Habla por teléfono con una de las madres. Ella supo que su hijo fue herido en batalla y lo dejaron allí, pero no está segura de dónde.
“Lo dejaron morir, ¿¡y ahora me dicen que ‘¿¡murió como un héroe!?’”, dice, y sus palabras se ahogan entre sollozos.
“No llore”, le dice Yukov. “Porque si se debilita, nadie lo ayudará … ¡No llore delante de nadie! No valen la pena. Llore sólo frente a la tumba de su hijo”.
“Los llevaremos a todos de regreso”, prometió. “Sólo necesitamos algo de tiempo”.
Yukov le dice lo mismo a todas las madres. Les dice que hablen de sus hijos muertos para que sean recordados. Hay una persona en particular cuya historia Yukov no quiere que se olvide: Oleksandr Romanovych Hrysiuk —Sasha, para su madre Olha.
En un críptico mensaje de voz el año pasado, Yukov instó a Olha a contar la historia de Sasha. “No todos tienen esa historia”, le dijo.
Pero omitió la parte más importante: lo que le costó a él traer a Sasha a casa.
CONTAR LOS CADÁVERES
El verdadero número de víctimas de la guerra en Ucrania —y las probabilidades que enfrenta cada bando— se puede medir en cadáveres.
Más de medio millón de personas han muerto o han resultado gravemente heridas en dos años de guerra en Ucrania, según estimaciones de inteligencia occidental —una cifra humana no vista en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. La cuestión de quién prevalece depende cada vez más de qué lado puede tolerar las pérdidas más grandes.
En esa medida, Moscú tiene la ventaja.
Los analistas dicen que será difícil para Ucrania superar a las fuerzas rusas —que continúan creciendo a pesar de cientos de miles de bajas— sin recursos importantes por parte de sus socios internacionales. Pero el Congreso de Estados Unidos no ha aprobado 60 mil millones de dólares en ayuda para Ucrania, incluso a pesar de que los soldados en el frente tienen pocas municiones.
El Presidente ruso Vladímir “Putin no está dirigiendo una democracia”, dijo Evelyn Farkas, ex funcionaria sénior del Pentágono para Rusia y Ucrania, quien ahora dirige el Instituto McCain de la Universidad Estatal de Arizona.
“Putin puede darse el lujo de ser más insensible e ignorar el recuento de cadáveres”.
Rusia tenía 3,7 veces más hombres en edad de combatir que Ucrania en 2022, según datos del Banco Mundial. Eso significa que, aunque Rusia ha sufrido casi el doble de bajas que Ucrania, según estimaciones de inteligencia occidental, las pérdidas per cápita de Rusia son aún menores que las de Ucrania.
Con los niveles actuales de reclutamiento, el Kremlin puede mantener el actual índice general de disminución a lo largo de 2025, según una evaluación de RUSI, el Instituto Real de Servicios Unidos (RUSI, por sus siglas en inglés), un centro de estudios sobre temas de defensa y seguridad con sede en Londres.
Mientras tanto, Ucrania tomó esta semana la medida políticamente difícil de reducir la edad de reclutamiento militar de 27 a 25 años en un esfuerzo por reponer sus filas.
Yukov comprende que para la gente que está lejos, la guerra es geopolítica, la muerte se puede contar en números y el dinero importa más que los hombres. Pero él sabe que no es así.
“La guerra tiene una cara”, prosiguió. “Muerte, estupidez y horror”.
DIOS SE LLEVA A LOS MEJORES
La última vez que Olha Hrysiuk habló con su hijo, Sasha le preguntó por los cultivos de primavera, el huerto, sus caballos y sus vacas, ¿estaban las gallinas poniendo muchos huevos? La conversación continuó como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Era el 15 de mayo de 2022.
Sasha desapareció al día siguiente.
Durante tres días, para Olha sólo hubo silencio. Lo aceptó porque Sasha le había dicho que participaría en una misión y que tal vez no podría estar en contacto.
Al cuarto día, llamó al jefe de su aldea, quien a su vez contactó a la oficina militar más cercana, que se comunicó con su unidad militar, que respondió que Sasha estaba desaparecido.
Sasha no era un combatiente nato. Deportista, estudió fisioterapia antes de ser reclutado y enviado al frente el 3 de abril de 2022. Olha le dio una cruz de plata con una cadena para que la colgara alrededor de su cuello cuando se preparaba para la batalla.
¿Dónde estaba ahora su hijo, se preguntó, el niño de dulce sonrisa y orejas que sobresalían, al que le encantaba correr y tenía tantos amigos que no podía contarlos?
¿Dónde estaba su hijo, quien soñaba con construir un hogar para la familia que aún no tenía?
“En Ucrania tenemos el dicho de que Dios se lleva a los mejores”, contó Olha. “Creo que este es el caso”.
Después de rogar por información en redes sociales, la nuera de Olha logró hablar directamente con algunos soldados de la unidad de Sasha.
Dijeron que Sasha había muerto. Lamentaron mucho no haber podido llevar su cadáver con ellos porque el bombardeo fue demasiado intenso, y lo único que pudieron hacer fue esconderlo en un sótano en Dovhenke —un asentamiento rural en el este de Ucrania que cayó en manos de los rusos. Escribían su nombre en los proyectiles que disparaban porque también lo querían. Fue un héroe, declararon.
Sasha, de 27 años, duró exactamente seis semanas en la guerra. Ya era hora de que regresara a casa. Si Olha no podía recuperar a su hijo, recuperaría los restos que quedaran.
Pero, ¿cómo? Olha empezó a hacer llamadas a la Cruz Roja Ucraniana, al Comité Internacional de la Cruz Roja, a la Oficina Nacional de Información de Ucrania, al ejército ucraniano, al Cuartel General de Coordinación para el Tratamiento de Prisioneros de Guerra y a todas las líneas directas y grupos de voluntarios que pudo encontrar.
Envió correos electrónicos al Comisionado de Derechos Humanos y cartas al Ministerio de Defensa e incluso al propio Presidente Zelensky.
Anotó quién respondió, quién no, y, sobre todo, quién le dijo que esperara, esperara, esperara. Durante seis meses, Olha procuró hacerlo.
“Simplemente no podría vivir sin intentarlo”, declaró. “¿Cómo es posible que ni siquiera pueda ver los huesos de mi hijo? ¡Incluso estaba dispuesta a ir yo misma a Dovhenke!”.
Al final, la gente le dijo que si Black Tulip (Tulipán Negro) no podía regresar a Sasha a casa, nadie podría hacerlo.
"TENEMOS QUE SER ENTERRADOS"
Black Tulip es el nombre de la red de recolectores de cadáveres voluntarios en que Yukov trabajó en 2014, cuando Rusia se apoderó de Crimea y se adentró en el este de Ucrania. Desde entonces, Black Tulip se disolvió, pero el nombre permaneció. Yukov fundó después su propio grupo, llamado Platsdarm, que puede traducirse como “cabeza de puente” (o “área capturada”, en un sentido militar), para continuar la misión de Black Tulip.
El trabajo de Yukov es llevar a todos de vuelta. Recogió los restos de un hombre que estaban esparcidos entre los árboles y se los devolvió a la madre del soldado. Ha sacado restos humanos calientes de un helicóptero en llamas. Una vez, una madre le pidió que por favor recuperara el brazo de su hijo, que según escuchó colgaba de un árbol en particular. Él lo hizo. Ha buscado entre las heces para recuperar huesos de dedos y dientes de hombres cuyos cadáveres fueron engullidos por los cerdos.
Comenzó a buscar cadáveres a sus 13 años, pero al principio cometió errores. Las almas a las que ofendió —o que no logró encontrar— lo perseguían. Sintió que le pinchaban las costillas cuando dormía y despertaba mareado y con la nariz sangrando.
“¿Por qué siguen viniendo?”, preguntó a sus fantasmas. “¿Qué necesitan?”.
“Alguien me toma por el cuello y susurra: ‘Tenemos que ser enterrados’”, recordó.
Despertó empapado de sudor. Supo lo que tenía que hacer.
UN CLIC FATÍDICO
A finales del verano de 2022, Olha y su otro hijo se acercaron a Yukov en busca de ayuda. Enviaron fotos de Sasha y su tatuaje, así como imágenes de satélite de su ubicación aproximada.
Yukov llegó a Dovhenke en septiembre, no mucho después que los rusos se marcharan. Más del 90 por ciento de los edificios allí habían sido destruidos o dañados, y era difícil encontrar el sótano donde la unidad de Sasha dijo que lo habían dejado. Además, había minas.
Buscaron durante días. El 19 de septiembre, Yukov dio un paso y escuchó un clic. La fuerza de la explosión lo derribó.
“Estaba tirado allí y sentí que no tenía piernas”, dijo Yukov. “Pensé: ‘Está bien, conseguiré una prótesis’. … Pero vi agujeros y sangre que salía de mis piernas. Me dije algo como, ‘OK. Las piernas están en su lugar’. Pero de repente, no puedo ver con un ojo. No hay ojo”.
Su equipo corrió hacia él, gritando. “¡DETENTE! ¡NO CORRAS, QUÉDATE QUIETO!”.
Yukov gritó en respuesta, preocupado de que ellos también volaran por los aires. “¡Traigan torniquetes y una camilla!”.
En silencio, rápidamente lo llevaron en auto al hospital, mientras su perro jadeaba por encima del agudo zumbido del motor. Yukov estaba inerte en el asiento trasero, con torniquetes en las piernas. Con cuidado tocó un paño blanco ensangrentado donde antes tenía el ojo derecho.
Dos semanas después, Yukov encabezó a todos de regreso a Dovhenke, con el ojo parchado como pirata. Se movía y tropezaba con las muletas mientras intentaba encontrar a Sasha, pero todavía era demasiado peligroso y tuvieron que esperar unas semanas más para que se retiraran las minas. Para entonces, Yukov ya tenía un ojo de vidrio que parece increíblemente real hasta que lo golpea con los nudillos.
Cuando finalmente regresaron a Dovhenke para buscar a Sasha, un pequeño gato gris con la nariz herida saltaba al hombro de Yukov y frotaba su nariz en él. El gatito dio vueltas en un lugar entre los escombros. Comenzaron a cavar allí.
“Las almas vienen y deambulan junto a nosotros”, explicó Yukov. “Recibimos una señal para mostrarnos dónde yacía … Quiere regresar a casa. Mamá está esperando”.
Sasha estaba aplastado bajo los escombros de un edificio derrumbado. El lugar quedó calcinado. Había fragmentos de mortero de 120 mm y señales de una explosión enorme.
Para cuando se abrieron paso a través de las últimas capas de hormigón, ya estaba oscuro. Denys Sosnenko, un joven de 21 años a quien Yukov solía entrenar en kickboxing, bajó al foso para revisar la tierra con los dedos en busca de huesos.
Yukov le dijo a Denys que intentara mantener juntos los fragmentos de la cabeza de Sasha en lo que quedaba de su casco. Le entregó parte del cráneo de Sasha, mojado y amarillento, a Yukov, quien lo colocó con cuidado en una bolsa blanca grande. Era difícil hacer un registro de todas las piezas porque estaba completamente oscuro y trabajaban con una linterna.
Denys sacó una cruz plateada cubierta de tierra y la dejó a un lado; luego una cuchara y un reloj.
Yukov prosiguió con el inventario anatómico aproximado de lo que quedaba de Sasha. Un brazo. La columna vertebral. Pelvis. Fémur. Codo.
“Espera”, dijo Yukov. “¿Dónde está el otro brazo y el (otro) omóplato?”.
Era el 25 de noviembre de 2022. Dos meses después, Denys condujo sobre una mina terrestre mientras buscaba cadáveres y falleció.
ONCE RUSOS Y UNA PIERNA
Como en la mayoría de las guerras, ambos bandos han minimizado u oscurecido sus pérdidas, y el verdadero número de víctimas puede no conocerse durante años.
Pero desde el cielo, las multitudes de muertos ya transforman el paisaje. Las tumbas tienen el mismo aspecto a ambos lados del frente: Campos que antes estaba vacíos ahora forman mosaicos de lápidas nuevas.
Yukov dice que ha recogido más de mil cadáveres desde que comenzó la invasión a gran escala hace dos años, más de la mitad de ellos rusos.
“No estamos luchando contra los muertos”, dijo. “No separo los cuerpos de los soldados rusos y los de los soldados ucranianos. Todos son almas para mí”.
Una noche de octubre, Yukov regresó de una misión cerca de Slaviansk con bolsas negras para cadáveres atadas al techo de su automóvil. Rebotaron peligrosamente sobre los baches mientras él se apresuraba a llevar la carga a una morgue.
El conteo de ese día fue de 11 rusos y una pierna, que probablemente era ucraniana, a juzgar por su bota. Sus heridas quedaron documentadas. Las cosas que llevaban —amuletos que habían resultado inútiles, dibujos de niños, fotografías familiares, cartas de amor y desesperación— serían recopiladas y catalogadas. Su ADN sería analizado de ser necesario, y sus identidades se registrarían en bases de datos gubernamentales.
Los ucranianos, esperaba Yukov, encontraran el camino a casa. Los rusos se convertirían en moneda de cambio para obtener cadáveres ucranianos en intercambios periódicos de muertos en guerra.
“Cuando alguien dice: ‘Estoy cansado de la guerra’, sí, todos estamos cansados”, dijo Yukov. “Pero sólo necesitamos que entiendan: Ayúdenos. No se queden sin hacer nada. Porque la guerra no tiene fronteras. La guerra también cruzará tu puerta”.
Miró al interior de una bolsa para cadáveres. Los cuerpos se habían cocido al sol y la carne de sus rostros estaba parcialmente momificada. Yukov calculó que tenían unos tres meses muertos.
VIVIENDO JUNTOS EL DOLOR
Olha esperó durante mucho tiempo que “desaparecido” significara “vivo”. Pero cuando Yukov envió una fotografía del collar que habían encontrado en el sótano de Dovhenke, Olha lo reconoció al instante. Era el mismo Jesús de plata que le había dado a Sasha cuando partió a la guerra, sólo que ahora era una prueba documental —la número 3118—, una evidencia de los muertos salpicada de barro.
Olha nunca volvió a ver el rostro de su hijo. Para cuando recuperó el cuerpo, Sasha ya no tenía rostro. Eso fue difícil para ella porque alimentó una pequeña y dolorosa esperanza de que hubiera algún error.
Yukov es un destructor de esperanza para las madres. Pero de todos modos le agradecen.
“Me alegro de que hayamos logrado hacerlo”, escribió Yukov en un mensaje a Olha, después de que encontró a Sasha. “Te abrazamos y esperamos poder conocerte para saber más de él. Estamos contigo”. “Tu trabajo no tiene precio”, respondió ella.
Olha enterró lo que quedaba de Sasha el 16 de marzo de 2023 en el cementerio de su pueblo, bajo una cruz cubierta con flores y listones.
“Es muy importante para mí saber que su cuerpo está a mi lado”, explicó Olha. “Todos estamos esperando la victoria. Para mí es lo más importante. Si no ganamos, ¿para qué murió mi hijo y tantos otros hijos?”.