María tiene 41 años, es adicta al alcohol y la piedra, vive en lo que considera su castillo.
Tiene un tobogán y comparte dormitorio con Ana, una joven de 21 años que es extranjera, no hablan mucho.
Sólo tiene tres vecinos que no se meten con ellas.
Dice vivir bien.
“Tengo hasta un tobogán y columpios en mi casa”, presume.
A unos siete metros de su campamento, vive un hombre que se llama Juan, no habla con nadie y solo llega en la noche a dormir.
“Ese siempre llega con cena y se compra sus cervecitas, no comparte”, reclama María sobre su vecino.
El ingreso a la Avenida Ruiz Cortínez, a un lado del puente RuBe, se convirtió en una pequeña colonia de vagabundos que no vio más opción que construir sus propias viviendas con basura.
Otro hombre eligió construir su casa bajo un árbol, no le gusta que nadie lo moleste, tiene un machete en la entrada.
Por la droga se la pasa todo el tiempo durmiendo, no quiso platicar con EL NORTE.