Tianguis: su etimología proviene del náhuatl “tianquiz(tli)” que significa “mercado”.

Comer en los tianguis es un privilegio nacional, un derecho incuestionable del ser mexicano.

Para muchos esta visita es parte del recreo semanal. El día y la hora de acudir al encuentro con su marchante de frutas, verduras, lácteos, chicharrón, guacamole… de paladear una espléndida pancita o un soberbio taco de carnitas, es casi un pacto religioso. 

Amamos los tianguis porque nos acercan al ingrediente fresco de temporada y a preparaciones heredadas de generación en generación, nos regalan esa sensación de ser tratados como príncipes de a pie, de salir bien comidos y con la despensa surtida por unos cuantos pesos.

Jueves en la Plaza de Toros

Este tianguis –que en realidad son dos–, se ubica entre la Plaza de Toros y el Estadio Azul. Tiene una buena oferta de comida, frutas, verduras y canasta básica, además de venta de ropa, todo a precios aceptables.

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Es allí donde se localiza Los Fogones, uno de mis lugares preferidos para comer en la calle, porque su consistencia en el sabor y la calidad de los ingredientes nunca decepcionan.

Don Lalo llegó de Uruguay como refugiado político hace más de 50 años con poco más que las recetas de su abuela. Ella, extraordinaria cocinera, enseñó a su familia la ventura de la buena sazón, la ética en la comida y el dominio de la parrilla.

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Gracias a ello, él y su familia se han convertido en uno de los referentes gastronómicos más entrañables de este tianguis. Su negocio comenzó en 1988, cuando nadie usaba filipina para cocinar en este mercado.

Ofrecen cortes, chapatas, choripanes, tacos y charcutería de parrilla con ensalada y papas a la francesa, servidos en tablas o platos bonitos sobre manteles negros que dan un aire de elegancia. 

Don Lalo se encarga personalmente de las compras, tiene a sus proveedores de siempre en la Merced. Cortes finos salidos del lomo de res, carne molida sin mezclas con soya y panes, horneados por su panadería de confianza, son el alma de sus creaciones.

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Quesos provolone, parmesano, mozzarella o gouda se incorporan de manera equilibrada para no opacar el sabor de la carne y, por lo mismo, aquí nada de catsup.

A mí lo que más me gusta es la hamburguesa suiza: 150 gramos de carne con quesos cheddar, uruguayo y mozzarella, tocino y cebolla caramelizada, por 100 pesos la pieza.



Domingos en la Alfonso XIII

Desde hace más de 50 años, el tianguis de Monte Carmelo se extiende por varias cuadras alrededor de la iglesia. Es uno de los más bonitos y concurridos de aquella parte de la Ciudad; además, los precios y la calidad de frutas, hortalizas y verduras son mejores que en la mayoría. Te tratan bien y tienen de todo.

Cada domingo, estas calles con nombre de rosas y artistas se transforman en un espacio de convivencia donde uno puede salir a comprar, platicar, comer rico, caminar y curiosear.

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Si algo de la gastronomía changarrera puede convertir a un cocinero cualquiera en rockstar, es la pancita. Así sucede con Don Pablo, que desde 1974 la prepara y la vende en la colonia donde nació.

Él tiene 80 años y trabaja el puesto –en la esquina de Adriano Brower y Giotto– con toda su familia. La tercera generación ha heredado ya esa misma pasión por preparar pancita, quesadillas de queso y tortillas al comal, que nunca faltan.  

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Hace años tuve la suerte de vivir por ahí y un día muy triste me fui a caminar al mercado. Sobre la calle, en unas mesas largas, algunas personas recibían un plato grande y humeante acompañado con tortillas hechas a mano; se veían felices, así que decidí quedarme a desayunar.

Desde la primera cucharada me volvió el alma al cuerpo y el gusto por la vida. Así que no se pueden perder la pancita de Don Pablo, ya sea que lleguen crudos o en vivo, tristes o contentos, o que se dejen caer desde Satélite o Coyoacán. 



Lunes a domingo en La Viga

La calzada de La Viga es uno de los puntos de venta de pescados y mariscos más legendarios y antiguos de la ciudad. Mucho antes de que se construyera el mercado de La Nueva Viga –el segundo más grande del mundo en su tipo–, aquí ya se vendía todo tipo de comida de mar sobre la banqueta.

Al principio sólo eran vendedores que, desde las 4:00 am, proveían a comedores y restaurantes, pero con el tiempo fueron ganando terreno. Ahora es todo un corredor de pequeñas fondas callejeras con productos muy ricos y frescos. 

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A mí me gusta comer en Don Pepe porque no tiene bocinas enormes a todo volumen, como casi todos los demás. Agripín Cordero, el dueño, es muy amable y bueno para coordinar a los meseros y cocineros, que son en su mayoría familia. Él aprendió a cocinar cuando era mesero en los restaurantes del rumbo y decidió aventurarse como empresario, con tan buen tino que está por abrir otro local. 

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Este pequeño tianguis dedicado a las ricuras del mar lo conocí de madrugada, cuando acompañé a una amiga a comprar insumos para su fonda de mariscos. Mientras empacaban su mercancía, desayunamos caldo de camarón, empanada de pulpo y una pescadilla deliciosa para luego caminar sobre la banqueta y comprar salsa bruja en Abarrotes Siete Mares.

Lo que vi me encantó: de piso a techo, la pared repleta de salsas de todos colores, sabores y niveles de picor, además de ajos, cebollas, galletitas saladas…  



Martes en la Escandón

Este tianguis abarca dos cuadras de la calle Salvador Alvarado, pero tiene todo lo necesario para llevar a casa el mandado: frutas, flores, hortalizas, plantas, hierbas… es cómodo por su tamaño.

Los vendedores son simpáticos y siempre te dan un pilón. La oferta de comida es escasa y de sabor regular, hay puestos con garnachas y frituras, pero los tacos de Carnitas La Maquina son espectaculares, de los más ricos que he probado jamás. Están casi al final de la calle, antes de llegar al Viaducto y sólo la familia  de Martín Tlalpachito los vende, así que no hay pierde.

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Los cocineros llegan desde las 6:00 am para calentar el cazo, que se tarda un par de horas en estar al punto. No recuerdo si sumergen primero la costilla o el chamorro, pero hay un orden establecido para que la cocción sea perfecta.

Mientras tanto, las distintas salsas se vacían en las charolas, se pica el cilantro y la cebolla blanca, se corta la cebolla morada en juliana, el chile habanero en rodajas, el pepino en medias lunas… Poco antes del mediodía está todo listo para despachar.

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El primer taco que pido es uno campechano con cuerito, para seguir con uno de costilla y rematar con el de chamorro y chicharrón, que es magnífico. La carne tierna se deshace en la boca y las porciones son generosas, por eso van con copia –dos tortillas–, así puedes hacerte dos de uno y pensar que comiste menos.

Martín sonríe; sabe que lo que ofrece está hecho con amor y buena sazón. De aquí uno sale satisfecho por menos pesos de lo que pensaba y siempre con ganas de regresar.



Julen Ladrón de Guevara | Escritora, gestora cultural y cronista de mercados mexicanos
Fotos: FIván Serna y Karla Ayala
Edición y diseño: Rodolfo G. Zubieta
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