Aproximadamente en 1530, los conquistadores españoles llegaron al occidente de México, encabezados por Nuño de Guzmán (imagen). Una vez que logró conquistar algunos territorios de lo que hoy es Jalisco, Zacatecas, Michoacán y Nayarit, decidió asentar una capital y nombrarla como Guadalajara, en honor a su ciudad natal, encargo que le solicitó a Juan Cristóbal de Oñate.

El primer intento de fundación ocurrió en Nochistlán, en enero 1532. La Villa de Guadalajara se instaló en tierras zacatecanas con 42 vecinos, pero en mayo de 1533 decidieron mudarla, para encontrar un sitio con mayor flujo de agua que asegurara mejores condiciones de vida. 

Apenas tres meses después, en agosto de 1533, la villa y sus residentes se mudaron a Tonalá,  donde estuvieron cerca de dos años. En 1535 se trasladaron a Tlacotán y en ese año recibió  de Carlos I de España, su título de ciudad, pero el constante asedio de comunidades indígenas de la región provocó que se replanteara el sitio en 1540. 

Después de tanto peregrinaje, Guadalajara se fundó en el valle de Atemajac, a orillas del río San Juan de Dios con una población de cerca de 300 habitantes, entre españoles peninsulares e indígenas. 

Fue el 14 de febrero de 1542, hace casi 480 años, cuando De Oñate realizó el acto simbólico de la fundación: clavó un cuchillo en el trono de árbol, a un costado del sitio que ocupa ahora el Teatro Degollado. En la imagen aparece la escultura en relieve realizada por Rafael Zamarripa, que evoca el momento fundacional de la Ciudad.

El conquistador recibió la ayuda de Beatriz Hernández, esposa del español Juan Sánchez de Olea, quien convenció a los residentes a no volver a cambiar de domicilio con la frase: “El rey es mi gallo, y yo soy de parecer que nos pasemos al Valle de Atemajac y si otra cosa se hace, será en deservicio de Dios y del rey, y lo demás es mostrar cobardía”. Su importante labor quedó inmortalizada en una estatua ubicada a un costado del Teatro Degollado.