Trump Reloaded

Denise Dresser

A Donald Trump hay que creerle lo que dice, y más aún montado sobre la marea roja que recorre a Estados Unidos. Una elección con resultados inesperados ha producido lo que el Presidente electo llama un “mandato”.

Regresa a la Casa Blanca con más fuerza y menos constricciones, con más apoyos y menos resistencias. Empoderado y legitimado, Trump se encamina a llevar a cabo una agenda radical con implicaciones graves para el mundo, y probablemente peores para la relación bilateral.

Los temas relacionados con la inmigración, la criminalidad, la economía y la frontera ocuparon un lugar central en su agenda electoral, y seguirán dominando las decisiones de su gobierno. Trump amplificó su base de apoyo, montando sobre el agravio, y gran parte del enojo transita por temas que involucran a México. Trump reloaded es un peligro para México.

Trump se volvió un receptáculo del enojo con las élites, el resentimiento con el status quo, la frustración con la inflación, y el empoderamiento de mujeres y minorías. Aquellos que percibieron al trumpismo del 2016 como un accidente histórico se equivocaron. En retrospectiva, la anomalía política fue la presidencia de Barack Obama. A partir de ese momento, se pensó que la coalición progresista, multirracial, cosmopolita construida por el Partido Demócrata sería la coalición política dominante en los años por venir. Parecía un reflejo del país que se aceptaba a sí mismo como diverso y plural; que había logrado exorcizar los demonios del racismo y la exclusión. Pero la victoria de Trump nos recuerda que las peores pulsiones siguen vivas en amplios sectores de la sociedad. A Trump lo regresan al poder los hombres blancos, las mujeres blancas y los hombres latinos.

Es cierto que el resultado electoral se explica por factores económicos. La pandemia golpeó fuertemente a la clase trabajadora –incluyendo latinos– que se enfrentó a despidos, inflación, altos precios en el supermercado y las gasolineras. Los damnificados post-pandemia castigaron al partido en el poder por las carestías que vivieron y los retos que aún enfrentan. El senador demócrata Bernie Sanders lo sentenció de manera tajante: “El Partido Demócrata abandonó a la clase trabajadora y no debe sorprenderse que la clase trabajadora haya abandonado al partido”. La clase social jugó un papel determinante en el resultado, más allá de la etnicidad. 

Los hombres latinos jalaron la escalera para que otros no pudieran llegar en el futuro; para que otros no lograran obtener lo que tanto trabajo –y quizás varias generaciones– les había costado a ellos. No se solidarizaron con los inmigrantes atacados y amenazados por Trump. Les dieron la espalda, junto con muchos otros grupos, a quienes les importó votar su bolsillo y no su conciencia social. Los miembros de una cultura machista que no creen en el derecho a decidir acabaron votando por un hombre blanco que los desdeña, pero comparte sus valores conservadores, aunque en su propia vida los haya traicionado.

La misoginia estadounidense sigue ahí y ha impedido la llegada de dos mujeres a la presidencia: Hillary Clinton y ahora alguien que además cargaba con un perfil multirracial, que alienó a los hombres latinos.

Una de las tantas paradojas de la elección es que la clase trabajadora blanca y latina ha apostado por un líder político que difícilmente mejorará sus condiciones de vida. Trump gobernará en alianza con los plutócratas de su país –con Elon Musk– y recortará impuestos para los más ricos. Las promesas de incrementar los aranceles para proteger al sector manufacturero estadounidense sólo encarecerán los productos del mercado nacional, que dependen de insumos baratos, y podrían producir un nuevo repunte inflacionario.

Habrá recortes a la salud, a la educación, a las redes de seguridad social que Biden intentó tejer de nuevo, para recrear un Estado del Bienestar para el siglo XXI. Si comienzan las deportaciones masivas, Estados Unidos perderá la mano de obra barata en sectores clave, encareciéndolos para todos, y produciendo una profunda dislocación social.

La pregunta postelectoral recurrente es ¿por qué quienes serán negativamente afectados por Trump volvieron a votar por él? ¿Por qué el voto puede ser irracional o ir en contra del interés propio? La respuesta se halla en la tensión actual entre democracia y desinformación. La narrativa trumpista, enraizada en la supremacía blanca, el odio al “otro”, el temor a una oleada de criminales cruzando la frontera y matando a los gatos y a los perros pesó más que la defensa de la democracia o los derechos reproductivos, enarbolada por Kamala Harris.

A partir de 2016, Trump gobernó dividiendo, polarizando y diseminando información falsa. Ocho años después cosechó los resultados de esa estrategia. Impulsó teorías de la conspiración, presentó los juicios en su contra como una cacería de brujas, pintó un panorama de Estados Unidos asediado y amenazado por los “enemigos desde adentro” (“the enemy within”), y los enemigos desde afuera como China y los inmigrantes.

Prometió regresar a Estados Unidos al pasado, a la grandeza perdida, al país sin baños transgénero y derechos reproductivos y la oleada “woke”.

La mayor parte del electorado aceptó esa agenda. Cerró los ojos ante el historial criminal de Donald Trump, y quizás piense que las instituciones podrán contener sus peores impulsos. O está de acuerdo con sus pulsiones autoritarias, aunque entrañen la eliminación de contrapesos, el debilitamiento institucional, la captura partidista del Estado o la politización del Poder Judicial para perseguir enemigos. La defensa de la democracia sí fue un tema central, pero en Estados Unidos hoy no hay un consenso sobre cómo debería funcionar o qué significa. Para los republicanos, la democracia está en peligro por el liberalismo de los demócratas: para los demócratas la democracia está en riesgo por lo que Trump hizo cuando fue Presidente, y lo que ha prometido hacer ahora que lo es de nuevo. Para los republicanos, la amenaza para Estados Unidos es el movimiento “Black Lives Matter”; para los demócratas es “The Proud Boys” que asaltaron el Capitolio.

La elección estadounidense ejemplifica un fenómeno global. La democracia, el liberalismo y el pluralismo son conceptos disputados en muchas latitudes. Estamos presenciando una recesión democrática global y el ascenso de partidos identitarios, líderes populistas autoritarios y elecciones que empoderan a autócratas. Ya en el poder, esos autócratas desmantelan o capturan las instituciones democráticas que los llevaron al poder, y cambian las reglas del juego para que sea difícil –o imposible– que la Oposición pueda ganar de nuevo.

Estados Unidos ha dejado de ser una democracia “excepcional”, incomparable con otras en el mundo. El regreso a la presidencia de Donald Trump coloca a la Unión Americana en la categoría expansiva de democracias en retroceso, amenazadas por quienes las lideran. Peor aún, con Trump al frente, Estados Unidos se sumará a la red descrita por Anne Applebaum en su nuevo libro, Autocracy Inc. Los autócratas del mundo –incluyendo Putin– se ayudan entre sí para mantenerse en el poder. Se apoyan militar y económicamente, comparten inteligencia, promueven campañas de desinformación y rompen alianzas multilaterales para cambiar el balance de poder a conveniencia.

México es particularmente vulnerable ante el regreso de un Trump con mucho poder, y una agenda radicalizada que nos coloca en la mira, como tarifas, inmigrantes, control fronterizo, narcocriminalidad, fentanilo, revisión del T-MEC. Todos esos temas transitan por la relación con México, y Claudia Sheinbaum ha estado más enfocada en instrumentar el Plan C, que en prepararse para enfrentarlos. Mientras el Gobierno de Sheinbaum se pelea con la Suprema Corte, el equipo de Trump está preparando redadas de inmigrantes, deportaciones y cómo extraer concesiones comerciales de México vía la política del chantaje. AMLO logró sortear la relación con Trump sobando su ego y estableciendo una relación personal basada en temperamentos y estilos de gobernar similares.

Eso se antoja difícil con una Presidente que no posee el carisma o la jocosidad de su predecesor. Lo que le quedará es seguir cediendo en el tema migratorio, seguir utilizando a la Guardia Nacional para perseguir a inmigrantes y seguir siendo el muro de facto que Trump le exigirá fortalecer. En los otros temas, Sheinbaum se enfrentará al bully estadounidense con una Cancillería disminuida, un cuerpo diplomático debilitado, negociadores comerciales con poca experiencia y un aparato de seguridad infiltrado por el crimen organizado.

A eso habría que sumar los auto-golpes propinados –como la reforma judicial– que colocan a México en una peor posición para enfrentar las presiones estadounidenses sobre el T-MEC.

Ante un Trump reloaded hay una Presidenta debilitada por sus propias decisiones y las impuestas por el ex Presidente. López Obrador que también fue un facilitador del trumpismo destructivo y ahora México pagará las consecuencias.

La democracia en América

Carlos A. Pérez Ricart

Domingo, 3 de noviembre, 16:00 horas
Estados Unidos ya es otro.
Miro la televisión desde Nueva York. Falta un día para la elección presidencial y solo una idea pasa por mi mente: Estados Unidos ya es otro.
La democracia más longeva del mundo.
Lo que fue, ya no es.
Ahora es esto: comerciales de televisión que exhiben hordas de migrantes derribando vallas, voces en off prometiendo deportaciones masivas, tonos sepias pintando lugares que parecen ser México, Guatemala o Ecuador. Da igual.
El miedo. Los comerciales de Trump que inundan la televisión son una invitación al miedo. La divergencia es amenaza; migrantes, transexuales, chinos, los otros. America first.
Hay una invasión a Estados Unidos. Ese es el mensaje que el martes va a movilizar a buena parte de los votantes de Trump. Por primera vez en la campaña temo su victoria.
Veo la televisión y comprendo que la democracia más longeva del mundo ya es otra cosa. Es insulto y rabia. Es el punto de fuga de las bajas pasiones de los que no se formaron a tiempo en la fila del progreso. Es la ley de la selva.
….

Lunes, 4 de noviembre, 10:00 am.
En el Metro de Nueva York ya nadie lee el periódico. No miro las caras de los pasajeros, sino sus tabletas, celulares y audífonos. En el mundo subterráneo todo es digital.
La democracia en América es ya otra cosa. Es YouTube shorts y TikTok.
Es el episodio de Trump en el pódcast de Joe Rogan con 47 millones de reproducciones. Es Elon Musk comprando Twitter y usando su plataforma como megáfono de su frivolidad. Es ese mismo tipo sorteando un millón de dólares al día a electores republicanos. Es algo que no entendemos todavía, pero que intuimos terrible.
De cómo los nuevos medios configuran la democracia no se ha escrito poco. Tampoco lo suficiente. Es el tema más importante de la década.
En enero de 2024, sólo el 3 por ciento de los estadounidenses pensaban que la migración era el problema número uno para Estados Unidos. En julio, la cifra había pasado al 17 por ciento (Gallup).
En esos siete meses los cruces fronterizos no aumentaron; al contrario, disminuyeron. No cambió el fenómeno. Lo que cambió fue la opinión pública. El péndulo se movió.
¿Quién lo movió? ¿Cómo se mueve? ¿Quién lo mueve?
No sabemos qué pasa, pero intuimos que es terrible. Ya lo veremos mañana.

Martes, 5 de noviembre, 20:00
Los comentaristas de CNN están cada vez más preocupados. Los paths for victory comienzan a reducirse. Cayeron Carolina del Norte y Georgia. Pronto lo hará el cinturón azul. Las cuentas para 270 no salen.
Cambio de canal. En Fox News las cuentas sí que salen.
En todas las mesas hay voceros demócratas. Sin quererlo comienzan a esbozar explicaciones a su derrota. Es temprano en la noche, pero su candidata registra peores números que Biden en 2020. En el norte, en el sur, en el campo, en las ciudades. En todos lados va peor.
Resulta que no. El problema no era la vejez de Biden ni sus pérdidas de memoria. Al parecer el problema era estructural. Lástima que tuvieran que esperar al día de las elecciones para darse cuenta.
Dicen que el Papa Inocencio IX encargó un cuadro en el que aparecía en su lecho de muerte. Dicen también que lo contemplaba siempre que debía tomar una decisión importante.
El partido demócrata tiene su propio cuadro, es un mapa de Estados Unidos repleto de rojo escarlata. Lo que no está claro es que le queden muchas decisiones importantes por tomar. La más relevante la tomó a principios de siglo: abandonar a las clases populares en favor de agendas identitarias.
Trump enseñó los límites de la izquierda que renuncia a proteger a los obreros y centra su programa político en la defensa de las reivindicaciones más progresistas. El fenómeno woke o el dragón que se come su propia cola. En la búsqueda por ganar la batalla cultural, los demócratas perdieron la guerra última.
Mientras seguimos buscando las razones de la derrota siguen cayendo los votos y las posibilidades de revertir la marea roja. Ya cayó Pennsylvania. Parece que Michigan también. Será una noche corta.

***

Martes 5 de noviembre, 23:00 horas
Setenta y tres millones de votos republicanos. Serán algunos más conforme avance la madrugada. Nos vamos a dormir con una certeza: Trump ganará el voto popular y se lleva la trifecta: Cámara de Representantes, Senado y Presidencia. Trump takes it all.
No sorprende la victoria, pero sí la magnitud.
Acaba de ser elegido alguien que no cree en América del Norte, la idea a la que en 1994 decidimos -para bien y para mal- anclar nuestro futuro. Integración, cadenas de valor, regionalismo. Palabras que para él no valen nada y que todo significan para nosotros.
Acaba de ser elegido alguien que promete deportar 400 mil personas al año, algo más de mil esposos, padres, hijos y hermanos al día. Personas. Humanos.
Acaba de ser elegido un exconvicto, un mentiroso.
Pero no nos equivoquemos. Trump no es ya una anomalía, un fenómeno que sucede en los límites de la sociedad. Es parte del centro político. Por eso tiene razón Antoni Gutiérrez-Rubí cuando escribe que con Trump ganan “nuestras tripas, nuestros cortes de manga, nuestro lado soez y berreta. Gana la bestia que todos llevamos dentro”.
Trump es un hecho democrático. No pretendamos observar su fenómeno fuera de la matriz de la democracia. Si lo hacemos, volveremos a equivocarnos en calibrar la fuerza de su movimiento. Y en reaccionar en consecuencia.
Decía Tocqueville (¿quién más sino él?) que la revolución estadounidense de 1776 había sido el resultado de una preferencia madura y reflexiva por la libertad. No un anhelo vago o mal definido de independencia.
Estados Unidos ya es otro.
La democracia en América era otra cosa.

Los EU de Trump: la ola roja

José Díaz Briseño / Corresponsal

WASHINGTON.- Cuando la agencia de noticias Associated Press (AP) otorgó el triunfo a Donald Trump en la competencia por la Casa Blanca la madrugada del miércoles 6 de noviembre, la idea que por semanas anunciaba la elección más cerrada de la historia reciente de Estados Unidos había quedado destrozada.

Para ese momento, el candidato republicano no sólo había asegurado la cifra mágica de los 270 votos del Colegio Electoral necesarios para convertirse en Presidente sino también mejorías en bastiones demócratas, como California y Nueva York, donde si bien no logró el triunfo su apoyo subió como espuma.

“Mucha gente me ha dicho que Dios me salvó la vida por una razón: salvar a nuestro País y devolverle la grandeza a Estados Unidos”, dijo Trump en referencia al atentado que sufrió en julio en Pensilvania perpetrado por un tirador solitario registrado como republicano, pero que había donado a los demócratas

Con mejorías desde el Sur de Texas hasta la isla de Manhattan, Trump logró beneficiarse de una ola roja que respondió al descontento desatado por la dislocación económica desatada por la pandemia del Covid-19 y que llevó una inflación récord de 9.1 por ciento en el año 2022, cuyos residuos aún se sienten.

Sin que la candidata demócrata Kamala Harris pudiera remontar en ninguno de los siete Estados clave para la elección, el magnate inmobiliario de 78 años -que en 2020 desconoció su derrota ante el hoy Presidente Joe Biden- logró apoyos clave en diversos grupos de votantes pero beneficiándose del mal humor nacional.

“Siguió siendo la economía (…) Los votantes reaccionaron a la inflación del periodo 2021-2023, especialmente los votantes de clase trabajadora, que fueron los más afectados por el aumento de precios”, aseguró E.J. Fagan, profesor del departamento de Ciencia Política en la Universidad de Illinois en Chicago.

Al igual que otras democracias occidentales como Reino Unido que enfrentaron una dislocación tras la pandemia, la mejoría en el empleo, el crecimiento económico y la propia inflación no fueron suficientes para eliminar el descontento general con la Administración Biden y que eventualmente se trasladó a las urnas.

Según el sitio FiveThirtyEight, la aprobación de Biden nunca pudo recuperarse de la caída registrada entre mayo de 2021 y julio de 2022; para la ex Presidenta de la Cámara Baja Nancy Pelosi, la obstinación de Biden de ser el candidato presidencial -hasta declinar por Harris en julio- terminó ayudando a Trump.

“Si el Presidente hubiera salido antes, podría haber habido otros candidatos en la carrera. Y como les digo, Kamala podría haberle ido bien y habría sido más fuerte en el futuro. Pero no lo sabemos. Eso no sucedió”, dijo Pelosi en una entrevista con el diario The New York Times sobre la responsabilidad en la derrota.

Para algunos expertos, las ganancias de Trump –incluso en Estados demócratas como Nueva Jersey y Massachusetts–, muestra que aun con los anuncios, las giras y la propia candidata Harris, la victoria del ex Presidente estuvo impulsada más bien por los bases fundamentales de un retraso del shock económico.

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Combinando una sólida industria manufacturera y zonas de colinas agrícolas, el viejo condado de York en el sur de la crucial Pensilvania es sólido territorio republicano que tradicionalmente, junto a otros similares, sirve de contrapeso a condados demócratas de las grandes ciudades como Filadelfia y Pittsburgh.

Para evitar repetir la derrota de 2020, el ex Presidente Trump necesitaba este año que sus bases en condados como York incrementaran su nivel de votación; desde temprano por la mañana o tras el fin del día laboral, las bases trumpistas en estas pequeñas localidades cumplieron con su labor.

“Yo quiero que la economía se mantenga fuerte. Quiero que mis nietos crezcan en el tipo de ambiente en el que yo nací”, dijo a Grupo REFORMA Jane Clark, trabajadora de la campaña republicana en un centro de votación en el pueblo de Hanover, en York, calculando unas 600 personas votando ya entrada la tarde.

Tal como ocurrió en la mayor parte del País y no necesariamente visible para las encuestadoras, el sufragio por Trump en el condado de York logró lo que la campaña buscaba: incrementar el margen de más de 146 mil votos a su favor en la elección de 2020 a más de 152 mil votos a su favor en la elección de 2024.

Al igual que los otros Estados claves como Michigan y Wisconsin, situados en el viejo corredor post-industrial del Cinturón del Óxido, Trump terminó ganando en Pensilvania por alrededor de 44 mil votos, algo que se explica por la devoción de su base rural así como por arrancar votos tradicionalmente demócratas.

En el laboratorio de Pensilvania, los graneros del voto demócrata –situados en las zonas urbanas y los suburbios de alta escolaridad e ingresos– no respondieron al llamado de una campaña que tuvo que aparecer a la mitad de julio, cuando Biden debió ceder la estafeta a Harris tras un desastroso debate.

A diferencia de las zonas rurales, el condado de Montgomery en las afueras de Filadelfia es el ejemplo de un granero de votos demócratas en los suburbios, particularmente entre las mujeres de alta escolaridad, en favor de la candidatura de la Vicepresidenta Harris, algo que al final no fue suficiente.

De acuerdo con los datos oficiales del condado de Montgomery, el voto a favor de la candidata demócrata Harris cayó por casi 10 mil votos (de 319 mil a 310 mil) mostrando que el entusiasmo ya sea por Harris o el desencanto con el Presidente Biden y su economía simplemente no lograron sacar a más gente a votar.

El buen desempeño de la campaña bajo el mandato de los estrategas Susie Wiles y Chris LaCivita permitió que el escenario temido de días sin saber el resultado en Pensilvania no ocurriera; desde 2016 ante la entonces candidata demócrata Hillary Clinton, Trump mostró ser popular ante grupos inusuales.

“Se esperaba que esta elección no se decidiera hasta dentro de varios días. En cambio, supimos quién era el ganador a la mañana siguiente porque Trump superó las expectativas en todos los Estados clave”, aseguró Cayce Myers, profesor de relaciones públicas en la universidad de Virginia Tech (VT).

Aun así, el Laboratorio de Elecciones de la Universidad de Florida en Gainesville considera que la participación no llegará al 66 por ciento alcanzado en 2020; ahora las estimaciones de laboratorio es que la participación será de 62 por ciento, justo un momento en que Biden quiere comenzar a proteger cosas.

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Aunque buena parte de los analistas coinciden que el mal humor en torno a la economía y la impopularidad del Presidente Biden explican buena parte de su triunfo, el hecho de que Trump logró mejores resultados entre grupos demográficos evidencia algo que sólo algunas encuestas notaban previo a la jornada.

De acuerdo con el estudio VoteCast de la agencia AP, basado en los resultados de la elección, la campaña de Trump logró mejorar entre los jóvenes de entre 18 y 29 años de edad al pasar de obtener un 36 por ciento de este segmento en 2020 a un 46 por ciento en la nueva elección de 2024.

“(Mis preocupaciones) tienen que ver con la inflación de los precios. Y sí, mucho de esto tuvo que ver con la pandemia del Covid-19 y con las cosas que hizo Trump en el cargo en 2020, pero no creo que hagan cosas en el mejor de interés (Biden y Harris)”, dijo a Grupo REFORMA Brooklyn, joven de 24 años, quien primera vez votó por Trump en el condado de York y que prefirió no dar su apellido.

Siguiendo el estudio de la agencia AP, el apoyo de los votantes de origen latino a favor de Trump pasó de 36 por ciento registrado en la elección de 2020, hasta obtener un sorprendente 42 por ciento en la elección de 2024, en lo que para algunos significa un reacomodo de las bases partidistas en EU.

“Las preocupaciones (de los votantes latinos) en torno la economía, el crimen, la extralimitación del gobierno y las cuestiones culturales están entre las principales preocupaciones que impulsan este realineamiento”, dijo Gustavo Flores-Macías, profesor de gobierno en la Universidad de Cornell.

Parte esencial de dicha coalición por décadas, Trump también logró arrebatarle al Partido Demócrata su dominio entre los afroamericanos; según el estudio VoteCast, el ex Presidente pasó de tener un 8 por ciento del voto afroamericano en 2020 a un 16 por ciento en 2024.

La baja aprobación del Presidente Biden –con promedio de 38 por ciento, según FiveThirtyEight– así como la memoria viva aún de la alta inflación de 2020 –9 de cada 10 votantes preocupados por el costo de los alimentos según el estudio VoteCast de la agencia AP– son quizá la principal explicación de su voto.

“Trump tuvo mejores resultados en todo tipo de lugares: estados republicanos y demócratas, zonas rurales, ciudades”, escribió el politólogo John Sides, de la Universidad de Vanderbilt, en la página Good Authority. “Las explicaciones iniciales que deberíamos buscar deben ser más amplias”.