Posteriormente, la Iglesia católica impuso sus festividades y el significado de la tradición cambió. En Francia, por ejemplo, la comunidad recaudaba una colecta y regalaba a un niño bien portado -rey del haba- la ilusión de un día de abundancia.
España adaptó aquella tradición primero en los tortells catalanes y después en grandes roscas, documenta González-Palacios.
El roscón llegó a México por la nostalgia ibérica, su consumo era un privilegio de las clases mejor acomodadas. Las monjas lo enviaban a sus benefactores; los palacios virreinales con salón chocolatero competían por ver quién hacía la mejor rosca, relataba el investigador Edmundo Escamilla.