In memoriam

Iván Trejo nació en Tampico, el 5 de agosto de 1978. Se decía ingeniero “retirado” en sistemas y cursó en línea una licenciatura en gestión cultural.

Publicó los poemarios Silencios (Premio NL de Literatura 2006), Los tantos días (Premio Regional de Poesía Carmen Alardín 2009) y Presagio contra el destierro, muestra de su obra poética publicada entre el 2002 y 2012, entre otros.

La literatura siempre estuvo presente en su vida, debido a que su padre era un buen lector de narrativa y, su hermano, un contador de historia y mitología.

De ahí pasó por las enciclopedias que había en casa a la narrativa y al único libro de poesía en el librero, de Bécquer. Él afirmaba que fue hasta la adolescencia cuando le encontró un sentido trascendental a este género, porque había cosas que la narrativa “era incapaz de decir”.

Destacó como editor. Lo fue en Homo Scriptum, Posdata y Atrasalante, que fundó en el 2014 y cuyo catalogo es invaluable. El más reciente libro que publicó fue A golpe de linterna, sobre escritoras mexicanas del siglo 20, de Liliana Pedroza.

José Javier Villarreal, poeta y director de la Capilla Alfonsina de la UANL.

Realmente este tiempo nos ha ido cortando los caminos. Seguramente algo aprenderemos, no sé qué, pero con una oscura seguridad también sé que, una vez pasada la catástrofe, si ésta pasa, olvidaremos lo aprendido, y nos irá ganando el día a día, que también es otra de las caras de la vida, quizá la más constante. No comparto los consejos de la meditación que nos quisieron consolar al inicio de la pandemia, la oportunidad impuesta de convivir con nosotros mismos ni nada por el estilo. Es un momento particular que nos estruja y golpea.

Enterarme de la muerte de Iván Trejo fue, poco a poco, ir perdiendo amarras y flotar a la deriva. Me explico. Iván soñó con un Monterrey que no era éste que tenemos, pero que podía llegar a ser ése que él soñaba.

Fundó una editorial: Atrasalante, y con ella dio inicio a un centro cultural donde se leían poemas, se presentaban libros, se impartían conferencias, se dictaban cursos, se organizaban debates; es decir, todo aquello que oxigena y alimenta a la materia gris.

Los protagonistas, los hacedores, eran gente de aquí, en su gran mayoría jóvenes que se atrevieron a salir a las calles con la tierna, pero decidida arrogancia de reconocerse como escritores, lectores, editores, críticos. Una generación que le apostaba a la inteligencia, a la reflexión y a la creación.

Detrás de esta cordial irrupción estaba Iván Trejo. Me tocó asistir a una conferencia, a una convivencia, a una lectura de poemas, impartir un taller y publicar un libro. Ser parte de un milagro, de un ver más allá porque lo que había era insuficiente, y quien hacía esto posible era un puñado de jóvenes que cobijaba Iván Trejo.

Todavía el 1 de enero de este año me habló para asegurar la edición de un libro inédito de Minerva Margarita Villarreal.

Mis razones de duelo son personales porque yo vivo aquí en Monterrey e Iván me estaba transformando esta ciudad, mi cuidad, para mejor.

Es una enorme pérdida para todos que un joven protagonista de la talla de Iván Trejo nos deje.

Perdemos su sueño, su voluntad, su valentía; su arrojo, su audacia, su confianza y decidida acción de que las cosas pueden cambiar para mucho mejor. Cuánto de bueno dejará de suceder con su partida.

La Ciudad, el norte de México, el País, con la muerte de Iván Trejo ha perdido a un protagonista, a un hacedor en momentos difíciles donde personas como él se nos vuelven imprescindibles.

Joaquín Hurtado, escritor y activista.

Había una admiración mutua, aunque nuestra relación era distante por la diferencia de edades.

En 2006 coincidimos en la rueda de prensa por el anuncio del Premio Nuevo León de Literatura. Iván lo había ganado en el género de poesía; yo, en el de cuento.

Salimos de la sala de prensa en el Antiguo Palacio Federal, oficinas de Conarte.

Nos sentamos en las escalinatas del lado sur de ese hermoso edificio Art Decó, bajo el sol radiante de mediodía.

Me abrazó el cariñoso gigantón, y preguntó: “¿Y ahora qué?”. “¡Ahora qué!”, respondí.

Yo a seguir como burócrata del ramo educativo. Él… él no me acuerdo, seguramente presto a embarcarse en alguna aventura poética o viajar.

Diez años después me llamó para darme la noticia de que Editorial Atrasalante, donde era socio fundador al lado de Ana Delia García Garza, quería publicar mi obra reunida. Participaría la UANL.

Todos mis libros editados hasta la fecha aparecerían en dos volúmenes, pasta dura, linda portada.

Primero no lo creí, pensé que era una broma, una guasa típica de un hombre con un sentido del humor bastante peculiar. ¡Cómo reía! Luego Ana Delia me lo confirmó.

Iván me dijo: “Yo hablo en serio, serás el primer autor vivo de Nuevo León en ver publicada su obra completa”.

A partir de entonces nuestra amistad fue fraguando entre risas y proyectos comunes, asentándose en terrenos más firmes gracias a la literatura.

Trabajamos juntos la corrección de las galeras de Vuelta Prohibida, me invitó a impartir talleres en la sede de aquella editorial legendaria que dio a luz libros bellísimos, imperdibles, necesarios para nutrir cualquier biblioteca seria.

La mañana del jueves 14 de enero me llamó Ana Delia.

Me comunicó la noticia del fallecimiento de Iván, el Grandote. No le creí. Sigo en las mismas. Es otra broma del loco Iván Trejo. Hasta ahí lo quisiera dejar, lo demás es sólo dolor, pasmo, rabia, impotencia, hundimiento ante la injusta pérdida de un hombre de letras, gran amigo, promotor infatigable, maravillosa persona.

María de Alva, novelista y catedrática.

Gracias, Iván, por esa solidaridad fraterna con la que siempre te moviste en las pantanosas aguas de la editorial en Monterrey. Siempre fiel a tu proyecto independiente, siempre amigo de todos.

Te recuerdo en el Centro de Monterrey, en Atrasalante, donde me invitaste a dar un curso o en una exhibición de libros tuyos dentro de un evento del Tec o recibiendo a tantos alumnos de Letras que fueron contigo al servicio social.

O tal vez, una noche en el Barrio Antiguo cenando tras un Encuentro de Escritores.

Adiós al grandote y juguetón poeta que tanto quiso a los libros y la Ciudad.

Pedro de Isla, narrador.

Qué difícil hablar de Iván Trejo sin adjetivar el comentario (algo que él ya estaría corrigiendo y regañándome).

Con el tiempo aquilataremos el tamaño de la pérdida, no sólo como un gran amigo y consejero, de esos que saben ir al fondo y que te dice las cosas sin pestañear, con una sinceridad que asusta; sino porque también se fue el mejor editor literario de Monterrey, con la añadidura de tener una de las dos mejores editoriales independientes de la Ciudad.

Supo navegar entre el ambiente literario local y nacional al margen de las mezquindades y envidias que abundan. Sus charlas, talleres y presentaciones en Atrasalante, incluyendo alguna carne asada en la terraza y un buen vino para acompañarlas, permanecerán como un momento muy especial en la vida cultural de Monterrey.

Antonio Ramos Revillas, narrador y director de la Editorial Universitaria UANL.

Iván siempre va a ser recordado por ser un editor que apostó por la poesía como pocos en esta Ciudad.

Construyó dos grandes acervos como profesional: en Posdata y, por supuesto, con su sello Atrasalante.

Tan estaba en la jugada que su último libro como editor fue A golpe de linterna, una recuperación de escritoras mexicanas del siglo 20, olvidadas, de la mano de Liliana Pedroza. Ese libro marcó.

Iván apostó por muchos autores, por la poesía. Fue, además, un gran poeta y deja un espacio muy grande.