Lo que muchos de esos corredores posiblemente ignoran es que Atacama alguna vez fue un lienzo para los antiguos pueblos indígenas de Sudamérica. Estos pueblos grabaron en las laderas del desierto grandes figuras de animales, seres humanos y objetos que tienen hasta 3 mil años de antigüedad. Conocidos como geoglifos, los ejemplares de Alto Barranco, en la región de Tarapacá, destacan por su notable conservación.

Pero es en ese mismo lugar donde llevan a cabo carreras tanto autorizadas como ilegales.

Las imágenes realizadas con drones y publicadas este mes por Gonzalo Pimentel, arqueólogo y presidente de la Fundación Desierto de Atacama, una organización no gubernamental chilena, pusieron de manifiesto el daño acumulado en lo que él llama “el libro de historia del desierto”.

Los vehículos —incluidos los camiones de las explotaciones mineras— pasan por encima de los geoglifos de Alto Barranco y otras zonas del desierto y los dejan marcados con cientos de huellas de neumáticos.

“Cuando vimos las imágenes del dron, no lo podíamos creer”, dijo Pimentel, señalando que varias figuras clave eran ahora apenas reconocibles. Lo peor, añadió, es que “el daño es irreversible”.

Ante la creciente destrucción del arte de Alto Barranco por los conductores todoterreno y otras invasiones, y el daño potencial a otras regiones desérticas de importancia arqueológica, los activistas afirman que los Gobiernos de todos los niveles del país no están haciendo lo suficiente para preservarlas.

“Es una tragedia”, dijo Luis Pérez Reyes, director del Museo Regional de Iquique, quien atribuye a su amor por los geoglifos cuando era niño el haberse convertido en arqueólogo.

En el desierto de Atacama solo llueve unas pocas veces al año. El sol intenso y las duras condiciones hacen que la vida vegetal y animal sea casi inexistente. Esto ha dejado el desierto prácticamente intacto, dijo Pimentel: “Estos paisajes se han mantenido iguales por 25 millones de años”.


Marcela Sepúlveda, presidenta de la Sociedad Chilena de Arqueología, señaló que se habían colocado grandes señales alrededor de las zonas arqueológicas para evitar daños, lo que significa que los conductores deben ser plenamente conscientes de a qué se dirigen.

“Los geoglifos son gigantescos”, dijo. “Nadie podría decir que no los ve. Eso es imposible”.

Pérez Reyes comenzó a presentar quejas formales en 2017 sobre el daño a los geoglifos causado por las carreras. Desde entonces, él y los residentes de Tarapacá han reunido evidencias, monitoreando a los corredores que se aventuran demasiado cerca de las figuras antiguas. Pero dijo que el Gobierno continuó aprobando grandes eventos de carreras.

Los organizadores de una gran carrera, el Atacama Rally, negaron cualquier responsabilidad por los daños en Alto Barranco, cerca del cual habían corrido por última vez en 2022. Gerardo Fontaine, director del Atacama Rally, dijo que todos los participantes conocían su ruta, eran rastreados por GPS y eran alertados si se salían del trayecto. Añadió que los organizadores de la carrera fijaban las rutas, que luego eran aprobadas por las autoridades regionales.

“El verdadero problema son los conductores que van con motocicletas rentadas en el desierto sin permiso”, dijo. “A ellos nadie les dice nada”.

Después de la carrera de 2022, Pérez Reyes presentó una denuncia ante las autoridades judiciales de Tarapacá en la que afirmaba que la ruta del rally se había solapado con yacimientos arqueológicos, junto con fotos de corredores que atravesaban dunas cerca de zonas legalmente protegidas. Desde que se presentó la denuncia, no se ha sancionado a nadie.

El último Atacama Rally, el 7 de septiembre, se trasladó a Tierra Amarilla, que está a unos 965 kilómetros de Tarapacá. En un comunicado enviado a las autoridades regionales un mes antes del evento, el Consejo de Monumentos Nacionales advirtió que la ruta del rally atravesaba 16 zonas con importantes yacimientos arqueológicos y paleontológicos. El Consejo pidió a los organizadores de la carrera y a las autoridades regionales que proporcionaran más información sobre las medidas que se tomarían para evitar daños en esas zonas.

Actualmente, quien dañe yacimientos arqueológicos en Chile puede enfrentarse a más de cinco años de cárcel y multas equivalentes a más de 14.500 dólares, según el Ministerio de Bienes Nacionales. Pero José Barraza, director de Patrimonio Cultural de la región de Tarapacá, dijo que en muchos casos se desestimaron las denuncias o se dejaron abiertas las carpetas de investigación por falta de evidencias, ya que atrapar a alguien in fraganti es todo un desafío en la inmensidad del desierto.

“No hay patentes, no hay caras”, dijo Barraza.

Las últimas imágenes tomadas con drones llamaron la atención de las autoridades federales chilenas. Marcela Sandoval, ministra de Bienes Nacionales de Chile, dijo que algunos funcionarios habían visitado Alto Barranco para iniciar una investigación. Sin embargo, señaló que procesar a los responsables plantearía problemas, ya que muchas de las huellas de neumáticos en los geoglifos llevaban años presentes.

Por ahora, el gobierno está convocando a expertos para desarrollar estrategias de concienciación entre los entusiastas de los rallies por el desierto, para proteger los geoglifos que quedan intactos y para mejorar la señalización de las zonas arqueológicas.

“Las respuestas de las autoridades siempre han sido reactivas y no preventivas”, dijo Pérez Reyes. Por todo el desierto, dijo, hay decenas de negocios informales de alquiler de motos y camionetas para corredores que se aventuran en el desierto los fines de semana sin ninguna supervisión.

Pérez Reyes añadió que varios de los geoglifos que inspiraron su interés por la arqueología cuando era niño pronto dejarán de existir. Pero dijo que creía que exponer las sombrías imágenes en su museo podría ayudar a concienciar sobre el enorme tesoro antiguo que yace en las dunas del desierto chileno.

“La intención nunca fue hacerlo así”, dijo, “hacer un museo del ‘nunca más’”.