La zona de Heredia, Costa Rica, antes conocida por su potencial agrícola centrado en la siembra y cultivo de café, ha experimentado una transformación notable desde 1997. En la actualidad, una parte de este territorio alberga uno de los complejos tecnológicos más avanzados de Latinoamérica, gracias a la presencia de Intel.
Este lugar ubicado en Heredia incluye el centro de desarrollo e investigación de Intel y el centro de ensamblaje y pruebas, lugar que visitamos en febrero pasado para descubrir la posición de la empresa en la industria de semiconductores, especialmente en el contexto de la creciente digitalización impulsada por el cómputo en la nube, procesamiento en el borde e Inteligencia Artificial.
Ileana Rojas, vicepresidenta global de ingeniería de diseño y gerente general de Intel Costa Rica, destaca varios elementos clave que contribuyen a la llegada y permanencia de Intel en la región como la larga historia democrática, la conexión entre los océanos Pacífico y Atlántico, así como una economía abierta. La sede juega un papel fundamental en el desarrollo de procesadores para data centers.
PRUEBAS EXHAUSTIVAS
Los centros de datos requieren de procesadores especializados, como la línea Xeon de Intel, los cuales son ensamblados en Costa Rica. Pero antes de entregar los productos a los clientes, la tecnológica se asegura, previo a la producción en masa, de que cada transistor, conexión y arquitectura estén en su punto más perfecto.
Para ello, requiere de un laboratorio de volumen e ingeniería que simula las condiciones de una producción a larga escala para generar datos y realizar correcciones en hardware y software.
Iván Flores, gerente del laboratorio, nos recibe y obliga a portar una bata, cubiertas para el calzado y gafas de protección para ingresar a la primera parte del recorrido. Lo primero que percibe el ojo son estructuras metálicas que se alzan a más de cuatro metros de altura, diseñadas para albergar maquinaria computacional que sirve para realizar las pruebas.
A pesar de las monstruosas máquinas, el panorama luce ordenado. El color blanco en estas estructuras, paredes y techo es predominante. La asepsia es una palabra que resume todo.
El desarrollo de un procesador en Intel implica cinco fases: concepto, viabilidad, ejecución, producción y post producción. El rol del laboratorio se ubica en la ejecución, una de las más críticas y de mayor atención, ya que además del personal de Costa Rica, ingenieros de otras sedes del mundo participan en la evaluación a través de conexiones remotas.
De acuerdo con Flores, colegas de Malasia, China, India, Israel o Estados Unidos intervienen en la revisión.
A su vez, el laboratorio tiene tres momentos cruciales: encendido del primer chip, generación de prototipos de procesadores y calificación de producto. Al avanzar por el entorno cibernético llegamos con José Pablo Gazel, ingeniero de módulo y proceso, encargado de dar los primeros latidos de los microprocesadores. Su labor consiste en introducir los chips en módulos para obtener datos eléctricos, mecánicos y termodinámicos.
Después de dar señales de vida, las pruebas se vuelven más específicas y es donde interceden ingenieros de otras latitudes y de distintas disciplinas. En medio de la caminata, el responsable revela que una vez listos los resultados, pasan a la fase de producción.
Los procesadores llegan al mercado en un periodo aproximado de 15 meses, por ello las operaciones en este lugar nunca se detienen.
“El tiempo de validación de un procesador de data center es mucho más largo; la cantidad de transistores es mucho más grande y tiene tecnologías internas más complejas. Nubes, banca, la NASA, Amazon, Google; estas unidades tienen que ser super confiables para esos mercados”, resalta.
ENSAMBLAJE
Otra de las actividades en Intel Costa Rica es el ensamblado de procesadores. Para este recorrido, Javier Pérez, director del área de ensamblado y pruebas, nos acoge con una explicación sencilla. En una mesita muestra varias piezas de un procesador para servidores. El armado de un Lego muy caro, así es como simplifica las tareas en este espacio contiguo al laboratorio.
Aquí llegan los die, la pieza donde se encuentra la circuitería y los componentes internos del procesador. Son láminas rectangulares cortadas de una oblea. El die se adhiere a un sustrato que le aporta una primera protección y conexiones. Una vez pegado, se conecta a un interposer, otra base que ayudará a instalarse sobre la placa madre de la computadora. El ‘sandwich’ concluye con la colocación de un disipador de calor en la parte superior.
Pérez nos traslada a otra área donde hay aparatos robotizados y comenta que, posterior al ensamblado, cada procesador es sometido a tres tests: calentamiento, prueba de clase y validación de sistema.
En el primero, se comprueba el umbral de los transistores que pueden seguir vivos después de un estrés de altas temperaturas. En el segundo paso, se mide la velocidad y potencia; además, se detecta el comportamiento en bajas o altas temperaturas. La tercera prueba simula las condiciones de uso de un cliente; aquí se ponen en marcha programas y se analiza el comportamiento con memorias.
A este punto, es abrumadora la cantidad de pruebas de cada unidad, pero hay razones de peso. El experto insiste que un microprocesador de un servidor no puede fallar; no se pueden caer los mercados de bolsa o es impensable que un hospital se quede sin infraestructura tecnológica.
Tras las contundentes afirmaciones y enmarañados detalles, quedan en mis pensamientos cómo un ataque de pulso electromagnético puede freír en instantes esta complicada tecnología.
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