Van penales estatales
de la crisis a estables
La historia de los reclusorios en Nuevo León ha estado por décadas manchada de sangre.
Incluso tras la desaparición del Penal del Topo Chico en septiembre del 2019, en el Penal de Apodaca Número 1 hubo una riña el 7 de enero del 2022 que dejó al menos 70 heridos, el traslado de más de 90 reos y la desarticulación de grupos de extorsionadores y tráfico ilegal de cerveza y droga.
Desde entonces, los incidentes han sido menores y autoridades penitenciarias aseguran que controlaron el autogobierno y ya operan como verdaderos centros de reinserción social, mientras que organismos no gubernamentales usualmente críticos coinciden en que hay avances.
Y aunque aún tienen problemas, como la infraestructura y sobrepoblación, las autoridades aseguran tener en marcha estrategias para subsanarlos.
EL NORTE recorrió los Ceresos de Apodaca 1 y 2; el de Cadereyta y el Femenil, junto a autoridades que explicaron la operación y permitieron entrevistar, en ocasiones de manera aleatoria, a personas privadas de la libertad.
En los recorridos se mostraron módulos donde los internos trabajan y toman clases, comedores, cocinas y algunas celdas.
Se observaron las áreas externas de los edificios, filtros de revisión para visitas y se ingresó a unidades en construcción.
En todos los espacios se observó aparente orden.
Jesús Héctor Grijalva, asesor estatal en política penitenciaria, dijo que la actual Administración estatal inició con una problemática grave en el tema de orden, control y disciplina en los centros de reclusión.
“Existían autogobierno, líderes negativos en todos los centros penitenciarios”, enlistó, “manejo de temas ilícitos en el interior, el tema muy marcado de corrupción. No había una ruta en temas de reinserción social”.
Sostuvo que el 15 de diciembre del 2021 se puso en marcha un plan de operación de reinserción social.
Según el asesor penitenciario, hicieron un trabajo de inteligencia para desarticular a los grupos criminales con el traslado de 240 reos a Ceresos federales y con una reorganización de internos en los tres penales varoniles, además de la implementación de nuevas reglas.
Integrantes de ONGs con décadas de trabajo en los centros penitenciarios, como Mercedes Jaime, de Voluntarias Vicentinas; Consuelo Bañuelos, de Promoción de Paz, y Marco de la Garza, de Faro en el Camino, coincidieron en la eliminación del autogobierno y en que realmente han abierto las puertas a organizaciones civiles, empresas e iglesias.
“Cuando se cierra la puerta, cuando no dejan entrar a todas estas instancias, obviamente es porque la casa no está bonita, hay algo que se quiere esconder”, expresó Bañuelos.
“Es muy difícil esconder lo que hay ahí cuando habemos organizaciones que estamos todos los días”.
La infraestructura es uno de los grandes retos que ahora tienen.


En diciembre la población penitenciaria, incluyendo el Cereso femenil y el Tutelar de Menores, era de 10 mil 394 personas. En general la sobrepoblación ronda el 20 por ciento.
El Cereso de Apodaca 1 tiene la mayor problemática, con 6 mil 240 hombres y capacidad para sólo 4 mil 718 internos.
Este penal es el único que recibe hombres de nuevo ingreso. Luego, dependiendo el perfil, pueden ser trasladados.
Grijalva expuso que para el 2025 proyectan tener 2 mil 520 nuevos espacios en este penal con la construcción de cinco edificios, con 504 espacios cada uno, destinados para internos con un perfil de riesgo medio alto.
Con la reorganización, al Cereso de Apodaca 2, creado tras el cierre del Topo Chico, son trasladados grupos vulnerables, como hombres de la comunidad LGBT, indígenas, adultos mayores o con enfermedades crónicas graves.
Al Penal de Cadereyta, recién certificado por la Asociación de Correccionales de América con 100 en estándares de calidad internacional, envían a hombres con un perfil de mayor peligrosidad.
“Antes había un poquito más de libertad (en este penal), pero ya sabe que llegan otras administraciones y cambian las reglas”, dijo Ángel, preso en Cadereyta y quien afirma haber sido secuestrado en el Topo Chico.
“Hay que adaptarse, pero sí estamos bien”, señaló. “Afortunadamente no hay ese tipo de cosas que pasaban en el Topo y en Apodaca”.
Logran en reclusorios
un encierro productivo
Josué, de 33 años, está en la última etapa de la maquila, recibe pilas de blusas rojas tipo campesina que rápidamente cuelga en ganchos y etiqueta con el precio que serán comercializadas en tiendas departamentales.
Pasando las páginas turbias que encierra el Cereso de Cadereyta, pueden escribirse otras de estos espacios: 45 hombres sentados en su mayoría frente a máquinas de coser confeccionando prendas que se venden en conocidos negocios y que ni te imaginas que hacen personas privadas de la libertad.
Unos internos elaboran unas faldas short de vinipiel que irán a boutiques de plazas comerciales de San Pedro y Monterrey.











“Llega la gente, las compra, no saben que las hacemos aquí”, dice Josué, detenido en el 2010 por los delitos de portación de arma de fuego y narcomenudeo. Cumple una condena de 18 años.
Esta empresa de sacos y maquilas tiene una sede al interior del Cereso de Cadereyta en donde los internos reciben un pago por su labor.
Hacen ropa de ciertas marcas y tiendas, unas incluso van de exportación para Estados Unidos.
“Ahorita es temporada primavera-verano, ya lo de invierno terminamos a mediados de noviembre”, comenta Claudia, encargada del taller y quien explica que hacen cerca de 3 mil 500 piezas por semana.










Además de esta ropa, internos de los tres penales varoniles del Estado hacen estropajos, insumos médicos como cubrebocas, cofias y batas; y material de seguridad industrial como chalecos y fajas.













De lunes a viernes salen de sus celdas para cumplir jornadas laborales de ocho horas y reciben un pago de las empresas que los contratan, cada una tiene su espacio y coordinadores.
Estas actividades son parte de una reinserción social.
EL NORTE recorrió en diciembre los Ceresos de Apodaca 1 y 2, y el de Cadereyta, donde autoridades penitenciarias aseguran que el autogobierno ha terminado; mostraron rostros de los penales que poco se conocen al exterior.








CONVIERTE MAQUILADORA EN SU MOTIVACIÓN DIARIA
“Crecí solo, no tuve alguien que me inculcara buenos valores morales, entonces andaba haciendo lo que no debes”, agrega Josué, con prepa trunca y convencido de que este trabajo en la maquiladora es una motivación diaria.
“Aprendí que lo que siembras es lo que vas a cosechar, entonces coseché lo malo, estoy pagando eso.
Ahora intento hacer las cosas diferentes para tener otros resultados”.
Los nombres de los internos han sido cambiados.
En el Cereso de Apodaca 1, el más grande con una población de 6 mil 240 personas, cifra otorgada en diciembre, hay 974 hombres contratados por cuatro empresas.
“Son bastante comprometidos, la gente quiere trabajar”, comenta el encargado de una planta que fabrica equipo de seguridad industrial y emplea a 390 hombres en ese penal.






'AFUERA ES MÁS DÍFICIL CONSEGUIR UN EMPLEO'
Otras historias se conocen en la panadería del Cereso 1, donde está Eliseo, de 41 años, quien estudió hasta cuarto grado de primaria.
Estuvo seis años en el Penal del Topo Chico, donde terminó educación básica.
Duró libre un año y lo volvieron a detener hace seis meses por delitos contra la salud.
“Aquí hay más oportunidades, como quien dice, porque allá afuera batallas mucho”, recalca este hombre de brazos tatuados que dice sentirse útil al trabajar como panadero, y además recibe un sueldo.
¿Sientes que hay más oportunidades aquí adentro? “Sí”.
¿Allá afuera qué es lo más difícil? “Buscar trabajo, por los tatuajes”.
En el Cereso 1 están en construcción cuatro naves industriales, que proyectan terminar este año, en donde los internos harán insumos para dependencias de Gobierno.
Por ejemplo, mochilas o mesabancos para la Secretaría de Educación del Estado.
Los trabajadores que levantan esta obra son también reclusos del penal.
Jesús Héctor Grijalva, asesor penitenciario, señala que esta obra generará un ahorro en el tema presupuestal para el Gobierno y a su vez cumplirán con el proceso de reinserción.

SU ILUSIÓN: LA LIBERTAD Y VIVIR 'NUEVA HISTORIA'
Edgardo, de 63 años, y con 37 preso por los delitos de homicidio y tráfico de drogas, confecciona batas quirúrgicas en el taller de insumos médicos.
En la conversación en el Cereso 2, en diciembre, cuenta que en unas semanas será liberado.
“Creo que a mi edad va a ser muy difícil conseguir trabajo afuera”, comenta Edgardo, sin embargo, le ilusiona salir y escribir una historia diferente.
A diferencia de los Ceresos de Apodaca, en el de Cadereyta tienen un amplio espacio con módulos de autoempleo donde internos trabajan entre semana, de 8:00 a 16:00 horas, elaborando artesanías con material enviado por sus familias.
Ofertan los productos en días de visita o los entregan a familiares para que los vendan.
El director de ese penal, Juan Pedro Quezada, indica que unos 700 hombres, de una población de mil 625, están en áreas de autoempleo o contratados por una de las 11 empresas que laboran al interior.
De pronto estos penales son como una “mini Ciudad”, donde al menos un porcentaje de los hombres cumplen su condena aligerada por una rutina laboral, que quizá para unos es más difícil de obtener afuera.


CON TRABAJO OLVIDA EL ENCIERRO
En el módulo de elaboración de estropajos del Cereso 1 trabaja Felipe, de 24 años, detenido hace un año por el delito de equiparable a violación.
“Ya no estás pensando nada más en el encierro, vas a trabajar y vienes, es casi casi como si fuera lo que es afuera”, comparte.
“Se te olvida que estás aquí encerrado”.
En el Cereso de Apodaca 2, el director José Luis Villalobos explica que hay tres empresas que emplean a 133 personas y están en construcción dos naves que proyectan estar terminadas en el primer trimestre de año, para aumentar la oferta de trabajo.


En un módulo del Cereso femenil, en Escobedo, donde viven mujeres que aún no tienen una sentencia, está Keyla, de 24 años y mamá soltera de tres hijos de 6, 4 y 3 años.
Como ella, el 95 por ciento de las 547 internas –que había en diciembre– en este reclusorio son mamás.
A Keyla la cambiarán de estancia porque acaba de recibir su condena: seis años con seis meses por robo con violencia moral, un delito que asegura no cometió.
“Fue mi pareja”, dice en una pequeña celda con tres literas de metal.
El Cereso femenil, destinado exclusivamente para mujeres en diciembre del 2018, fue parte del recorrido realizado por EL NORTE, además de los tres penales varoniles del Estado.
Autoridades mostraron espacios donde internas trabajan y estudian, así como el comedor, algunas celdas y áreas externas de los edificios.







En este penal, al igual que en algunas áreas de los Ceresos varoniles, permitieron conversar con mujeres de forma aleatoria, como fue el caso de Keyla.
“Cuando a mí me detienen, él sí dice que yo no era”, agrega esta joven con secundaria trunca y quien no recibe visitas de su familia.
El hombre, con quien ya terminó la relación, está en uno de los Ceresos de Apodaca.
“Es que sí andaba una persona femenina cuando él cometió el acto, más yo no era, pero pues no hallaron a quién más, y me metieron a mí”.
Primero la detuvieron en diciembre del 2021, y salió cinco meses después con libertad condicional Pero le giraron una nueva orden de aprehensión por no acudir al citatorio de una audiencia que, asegura, desconocía.
“Hay muchas chicas que no hicieron nada y aquí están”, cuenta Keyla.
“Todas tenemos que llevar un proceso y no hay más que esperar. Una compañera mía tiene un año tres meses sin audiencia.
No le han dicho nada y pues aquí está todavía”.





SON PAREJAS O ACOMPAÑANTES
La historia de Keyla, entrevistada de forma aleatoria en ese módulo, se repite en el Cereso femenil.
Autoridades penitenciarias reconocen que muchas de las mujeres fueron detenidas por ser las parejas o acompañantes del hombre que cometió el delito.
Hay casos donde a ellas las obligaron a realizar una acción, en otros ni siquiera estaban enteradas del delito.
También hay quienes aceptan haber sido cómplice voluntariamente con su pareja.
Guillermina Morales, coordinadora de Reinserción Social, explica que, además, cerca de un 15 por ciento de la población son mujeres que, tras salir en libertad condicional, son reingresadas por no acudir a los citatorios del Juez.
Y esto sucede en parte porque para una mujer que estuvo presa es más difícil tener una red de apoyo al exterior.
En ocasiones no tienen ni dinero para trasladarse a los juzgados o entran a trabajar y no pueden pedir permiso para acudir a las firmas.
“Muchas de las veces son reingresos, no tanto una reincidencia (volver a delinquir), sino que dejan el proceso intermedio, interrumpido, por falta de ese seguimiento en reportarse”, señala Morales.










BUSCAN SUPERAR EL OLVIDO
La mitad de las mujeres del Cereso femenil sufren el abandono familiar, indican autoridades.
La mayoría de las internas tienen entre 25 y 45 años.
En diciembre, en el penal eran 547 mujeres, de las cuales 520 son mamás.
Para ellas la condena es más dura en comparación con los hombres.
“¿A quién le impacta más? Sin duda a la mujer”, dice César Daniel Ramírez, comisario general de la Agencia de Administración Penitenciaria, quien llegó a trabajar a Nuevo León con el actual Gobierno de Samuel García.
“En los 23 años que tengo trabajando en cárceles en diferentes estados y en diferentes momentos, te das cuenta que uno como hombre es más desapegado al afecto familiar, pero la mujer es más emocional.
“Ocupa más tener el contacto con la familia y sí les pega más el tema de depresión, de ansiedad… y no sucede tanto así con la población varonil”.
Directivas del Cereso femenil, ubicado en el Municipio de Escobedo, agregan que en cuestión de salud también es más pesado para la mujer.
En el tema hormonal, por ejemplo, muchas empiezan la menopausia y si afuera es un proceso difícil, recluidas ni se diga.
En el penal hay cinco internas embarazadas y viven dos bebés, que pueden permanecer con sus mamás hasta los 3 años.
Una de las mamás que vive con su hija en el Cereso es Itzel, de 20 años.
Cuando la detuvieron, en agosto del 2022, tenía un mes de embarazo, ahora la bebé tiene nueve meses.
Itzel tenía tres meses de haber conocido a su entonces pareja, quien le pidió ayuda para cometer un secuestro exprés.
“El papá de mi hija me pidió que mandara unos mensajes a una persona”, cuenta sobre su colaboración en ese delito.
Cuando fue esta conversación, ella esperaba una audiencia en la que podría definirse si continuaba su proceso en arraigo domiciliario.
Este Cereso tiene cinco años operando como reclusorio exclusivamente femenil.
Anteriormente estaban en el Penal del Topo Chico, donde llegó a haber hasta más de 50 bebés porque era común que hombres y mujeres iniciaran relaciones de pareja.




POR LA REINSERCIÓN
EL NORTE recorrió estas instalaciones y autoridades afirman trabajar en la reinserción social con actividades educativas, religiosas, deportivas, culturales y espirituales impartidas por asociaciones civiles, voluntarios o dependencias de Gobierno.
Hay 172 mujeres que trabajan y obtienen un sueldo, en su mayoría elaborando insumos médicos o estropajos.
El grado educativo promedio en el penal es hasta secundaria y adentro pueden continuar sus estudios: hay siete mujeres que cursan en línea la carrera de derecho en la UANL.
Valeria, de 30 años, se encarga de contar y administrar la materia prima en la maquiladora de estropajos.
Tiene tres hijos de 11, 10 y 6 años, y es procesada por delitos contra la salud y portación de arma de fuego.
“La mayoría de las personas que estamos aquí, puedo decir un 85 por ciento, venimos porque estábamos acompañando a otra persona, no porque nosotras hayamos hecho el delito, porque veníamos acompañando a un hombre”, dice.
Es del mínimo porcentaje del Cereso con una licenciatura, estudió Administración de Empresas en la UANL.
Ella trabajaba con una plataforma móvil, cuenta, y tenía 12 días de haber conocido a un joven a quien le dio un servicio.
Ese hombre traía droga en una mochila, y la detuvieron con él en agosto del 2022.
“Mi labor es motivarme y también poder tener un incentivo, no ser una carga para mi familia”, expresa Valeria sobre su empleo en el Cereso.
“Al venir aquí, a este trabajo, es una vida muy diferente, no me siento que estoy privada de mi libertad”.
Internas coinciden en que estas actividades al interior del penal son como una luz en la oscuridad.




