Muy probablemente esta lectura venga acompañada de una humeante taza de café. Allí, detrás de los vapores, los aromas y el placentero amargor, hay una legión femenina –las mujeres representan hasta 70 por ciento de la fuerza de trabajo en la producción de café, según la Alianza de Mujeres en Café (IWCA)– y, a propósito del 8M, sus historias de determinación, sororidad y resistencia merecen ser contadas.

Montze Olvera

Fundadora de la colectiva Adelitas

Entre cafetos y convicción por hacer comunidad, Montze delineó su camino e ideales. Atesora especialmente en sus recuerdos la imagen de la comandanta Ramona en su mesa frente a una taza de café.

“Pasé momentos muy simbólicos con el EZLN porque una de las paradas de su gira nacional fue en la finca de mi casa, cuando yo tenía 14 años. Esas experiencias me hicieron entender que debemos desarrollarnos en colectividad, juntarnos para hacer fuerza. Crecí como hija única escuchando sobre justicia social y ambiental porque el café así es”.

Mientras tostaba granos en su comal, las historias y hazañas de su abuela, originaria de la Sierra Norte de Puebla, fueron impregnando el humo y su memoria.

“Viví en la Ciudad de México hasta los 8 años, pero mi papá siempre fue muy arraigado al campo y buscó la manera de regresar. En esa época, él trabajaba como obrero en una empresa que quebró y le dieron unas computadoras como liquidación; así regresamos a Tenango, puso un escritorio público y lo empezaron a invitar a temas relacionados con la política”.

Montze volvió para enrolarse en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM. Bastó un curso propedéutico para reafirmar que los ritmos y peligros de la Ciudad no eran lo que buscaba. Apostó entonces por una especialidad en agronegocios en Tulancingo, se matriculó luego en negocios internacionales y cursó una maestría en ciencias del desarrollo rural en el Colegio de Postgraduados de la Universidad Autónoma de Chapingo.

“Ahí conocí a mi esposo y mi activismo vio una nueva oportunidad. Me encargaba de los temas relacionados con el café en la Unión General Obrera Campesina Popular. En 2015 tomamos algunas dependencias de gobierno para democratizar los apoyos al campo, para que cualquier cooperativa o productor pudiera tener acceso y empezamos a renovar los cafetales, porque en 2012 la roya había acabado con todo. Hidalgo comenzó a resurgir en el café…”.

Poco antes de la llegada del Covid las productoras se acercaron a Montze preguntando qué hacer respecto a los precios bajos. Así surgió la idea de Adelitas. Con una perspectiva de género y justicia social, Olvera compraba los granos de esas mujeres que se quedaban a cargo del cafetal mientras los hombres migraban a Estados Unidos. Primero a Toñita, luego a Doña Mari…

"En 2015 el café estaba en 30 pesos y yo se los compraba en 60. Lo hacía como un favor, hasta que en 2018 mi esposo me dijo que teníamos que ver qué hacer con ese producto porque me estaba acabando nuestros ahorros; yo le decía que mi abuelo siempre dijo que mientras hubiera café, había dinero”.

Tras varias curvas de aprendizaje, apareció Enrique López (propietario de Finca Chelín), quien abrió los ojos de esta comunidad al café de especialidad. Al reunir a las familias productoras para plantearles este rumbo, Montze encontró respuesta positiva en las mujeres y resistencia en los hombres. Donde ellas veían la capacidad de mejorar su calidad de vida para que sus hijos no tuvieran que irse a Estados Unidos, ellos vieron obstáculos, relata.

Honey, natural y lavado fueron los primeros granos de especialidad cosechados por las Adelitas tras aprender sobre sus procesos en tiempo récord. Como parte esa revalorización del trabajo de las mujeres en su comunidad, Olvera les hizo ver a sus compañeras que eran capaces de distribuir la riqueza en hogares libres de alcoholismo y violencia.

“La colectiva empodera a las mujeres en el campo para promover condiciones equitativas, mover la balanza hacia ellas y sus necesidades, prevenir las violencias a través del empoderamiento económico, sin romantizarlo, y convertirlo en más trabajo”.

Laura Renedo

Cofundadora de Memorias de un Barista y Sonata Tostadores

El enamoramiento la llevó por esa pequeña ruta de las cafeterías de especialidad pioneras en la Ciudad de México: Avellaneda, Rococó, Expressarte y Gradios, pero fue en las aulas de la Facultad de Química Farmacéutica Biológica de la UNAM, donde Laura descubrió la ciencia detrás de los aromas del grano.

“Empecé a andar con mi esposo Eduardo a los 15 años, a los 18 lo acompañaba a probar el café, pero en ese momento no me llamaba mucho la atención hasta que, en una práctica de la universidad aislamos cafeína. Por ese tiempo, Aquiles, dueño de Rococó, nos invitó a un curso de cata, ahí descubrí que el café sabía a frutas y así empecé a explorar todos sus componentes químicos. Entendí que el café no sólo era un grano, me sumergí en su química".

“Empecé a escribir un par de notas en el blog de Eduardo, 'Memorias de un barista'. En ese tiempo no se escribía sobre café y la información no estaba tan disponible como ahora. Mis notas tuvieron mucho alcance y entendí que, si pruebas el café de especialidad y si te gusta, no hay vuelta atrás”

La raquítica economía del mercado laboral desanimó a Laura a seguir el camino de la química, mientras sus oportunidades y pasión por el café se afianzaban. Eduardo le propuso asociarse y su madre la apoyó con algo de capital para iniciar aquella aventura con la renta de un local en la colonia Roma.

“A los pocos meses de abrir, quedé embarazada en una situación de riesgo; a los cuatro meses tuve que dejar de ir al café. Cuando tuve a mi bebé todo era muy bonito, pero nadie habla de que esos cambios radicales que vives en un periodo muy corto cobran factura. Me deprimí –muchas mujeres pasamos por eso, pero los doctores no ponen mucha atención–, no tenía ganas de hacer nada, hasta que Eduardo me dijo que tenía que ponerme a aprender; a partir de eso tuve un impulso por volver a capacitarme, tomar más cursos, involucrarme en el tostado".

Las competencias motivaron el regreso de Laura a las barras. A pesar de su entendimiento sobre la química y las habilidades adquiridas a punta de práctica y estudio, seguían refiriéndose a ella como “la esposa de Eduardo”.

"Fui la única mujer en la final de la competencia de tostado, entre 70 participantes, y un competidor dijo que no era justo porque mi esposo me iba a hacer mi curva de tostado".

La pausa pandémica alimentaría su instinto maternal, su unión familiar y le daría la posibilidad de capacitarse en procesos del café. La conexión con sus años en la facultad llegaría de inmediato: microorganismos, aislamientos, microbiología… Laura no veía la hora de compartir ese conocimiento con los productores y tener otro tipo de diálogo.

Pero la proveeduría del café para su tostadora se convirtió en un reto. Al escribirle a los productores, Remedo se enfrentaba al silencio o la petición de “hablar con su esposo”, a pesar de que la decisión de compra fuera suya. Aquello no mermó sus ganas de hacer más certificaciones y delinear otros proyectos, hoy Laura tiene claro que serán a su ritmo.

“Admiro a todas las mujeres: las que siguieron en el mundo del café, pero también a las que deciden ya no estar por cumplir los roles que ellas quieren”.

Sofía Sifuentes

Barista, 31 años

“Soy una persona sumamente curiosa y en el café entendí que podía siempre aprender más. Cecilia Vázquez, gerente en Cielito Querido, fue la primera en abrirme las puertas. Ella había trabajado en Etrusca y, como gerente, siempre dio más por querer enseñarnos, fue la primera en explicarme que para tener una taza de café se necesitan muchísimas manos: las que lo cultivan, las que lo tuestan y las nuestras, como baristas; eso encendió mi curiosidad”.

Sofía percibió desde el inicio que las oportunidades en el barismo lejos estaban de la equidad de género. Falta mucho para que las mujeres tengamos el mismo reconocimiento que los hombres detrás de la barra, señala la especialista, quien enfrentó situaciones de acoso desde el inicio de su carrera.

“En alguno de los lugares donde he trabajado sí encontré un protocolo contra el acoso, pero era insuficiente porque se limitaba a hablar con el gerente. En ese lugar teníamos clientes, sobre todo personas grandes como un doctor retirado que iba con su enfermera, ella se acercaba a nosotros y nos insistía en despedirnos de beso. A veces lo hacíamos para que se fuera, pero tiempo después me di cuenta de que no estaba bien y estábamos normalizándolo sólo para que el señor nos dejara en paz”.

Finalmente Sofía aterrizó en una barra de especialidad y fue ahí donde su camino se cruzó con el de Daniela Sánchez de la Barquera, otra gran mentora y amiga. Gracias a ella entendió el valor de capacitar a otros, de ser responsable por la transmisión del conocimiento.

"Muchas mujeres me han apoyado y enseñado, han estado siempre al pendiente de mi trabajo, echándome porras y eso es muy bonito. Aún falta mucho para que podamos estar a la altura de un hombre en cuestión de salarios y reconocimientos, pero creo que lo estamos haciendo bien, poco a poco nos estamos dando a notar”.

Lucía González

Barista , 28 años

“Cuando llegó la pandemia se truncó mi sueño de pasar del servicio a la barra. Yo veía cómo manejaban cada grano, se preocupaban por cada preparación, se comunicaban con los clientes... era tanta la conexión entre personas que yo quería ser parte de eso. En 2021, pude por primera vez ser aprendiz de barista y recordé lo que vi en mis días en el servicio: nuestro trabajo no es tan valorado como el de nuestros compañeros”.

Lucía reconoce el esfuerzo constante de las mujeres del gremio en favor de la balanza, pero admite que la desigualdad sigue haciendo mella. Ser escuchada como especialista es uno de los retos más grandes que he tenido como barista, siempre escuchan más a un hombre, incluso si hay una mujer detrás de la barra con los mismos conocimientos, agrega.

“En caso de reconocer tus habilidades, se cuestiona cómo obtuviste ese conocimiento, no ven el trabajo que haces para llegar a ese punto. También es frecuente que las compañeras te prevengan sobre pedir trabajo en ciertas barras porque identifican a ciertos dueños como acosadores. Es muy triste que muchas tengan que dejar lo que les apasiona por eso”.

Liderazgo, disciplina y constancia son los aprendizajes que más valora Lucía de su andar por las barras de especialidad.

"El café es una pasión muy grande, agradezco mucho tener la oportunidad de trabajar con tostadoras, compañeras y jefas de barra que se preocupan por todo lo que hay detrás de una taza. En este gremio no solo eres el rockstar de la barra, sino que llevas a la mesa el trabajo de muchas productoras y trabajadoras del campo”.

Mónica Vargas

Fundadora de Mimo Café Bueno

Desde la adolescencia, alternó las canchas, el estudio y las tardes en un café.

“Estaba enamorada del servicio, me gusta mucho atender y dar buenas experiencias. Preparaba alimentos, café, malteadas… aprendía, estudiaba, ponía mi música y fluía. Tenía 18 años y más que ganar dinero, quería moverme, trabajar, estudiar, jugar futbol… Siempre he sido muy activa”.

El huracán Wilma arrastró su trayectoria de la hotelería a la farmacéutica en la Ciudad de México. Ahí conoció a su esposo y poco después se mudó a Dallas; la recesión los traería de vuelta y Mónica decidió entonces dedicarse al voluntariado.

“La asociación trabajaba levantando viviendas en zonas de alta marginación y necesitaban mapear comunidades en conjunto con un líder comunitario. Mi primer viaje fue a Ixhuatlán del Café, Veracruz. Cuando me di cuenta de que cocinaban en fogón abierto y eso representaba mucha enfermedad para las señoras, regresé con la firme convicción de trabajar en eso. Estuve nueve años haciendo proyectos de cocinas sin hollín y así comencé a viajar por todo el País a los 27 años, en muchos de esos viajes me encontré con caficultores”.

Partidaria de la justicia social, Vargas prestó oídos a los caficultores y la escasa solvencia que sus quintales representaban. Hace 15 años, dice, les pagaban 2 o 3 pesos por el kilo de café. Pasado el tiempo, Mónica advirtió que los hombres habían migrado y las mujeres se quedaban a cargo de las casas, los hijos y el café.

Emprendimiento y embarazo llegaron casi de forma simultánea a la vida de Mónica. Ella pensó que sería más fácil vivir esa etapa y tener a sus hijos cerca con un negocio propio; la realidad es que no, admite. En 2014, en compañía de su esposo, se dio a la tarea de visitar todas las cafeterías de la Ciudad, en ese andar encontró contadas mujeres y propietarias, menos. La brecha de género se hizo aún más evidente cuando abrió su cafetería y se dio cuenta de que no era vista como dueña del negocio.

“Si la mujer no genera o no tiene una estabilidad económica, difícilmente puede tener un empoderamiento en otro sentido. La independencia económica te da más capacidad para tomar decisiones y te permite moverte. Como consumidores, empatía y sensibilidad son dos formas de involucrarse con la causa”.

Zalma Piña

Cofundadora de Choppeadito

Cuando empezó sus prácticas profesionales, por ahí del 2012, tenía que trabajar en agencias de publicidad y pasaba mucho tiempo en la zona de Roma-Condesa. Chiquito Café recién se estrenaba y, atendido por su propietario, despertó en Zalma las ganas de tener algo así.

"Ahí empecé a explorar los filtrados y me gustaron mucho. Cuando descubrí que en una taza había mucha más gente que la que estaba en el local me atrapó el mundo del café".

"Me dedico a la mercadotecnia, pero uno de los conflictos que he tenido con mi carrera es que no me gusta vender por vender, me gusta que realmente haya algo detrás y eso pasa con el café. Me tardé mucho, fue un sueño que tuve desde ese momento, pero tenía miedo y no sabía ni por dónde empezar. Seis años después, me propuse hacerlo en serio”.

Zalma decidió especializarse en el oficio antes de abrir su negocio: estudió con Laura, de Memorias de un Barista. Aquel sería su primer acercamiento real con el café de especialidad.

"Tuve una pareja muy machista y siempre me hizo sentir que yo no iba a tener más éxito que él o que no podía hacer las cosas sola y eso se quedó conmigo muchos años. Primero me enfrenté al reto personal de no sentirme capaz de hacer algo (...) y a eso se sumó el desafío de abrir un café en plena pandemia".

Piña sumó a su novio a ese sueño, pero al igual que Mónica enfrenta cotidianamente que, al tratarse de dinero o negocios, le pregunten por “el dueño”. Eso no me resta valor, dice la mercadóloga, pero puedo identificar que en el gremio aún hay sesgo.

Para ella, movimientos como el 8M sí han tenido un impacto, han ayudado a visibilizar y valorar. Ver a otras empezar sus proyectos y lograrlo la ha convencido de que sí se puede.

"Hay que darnos la oportunidad de abrir nuestro panorama, mirar las historias de otras mujeres, apoyarnos, pedir ayuda cuando la necesitemos y saber que, a fin de cuentas, nos va a costar trabajo lograr las cosas, Hay mucha trabas porque todavía hay mucho machismo, pero cada vez somos más capaces de salir adelante. Juntas es más fácil lograr lo que nos proponemos y superar los obstáculos".

Información/Fuente: Nayeli Estrada
Fotos: Karla Ayala
Edición y diseño: Rodolfo G. Zubieta
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