Jeannette L. Clariond, poeta

Economía de lo que no se pierde.
Leyendo a Simónides de Ceos con Paul Celan, de Anne Carson

El libro que más me ha dejado en los últimos años es Economía de lo que no se pierde. Leyendo a Simónides de Ceos con Paul Celan, de Anne Carson, una poeta a quien admiro por su humildad, su inteligencia y su ironía.

Carson siempre está viva. Y se nutre de poetas vivos. De estar muertos, ella, al traducirlos o al citarlos, los trae a la vida. ¿Cómo? Por su conocimiento de la raíz. Eso le sucedía a Gonzalo Rojas. Esos son los grandes poetas que puedan realmente crear neologismos: no inventan palabras, re-hayan la antigüedad del vocablo, se internan en la raíz griega o latina y crean algo nuevo, revivido, diría. A Carson le gusta ser seria en todo lo que hace, digamos, es una poeta honesta: entiende la poesía como la más alta forma de verdad. Habla desde una profundidad borgiana: el vocablo con su origen celta, germánico, o latino inunda sus páginas y cobran sentido, luz que arde en nuestro ocaso, verdad, diría, una sinceridad humana del poeta cuando en verdad lo es. En este libro nos da tres claves sobre su obra:

1.- Cómo selecciona el objeto a tratar: limpia la habitación, anota lo que interesa, y una vez limpia, la habitación se escribe sola.

2.- Nos recuerda que la gracia es la luz que el poeta arroja sobre la oscuridad del mundo, y que ésta es un don, una xenia, dirían los griegos. Nos recuerda que el don sólo se intercambia por otro don, el amor por amor, la amistad por amistad.

No se puede intercambiar amor por dinero o viceversa porque el resultado sería el objeto mercantil.

3.- Ser 100 por ciento serio acerca de la nada, acerca de la ausencia, acerca del vacío que es plenitud, es el destino y la tarea del poeta.

Economía de lo que no se pierde toma a dos personajes, uno moderno, uno antiguo: Simónides de Ceos (556 a.C.), vive 87 años y muere en Siracusa. Pero se le recuerda por el arte de su memoria, por ser el primer poeta que cobra por su trabajo, los epinicios y por ser creador de las metáforas, Y, a Paul Celan (1920-1970), por ser el renovador del lenguaje y que, luego de la trágica muerte de sus padres, busca reconstruir la historia por medio de la lengua. «Dice verdad quien dice sombra», es un verso genial de Celan. Esto es, la poesía se expresa en ambos poetas al nombrar sin desperdicio, al decir sólo lo necesario, a nombrar la ausencia y el dolor, siempre guiados por una exploración profunda de su verdad ante el mundo y ante ellos mismos. El pintor Anselm Kiefer cuya obra es mayor y ha sido atendida por los más importantes museos del mundo, conforma una diada potente, renovadora, honesta, hermosamente trágica con Celan.

Un fragmento de Matiere de Bretagne, de Celan, dice:

Luz de ginesta, amarilla, las laderas supuran contra el cielo, la espina corteja a la herida, tañen adentro, es el ocaso, la nada va enrollando sus mares hacia la devoción, la vela de sangre navega hacia ti.

Seco, hecho tierra, el lecho detrás de ti, enjuncada su hora, en lo alto, cerca de la estrella, las lechosas cárcavas parlotean en el lodo, dátiles de mar, abajo, con su penacho, se abren a lo azul, una mata de fugacidad, hermosa, saluda tu memoria

Este poema inmenso, es citado por Carson y lo contrasta con un poema de Hölderlin. ¿A qué alude la “luz de ginesta”? A las flores de ginesta amarillas. Podrían ser hermosas para otro poeta; mas, para Celan, rezuman pus. Las indagaciones de Anne Carson nos enseñan que el poeta habla desde un conocimiento profundo del tema a tratar. Eso tiene la alta poesía: conocimiento y dominio. Ella nos enseña a fijarnos en el detalle que requiere de nuestra atención. Anne Carson ve que, mientras las peras amarillas de Hölderlin están impregnadas de belleza, la ginesta de Celan rezuma pus. Eso que ve Anne Carson, es lo que amo de su obra.

Miguel Covarrubias, poeta, cuentista

La force du sexe faible.
Contre-histoire de la Révolution française, de Michel Onfray

Durante este año nuestras lecturas se ralentizaron como no recuerdo haya sucedido así en tiempos pasados. La razón no amerita explicación alguna: simplemente el mundo, al mostrarnos un rostro marchito y abracadabrante, logró paralizarnos en su totalidad o en partes.

Con todo eso a nuestro disfavor, hemos cumplido algunas metas. Así es como pudimos leer un libro iluminador: La force du sexe faible. Contre-histoire de la Révolutionfrançaise de Michel Onfray. Este autor, lo dice el subtítulo, arremete enjundiosamente contra de la visión maniquea y machista de los historiadores consagrados. Cuando decimos lo anterior, se sobreentiende que esa clase de historiadores se compone de puros varones. Aunque en el caso de la Revolución francesa, la primera historia de esta gesta libertaria fuera escrita por una mujer: Madame de Staël. Ella, dijeron los consagrados, “no es digna de entrar en la corte de los grandes”.

Por último, les pido que repitan en voz alta el título de esta desafiante obra: La fuerza del sexo débil.

Sofía Segovia, novelista

La guerra no tiene rostro de mujer, de Svetlana Alexeievich

Con La guerra no tiene rostro de mujer, una “novela de voces” de no ficción que da a la mujer una voz histórica, Svetlana Alexeievich venció la sólida censura de la URRS, pero más importante: también abre una grieta a la más ignorada —pero aceptada— censura que ejerce la Historia Universal, que en general ha borrado la aportación, la experiencia, la visión y la sensibilidad de la mujer, para contar lo humano sólo desde el quehacer “masculino”. Esta censura existe igual detrás de la Cortina de Hierro que en México; igual en el siglo XX que en el I.

No olvidemos que este año de pandemia inició con la lucha contra otra pandemia eterna: la de la violencia y discriminación contra la mujer. Leer este imprescindible y conmovedor libro con tal sensibilidad me llevó a reflexionar que, al leer sobre mujeres rusas en la guerra, por fin comprendía a las Adelitas de la Revolución Mexicana. Al acabar sus guerras, las mujeres de ambos países se fueron a sus casas, silenciadas. Cuarenta años después, las rusas tuvieron quién plasmara “la guerra de las mujeres”. Nadie se tomó el tiempo siquiera de nombrar a las Adelitas una a una. Al terminar me asaltó esta duda: ¿Acaso por tal silencio hemos pagado un duro precio? Hoy, diez Adelitas mueren en este país cada día. ¿Habría menos feminicidios, si lo que logró Alexeievich con su género “Novelas de voces” hubiera sido la norma desde siempre?

Al cerrar el libro me enteré que Alexeievich se encuentra en nueva lucha contra el autoritarismo en Bielorrusia. El pasado 28 de septiembre tuvo que salir al exilio. Promete que volverá.

José Javier Villarreal, poeta

Fragmento del Edén subvertido (Inédito)

He finalizado Otras voces, otros ámbitos, del muy joven Truman Capote. En realidad, se trata de su primera novela. El capítulo último nos expone dentro de un vértigo en cámara lenta. Juan Carlos Onetti hace lo propio al final de su novela El astillero. Todo madura a una gran velocidad sin precipitación alguna. En la novela de Capote se nos aparece, tras el cristal, en el desembarcadero, la figura de una madre, el fantasma que despide e impulsa la vida del hijo, ese misterioso destino que lo está aguardando muy lejos de la almohada familiar.

Tanizaki, Junichiro, en su largo y muy bello relato El segador de cañas, nos coloca frente a otro fantasma; aquí se tratará del padre, a la orilla del río y bajo la luna que, al narrarnos su historia, nos estruja la propia. En la novela de Capote hay pasajes inolvidables, momentos de gran tensión y de cuidado esteticismo.

Igual asistimos a una prolongada duermevela donde la ficción y el recuerdo, los acontecimientos, finos y desgarrados, se nos confunden en una imagen que se queda como un jirón de niebla flotando entre los árboles de un jardín. Pero la acción domina el cuadro y la escena transcurre a gran velocidad con la puntería del acontecimiento que vemos pasar en el sobresalto que nos provoca una fiera, un gato montés, que cruza y desaparece frente a nosotros.

Es una tremenda y madura novela de iniciación. Mientras que el largo relato de Tanizaki fluye lento y pesado por cauces virtuosamente desasosegantes. John Berger escribe que no es necesario que haya libros en la casa de un futuro escritor. Puede o no haberlos. Lo que sí considera fundamental es que haya secretos; que el futuro escritor crezca rodeado de ellos. En el caso de Reyes su destino estaba trazado. No había y no hubo forma de escamotear los designios divinos. El oráculo se había pronunciado. Su madre lo despide en el andén, pero su padre, con sus silencios y secretos, con su figura y su biblioteca, lo alcanzará en esa su pronunciación de 1930.

Imposible que te acompañe (le dijo); sin embargo, te mando con tu madre este pesado y oscuro abrigo para que te protejas durante el invierno.

María de Alva, novelista

La hija de la costurera de Joumana Haddad

La hija de la costurera de Joumana Haddad (Penguin, 2019) es una novela en la que se van urdiendo los hilos de la vida de varias generaciones de mujeres en Medio oriente, desde el genocidio armenio a la guerra civil de Líbano y la jihad del nuevo milenio. Así, el lugar del encierro doméstico con esta labor de manos que se hereda entre generaciones de mujeres, cumple como en Penélope un acto de resistencia y alivio ante la adversidad del mundo.

Una novela muy apropiada en estos tiempos, en el que deshilvanamos este paréntesis de la incertidumbre, al tiempo que leemos sobre la fuerza, el amor y la vida empecinada sobre la muerte. Por lo que representó su lectura en este año, la recomiendo.

Hugo Valdés, novelista

El difunto Matías pascal, de Luigi Pirandello

Con cierta urgencia releí El difunto Matías Pascal, del italiano Luigi Pirandello, luego de que conociera la novela hace más de treinta años. Nunca olvidé la sensación de tristeza y angustia que me provocó lo que se supone debía ser una experiencia cercana al humor debido a los bandazos existenciales que padece su protagonista, después de ser dado por muerto a resultas de una simple confusión y de su ausencia del pueblo natal.

Esa ausencia se prolongará por años, convirtiéndose paulatinamente en un olvido de la identidad originaria que dejó en el terruño, hasta prohijar una suerte de desdoblamiento del personaje, siempre en tensión entre el hombre que fue y el nuevo ciudadano que quisiera insertarse en la cotidianidad sin llamar demasiado la atención sobre sí. Quizás la causa del desasosiego que me embargó décadas atrás provenía precisamente de que Matías Pascal, reconvertido en Adriano Meis, jamás llega a encajar en la rutina, en la ciudad donde lo intente: es un intruso, un ser apócrifo. 

Esa épica íntima de volver a nacer fuera de las leyes y por encima de los remordimientos del pasado se antoja un acto de liberación no muy ajeno a la locura, pero también la deriva de un sueño en pesadilla. Si la descomposición de Matías es un proceso que resulta doloroso, al mismo tiempo da pie a que, dotado de una nueva ligereza de alma, pueda recibir las cosas y las relaciones humanas de otro modo, como un espectador desinteresado de la lucha de los demás. 

Pero quien solo mira la vida desde lejos está condenado a no vivirla en puridad él mismo: solo alberga la sombra de alguien, una ficción para propios y extraños que le permitirá pasar un tiempo en uno u otro lugar sin complicarse con trámites burocráticos. Adriano Meis se percibe esencialmente como un extranjero en el mundo, alguien extraño hasta para sí mismo.

Su falta de constancia en el registro civil, sin documentos que prueben su existencia, conducen a la convicción de que la libertad en su estado más puro es ilusoria, fuente de una embriaguez engañosa que una vez disipada abre la puerta a la nostalgia del propio viejo yo y su catálogo de hábitos, así como a la convicción de que no puede echar raíces en ningún sitio. Transita pues por una vida prestada, condenado a no poseer casa ni aun muebles propios, abatido por una sensación de impotencia cuando comprende que no puede sobrevivir cercenado de sus raíces. Atado a su memoria, no puede desprenderse del terruño, salvo que lo vincule un compromiso con la realidad, por más anodina que haya sido aquélla en la que medró antes de aventurarse a recorrer ciudades ignotas. 

Al cabo, simulará la muerte del segundo personaje que ideó en el afán de volver a ocupar su antigua identidad y, con ella, su vida anterior para algún día morir de verdad. Mientras llegue esa hora, en el apacible limbo que habita cargará consigo a dos difuntos pugnando entre sí para imponerse y difuminar o de plano borrar, al contrario. Por lo demás, este desenlace general no debía parecer extraño: ¿qué resta en su interior si ya repudió una vez a su ser prístino?  Por lo regular se pondera el ejercicio dramatúrgico de Pirandello, poniendo un poco a un lado esta novela publicada en 1904 que tradujo al español Rafael Cansino Assens, y tras cuya lectura persiste la lección, quizás consabida pero siempre agradecible, de que ningún hombre puede escapar de sí mismo por más que se aparte del solar nativo.

Gabriela Riveros, poeta y novelista

Desierto sonoro, de Valeria Luiselli

Considero que la lectura de la novela Desierto sonoro de Valeria Luiselli fue una de las más importantes para mí durante este 2020 porque su construcción literaria dialoga con la novela que actualmente escribo. En ella, como en la novela de Luiselli, se entretejen los archivos históricos, la imaginación, la geografía continental y la de las emociones, lo silenciado, los ecos de quienes no pudieron contar sus historias, la incertidumbre de los migrantes, la violencia institucional, la resistencia al olvido mediante la palabra. Se trata de novelas como organismos vivos, abiertos y en diálogo continuo; novelas como un territorio vasto donde todo cabe.

Desierto sonoro permitió que, por primera vez, un autor o una autora mexican@ fuera nominad@ finalista en el Premio Booker, —premio que se otorga a la mejor novela publicada en inglés—; este año la novela de Luiselli estuvo ahí, junto a escritores como Margaret Atwood o Salman Rushdie. Y es que The Lost Children Archive —ese es el título original, ya que fue escrita en inglés—, o Desierto sonoro como se titula en español y publicada por Editorial Sexto Piso, es una novela monumental; una suma vasta de textos, monólogos, imágenes y voces que se extienden hasta nosotros sus lectores; se internan, trastocan nuestra mirada del mundo y de las cosas, producen un eco limpio y rotundo sobre los ecos que ya llevamos dentro y se queda para habitarnos. En Desierto sonoro cada palabra es una piedra lanzada a un lago, una que cae y produce una onda amplia que se extiende. El silencio dentro del auto donde viajan los cuatro “juntos solos” durante días y días. Las palabras enunciadas y las que no se dicen, las silenciadas, son también acuerdos como balsas sigilosas que cruzan un mar de incertidumbre.

Desierto sonoro es un viaje interno y externo, un éxodo a las entrañas de una familia, hacia la geografía incierta de una relación de pareja que se extingue, de una documentalista (ella) y un documentólogo (él) que han decidido seguir con sus proyectos de manera individual. Es una travesía para recorrer un territorio tan vasto como hostil donde miles de niños perdidos de su infancia y de leyes que los protejan mueren a diario; un viaje que alumbra el dolor de un niño de diez años al intuir que lo separarán de su hermana. Todo esto a través de la escritura certera y luminosa de Valeria Luiselli, de una de las voces, sin duda, más originales y lúcidas que construyen una propuesta estética que renueva y resignifica nuestra literatura y propone una nueva manera de navegar estéticamente el mundo.

Pedro de Isla, novelista, cuentista

La casa del dolor ajeno, Julián Herbert

Enfrascados en la pandemia, dejamos de lado algunos aspectos fundamentales de nuestra sociedad actual. Por eso regresé a uno de esos libros que habla de nuestros tiempos y del infundado temor a lo desconocido que siempre hemos tenido como sociedad, aunque su permanencia no significa que sea bueno.

La fallida presidencia de Trump, sus ataques durante cuatro años y los que sigan, la locura de inventar teorías para defender lo indefendible y la gente que se aprovecha de ellas para su beneficio personal, me remitió a un hecho que sucedió en nuestro país. En mi caso, releer La casa del dolor ajeno de Julián Herbert (novela que por cierto presenté en la FIL de Monterrey hace unos años) fue tan importante. El subtítulo “crónica de un pequeño genocidio…” ya apunta a la raíz del asunto: no hay pequeños genocidios como no hay ligeros embarazos o simples asesinatos.

Y es que la xenofobia y la neurosis colectiva no es exclusividad de ciertos grupos, etnias, pensamientos políticos o religiones. Aquí la vivimos también, y muy seguido.

Mónica Castellanos, novelista

Charlotte, de David Foenkinos

Qué libro consideré el más importante este año entre mis lecturas y por qué. De inmediato respondí Charlotte, del francés David Foenkinos. Este libro me lo regalaron hace un tiempo, un día lo tomé del estante y para mi sorpresa, al comenzar a leer me encontré frente a una obra de arte. Todo en esta novela destila arte. Con trazo delicado y mediante una prosa poética, el autor dibuja la vida de Charlotte Salomon, una joven pintora de origen judío que siendo niña aprendió a leer su nombre en una tumba y años después huye de la persecución nazi hacia el sur de Francia para finalmente morir embarazada en Auschwitz. La novela se construye con cierta dosis de metaliteratura: el autor, a semejanza de Unamuno, se dirige al lector y narra la historia detrás de la novela, sus obsesiones y vicisitudes en torno a la creación de “Charlotte”. A través de la narración descubrimos a la Charlotte que crea en lienzos la historia de su vida, la pasión por el hombre que queda atrás y su empeño en vivir. Conocemos a la artista que expresa lo que siente a través de sus lienzos.

Uno de los atributos por los que me será imposible olvidar esta novela es porque aborda, de manera muy delicada, el tema del suicidio, la muerte y, como contraparte, el gran anhelo por vivir de Charlotte Salomon. En sus páginas pude atisbar en este misterio de la naturaleza humana, adentrarme y sentir una mayor empatía hacia quienes pasan por momentos dolorosos en estos días difíciles que nos toca vivir. Su lectura avivó en mí el deseo de aprovechar cada minuto del día, de vivirlo con pasión y compartir lo mejor de mí con los demás, porque mi nombre, como el de Charlotte, un día estará escrito en una tumba. 

David Foenkinos creó en Charlotte una novela que resuma arte y vida, una novela intensa, sensible, que se quedará guardada en el estante de mis libros favoritos.  

Hernán Galindo, dramaturgo

Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa
Libros de Julie Otsuka

El libro del desasosiego es poético, íntimo cuya esencia es la saudade. Por otra parte, descubrir a Julie Otsuka, autora que rescata el tema que se quiere olvidar de los japoneses aislados en Estados Unidos durante la Segunda Guerra, ha sido entrañable. Estupendo.