Alam: tenemos el mismo carácter. Ella es mi primera maestra y de la que sigo aprendiendo día con día. A veces hay formas un poquito distintas, de cada uno, pero ella es la mandamás. Uno dice: “ni modo, lo que usted diga”; ahora sí que: “oído, chef”.
Encontramos balance cuando nos toca hacer cosas juntos. Si se trata de algo muy tradicional, yo ni qué decir; sé hacer, pero si mi madre tiene una forma, prefiero callarme, escucharla y aprender. Y hay cosas contemporáneas en las que ella me pide explicarle cómo se hacen.
Juntos sumamos más.
Celia: No dejamos de aprender. Yo, a pesar del tiempo que llevo en la cocina, de viajar por los pueblos, de conocer a tantas cocineras y disfrutar sus sabores, voy aprendiendo y le digo: “tenemos que cocinar juntos, porque encontré este plato”.
Con verlo, aprendo cómo monta, porque yo soy empírica, no tengo facilidad para el montaje, como él, que tiene una destreza que me sorprende.
Más que discutir, debatimos sobre algunos puntos de vista controversiales.
Somos una amalgama perfecta.