grupo de misioneros a Kenia, donde ella ya había estado.
“No lo pensé dos veces, dije yo, era lo que deseaba hacer de corazón”, recuerda Natalia.
Lo más difícil fue convencer a sus papás, pues la inseguridad, la lejanía y las problemáticas sociales les daban mucho miedo y sentían que debían protegerla, pero al final aceptaron el cometido de su hija y le concedieron el permiso.
“Como padres miden el peligro, pero confían en mí. Me fui sin expectativas, sabía que solo quería ir a servir”.

Tanta necesidad
La misión que Natalia aceptó abarcaba dos meses, el primero de los cuales transcurrió con la fundación española Mary’s Children Mission de Ngong, Kenia.
A su llegada, la joven sintió nervios y un poco de temor, pero todo lo negativo se desvaneció en cuanto conoció a Paulina Martínez, creadora de la Misión Mwende, quien la hizo sentir en confianza y le ayudó a comprender que estaba ahí por algo grande, que ese era su lugar.
Luego de tres días de introducción, el equipo de ocho personas convivió con niñas embarazadas que estaban en circunstancias muy difíciles, pero que afortunadamente recibían la ayuda de la fundación en todo su proceso.
“Cuesta mucho entender por qué están en esa situación, son historias de vida muy fuertes, y nosotros ayudamos con cursos, con talleres donde se habla del perdón, de la aceptación, de cómo ser mamás. En las mañanas estábamos con ellas, vivíamos al ladito de ellas”, recuerda Natalia.
“Yoshua, el encargado, en las tardes nos llevaba a comunidades, escuelas, congregaciones, y todos nos recibieron con amor y felicidad, por eso terminas enamorándote de ellos. Sentía que era tan poco lo que les daba, que de regreso recibía muchísimo de ellos”.

Dando amor
El grupo de apoyo se encariñó profundamente con las chicas de Kenia, por lo que no solo les enseñaron herramientas esenciales para la vida, sino que también les demostraron un compromiso inquebrantable, llegando incluso a manejar de madrugada para que fuera atendido un parto de urgencia.
“Todos los que están en las organizaciones son increíbles, aprendes mucho de ellos y te dan a conocer realidades de la vida que no imaginas. Hasta ahora hay cosas que no entiendo, muy fuertes, me pesan mucho, me conmueven mucho los niños.
“Pido mucho por ellos y me motiva saber que con un abrazo, con hacerlos sentir queridos, les cambia la vida”.

Niñas de la calle
Actualmente, Natalia se encuentra en el segundo mes de su misión, el cual transcurre en el Dorothea Rescue Center de Tala, Kenia.
Tal iniciativa fue fundada en 2021 por la Hermana Caroline Ngatia con el propósito de brindar alojamiento seguro, apoyo psicosocial y capacitación en habilidades para la vida a niñas que han enfrentado situaciones de abandono, abuso o indigencia en las calles de Nairobi.
Desde su creación, ha rescatado a unas 163 chicas por medio de una educación garantizada, y ha ayudado a muchas a reintegrarse a sus familias.
“Quedé impactada de conocer sus historias, que para olvidar el hambre y el frío consumen drogas. Es difícil saber que las drogas son un negocio, donde ellas mismas venden para poder obtener su propia droga. Son niñas desamparadas, sin opciones, lastimadas, casos de violación, de VIH”, dice Natalia.
“Es una cadena de cosas desde el Gobierno que pone altísimos impuestos para tener trabajo, se les obliga a estar en la calle, no conocen nada más. No son estadísticas, las conocemos, ya me encariñé de ellas, y el solo pensar que hace un año estaban drogadas en la calle, son sentimientos muy fuertes”.

Gran rescate
Estar ante una realidad tan hostil no es fácil, pero Natalia da lo mejor que puede.
“Oramos mucho, venimos a demostrarles amor, pero también, como dice Paulina, hacerlos sentir amados”.
Como parte de su rutina diaria, Natalia y su grupo se levantan a las 7:30 de la mañana para desayunar con las niñas, y una hora después comienzan a dar clases: a las más pequeñas les enseñan desde lo más básico, como los colores, y a las más grandes les imparten lecciones de inglés y matemáticas.
Después de la comida descansan un poco y practican deportes con las chicas, y más tarde visitan una escuela y un hospital cercano, donde se dividen en equipos para ayudar.
“Me encantó ver que aquí las rescatan de la calle y se hacen cargo de ellas hasta que culminan la preparatoria, y después se mandan a internados o a su casa, dependiendo el caso.
“Tienen todo impecable, camas, baños, las hacen sentir amadas, las cubren y cuidan al 100 por ciento, las que regresan a casa es porque ayudaron a la familia a trabajar y a que puedan mantenerlas”.

Hora de partir
A finales de este mes, Natalia regresará a Guadalajara con el espíritu lleno de experiencias, amor y hambre de seguir ayudando.
“Es una tristeza que quede poco tiempo, pero me voy con el corazón supercontento, despierta, me di cuenta de qué deseo hacer en un futuro, y desde Guadalajara puedo seguir ayudando. También me emociona ayudar a México y a otros países.
“Abrí los ojos a la necesidad mundial. Ir a África era un sueño y lo cumplí ayudando”.

Futuro altruista
Natalia decidió estudiar Psicología en Guadalajara y ya tiene muy clara su meta en la vida.
“Me veo trabajando 100 por ciento en un proyecto social, amaría trabajar en el DIF o un proyecto social por mi parte o con alguien más. Pido a Dios que me ponga como una misión que me llene al 100 por ciento, creo que sería con niños”.
Hay una frase que encierra lo que ella cree firmemente: Dios no se deja ganar en generosidad.
“Esta aventura inició creyendo que ayudaría, que daría todo lo que yo pudiera, y no, aprendí que ellos te regalan más lecciones de vida, un gran agradecimiento y amor puro”.

Una gran vivencia
Natalia desea que, como ella, muchos jóvenes vivan la experiencia de auxiliar al prójimo.
“Muchas veces romantizamos con ir a África a ayudar, pero creo que los misioneros pueden comenzar desde la casa. La necesidad está al lado de ti, no debes cruzar al otro lado del mundo para ayudar, para servir. Nos necesitamos mutuamente, aquí no solo los niños, sino hasta mis compañeros de cuarto me necesitan.
“África te cambia la vida, pero el hecho de servir es la medicina para todo. Salir de ti misma, de tu burbuja, te hace crecer, te hace ser feliz. Es ayudar en lo que podamos”.



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Información: Lizeth Villegas. Fotos: cortesía de Natalia Morales.