La particularidad es la clave en este controversial término, que a menudo fluye en la conversación de sommeliers, enólogos y amantes del vino. Hasta los microorganismos menos visibles afectan el resultado final de un vino: el concepto de terroir está más vigente que nunca.
Mientras que en la década de los 80 rara vez se ordenaba un vino por variedad de uva, hoy hay cartas categorizadas incluso por tipos de suelo.
La idea de la particularidad de la tierra no es nueva. El filósofo John Locke observó la singularidad de los suelos de Château Haut-Brion desde 1677; publicaciones londinenses de 1728 atribuyen la grandeza de Montrachet, Borgoña, a una franja de terreno.