A la muerte de Cromberger, su viuda y sus herederos se desentendieron de la imprenta, y no enviaron materiales suficientes, dejando a Juan Pablos en el abandono. Para entonces, el Rey Carlos V había otorgado a sevillano el monopolio de la impresión y venta de libros en la Nueva España, por lo que el Virrey de Mendoza, junto a Zumárraga y la Real Audiencia de la Nueva España, pidieron la intervención del monarca.
Juan Pablos logró que las autoridades reales pusieran fin al monopolio comercial, y en 1548, por fin, Juan Pablos pudo poner su nombre en sus impresos.