Tláloc, Chalchiuhtlicue y Quetzalcóatl eran homenajeados con ofrendas a base de maíz. De acuerdo con la investigadora Gisela von Wobeser, el inicio de la tradición de comer tamales el 2 de febrero es incierto, pero se cree que deriva de ese sincretismo prehispánico y del simbolismo del maíz.
Según el Popol Vuh, el hombre fue creado de maíz. De ahí que esos envueltos de masa y el nacimiento de un niño guarden una estrecha relación, que se evidencia el Día de la Candelaria.
Los padrinos, a quienes les salió niño en la Rosca de Reyes, ofrendan a sus invitados diferentes versiones de esta preparación cuyo nombre en náhuatl -tamalli- significa envuelto. Y es así como se preserva una tradición que sincretiza creencias prehispánicas y católicas.
Variedades de tamales existen tantas como regiones y poblados en la República Mexicana. Según registra la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural, hay entre 3 y 4 mil derivaciones de 500 recetas base.
En su “Diccionario Enciclopédico de la Gastronomía Mexicana”, Ricardo Muñoz Zurita documenta 378 variedades, 340 de las cuales son de maíz, y otras, como el mextlapique, de semillas molidas de mezquite; el michtamal, de pescado, y el nacapitú, relleno de frijoles pataxetes.
Es en la milpa donde se origina la mayoría de los ingredientes – maíz, frijol, chile y jitomate– que dan forma, sabor y color a nuestros tamales.
La masa puede ir batida con manteca, mantequilla, tequesquite, polvo para hornear, sal, azúcar, caldos, agua, adobos o ingredientes regionales. Envuelta en hojas de elote, maíz, plátano, aguacate, papatla chaya, acelga… Los rellenos, desde guisos y carnes hasta vegetales y quelites, podrían llenar un tomo entero.