
Nancy Galván tiene su estética Las Tijeras de Nancy, en Escobedo, y tras su enfermedad promueve la campaña “De Pelos” con la que recolecta donaciones de cabello que luego entrega en una fábrica que hace pelucas para mujeres con cáncer.
Luego de la tercera quimioterapia se quedó sin cabello y cuenta lo vulnerable que significa verse por primera vez en el espejo y sentir que se iba en pedazos, luego de también someterse a la mastectomía de su seno derecho.
“Una de las cosas con las que yo nunca me identifiqué es cuando me dicen: ‘Eres una guerrera, échale bastantes ganas’, o ‘Una guerrera siempre puede’. Yo no me identifico con esa palabra”, comparte.

“La palabra ‘guerrera’ para mí define otra cosa, no el estar enfrentando un proceso de la vida, porque a final de cuentas no estás en una lucha: estás en un proceso”.
Isabel Centeno, psicooncóloga del Centro de Cáncer de Mama del Hospital Zambrano Hellion de TecSalud, indica que perder el cabello es una de las muchas pérdidas que vive una mujer en este proceso y recalca la importancia de validar este sentimiento.
“Se siente la paciente en general incomprendida”, explica. “No a todo mundo le dice que le preocupa perder su cabello porque se siente juzgada, y a veces es juzgada.
“A veces se lo dicen: ‘No te deberías de preocupar por eso, el cabello va a volver a crecer’. Es una frase muy común”.
Para Centeno, quien trabaja con mujeres con cáncer de mama, además del golpe a la femineidad, quedarse sin cabello representa algo mucho más fuerte: es el momento en el que se visibiliza el padecimiento.
“Antes de perder el cabello puedes tener cáncer y no decirle a nadie, ni a tus hijos ni a tus papás, ni a tus amigas, porque no se te nota, pero en el momento en el que tú ya no tienes cabello, ya no puedes negarlo”, expresa la especialista.
“Puedes usar una peluca, pero normalmente las pelucas también se notan. “Así me lo verbalizan las pacientes:
que te miren con lástima, te señalen, que se te queden viendo, todo eso que es social tiene un impacto muy importante en las emociones de la paciente. Hay quien se aisla totalmente”.
Nancy Galván tiene su estética Las Tijeras de Nancy, en Escobedo, y tras su enfermedad promueve la campaña “De Pelos” con la que recolecta donaciones de cabello que luego entrega en una fábrica que hace pelucas para mujeres con cáncer.
Luego de la tercera quimioterapia se quedó sin cabello y cuenta lo vulnerable que significa verse por primera vez en el espejo y sentir que se iba en pedazos, luego de también someterse a la mastectomía de su seno derecho.
“Una de las cosas con las que yo nunca me identifiqué es cuando me dicen: ‘Eres una guerrera, échale bastantes ganas’, o ‘Una guerrera siempre puede’. Yo no me identifico con esa palabra”, comparte.
“La palabra ‘guerrera’ para mí define otra cosa, no el estar enfrentando un proceso de la vida, porque a final de cuentas no estás en una lucha: estás en un proceso”.
Isabel Centeno, psicooncóloga del Centro de Cáncer de Mama del Hospital Zambrano Hellion de TecSalud, indica que perder el cabello es una de las muchas pérdidas que vive una mujer en este proceso y recalca la importancia de validar este sentimiento.
“Se siente la paciente en general incomprendida”, explica. “No a todo mundo le dice que le preocupa perder su cabello porque se siente juzgada, y a veces es juzgada.
“A veces se lo dicen: ‘No te deberías de preocupar por eso, el cabello va a volver a crecer’. Es una frase muy común”.
Para Centeno, quien trabaja con mujeres con cáncer de mama, además del golpe a la femineidad, quedarse sin cabello representa algo mucho más fuerte: es el momento en el que se visibiliza el padecimiento.
“Antes de perder el cabello puedes tener cáncer y no decirle a nadie, ni a tus hijos ni a tus papás, ni a tus amigas, porque no se te nota, pero en el momento en el que tú ya no tienes cabello, ya no puedes negarlo”, expresa la especialista.
“Puedes usar una peluca, pero normalmente las pelucas también se notan. “Así me lo verbalizan las pacientes:
que te miren con lástima, te señalen, que se te queden viendo, todo eso que es social tiene un impacto muy importante en las emociones de la paciente. Hay quien se aisla totalmente”.

Diagnosticada con cáncer de mama a los 38 años, Aracely Tapia recuerda esa visita a casa de unos familiares luego de tomar la decisión de raparse porque el cabello caía a montones tras la primera quimio: “No te preocupes, el cabello crece”.
Evitó decirle a su familia o compañeros del trabajo que tenía cáncer, pero tras quedarse sin cabello ya no pudo evitarlo.
“Y realmente no quieres hablar de la enfermedad o de lo que te está sucediendo porque duele, no sabes cómo externarlo, pero te quedas al descubierto cuando ya no tienes cabello”, comparte Aracely, quien también pasó por la mastectomía de su seno derecho.

Está consciente de que no le hacían comentarios con una mala intención, pero no ayudan.
Otros le externaron: “Tienes bonita forma de cabeza, se te ve bien”.
Hoy, de 41 años, dice que no ha podido recuperar su cabellera de antes, que llegaba hasta la cintura.
“En mi caso, y platicando con otras personas, lo que más te impacta realmente es perder el cabello”, dice.
“Verte en el espejo pelona, literal, sin pestañas, sin cejas, sin vellitos en ninguna parte del cuerpo, es súper impactante.
Cambia tu fisionomía demasiado, aunque muchas personas te digan: ‘Te miras bonita’, realmente es un impacto súper fuerte”.
Para Aracely la mejor forma de ayudar en esos momentos es no hacer comentarios con respecto a la apariencia de la mujer en ese momento.
La psicooncóloga Centeno explica que una forma que tienes de apoyar a una mujer con cáncer de mama es escuchar más y hablar menos: validar los sentimientos que tenga cada paciente, entender que cada proceso es diferente y que cada mujer responderá de acuerdo con los recursos emocionales que tenga en ese momento.
“Es muy humano el deseo de llenar los silencios cuando estás con alguien, mostrar preocupación y, pues, finalmente ser un poco torpe al hacerlo, porque es difícil”, explica Centeno.
“Tal vez tendrías que haber vivido la situación para ser un poco más acertada y aún así puede ser que, lo que a ti te importaba, a la otra no”.
Trata de que tu principal mensaje hacia esa persona sea: “Aquí estoy para ti” en lugar de repetir clichés como: “Eres una guerrera” o “El cabello crece”, afirma.
Agrega: “Esas son narrativas sociales y es detenernos un poquito a pensar de que no a todas las personas les gusta recibir esa información”.
Incluso comenta que es válido, en lugar de un tipo de consejo, decirle a la persona: “No sé qué decirte, pero aquí estoy para ti” o “No sé cómo ayudarte o dime cómo te ayudo”.
Diagnosticada con cáncer de mama a los 38 años, Aracely Tapia recuerda esa visita a casa de unos familiares luego de tomar la decisión de raparse porque el cabello caía a montones tras la primera quimio: “No te preocupes, el cabello crece”.
Evitó decirle a su familia o compañeros del trabajo que tenía cáncer, pero tras quedarse sin cabello ya no pudo evitarlo.
“Y realmente no quieres hablar de la enfermedad o de lo que te está sucediendo porque duele, no sabes cómo externarlo, pero te quedas al descubierto cuando ya no tienes cabello”, comparte Aracely, quien también pasó por la mastectomía de su seno derecho.
Está consciente de que no le hacían comentarios con una mala intención, pero no ayudan.
Otros le externaron: “Tienes bonita forma de cabeza, se te ve bien”.
Hoy, de 41 años, dice que no ha podido recuperar su cabellera de antes, que llegaba hasta la cintura.
“En mi caso, y platicando con otras personas, lo que más te impacta realmente es perder el cabello”, dice.
“Verte en el espejo pelona, literal, sin pestañas, sin cejas, sin vellitos en ninguna parte del cuerpo, es súper impactante.
Cambia tu fisionomía demasiado, aunque muchas personas te digan: ‘Te miras bonita’, realmente es un impacto súper fuerte”.
Para Aracely la mejor forma de ayudar en esos momentos es no hacer comentarios con respecto a la apariencia de la mujer en ese momento.
La psicooncóloga Centeno explica que una forma que tienes de apoyar a una mujer con cáncer de mama es escuchar más y hablar menos: validar los sentimientos que tenga cada paciente, entender que cada proceso es diferente y que cada mujer responderá de acuerdo con los recursos emocionales que tenga en ese momento.
“Es muy humano el deseo de llenar los silencios cuando estás con alguien, mostrar preocupación y, pues, finalmente ser un poco torpe al hacerlo, porque es difícil”, explica Centeno.
“Tal vez tendrías que haber vivido la situación para ser un poco más acertada y aún así puede ser que, lo que a ti te importaba, a la otra no”.
Trata de que tu principal mensaje hacia esa persona sea: “Aquí estoy para ti” en lugar de repetir clichés como: “Eres una guerrera” o “El cabello crece”, afirma.
Agrega: “Esas son narrativas sociales y es detenernos un poquito a pensar de que no a todas las personas les gusta recibir esa información”.
Incluso comenta que es válido, en lugar de un tipo de consejo, decirle a la persona: “No sé qué decirte, pero aquí estoy para ti” o “No sé cómo ayudarte o dime cómo te ayudo”.

En septiembre del año pasado, Alma Rosa Soto, entonces de 49 años, fue diagnosticada con cáncer de mama tras detectarse una bolita. Dice que antes nunca se había realizado una mamografía.
Recibe atención por medio del plan de cobertura universal del Gobierno del Estado y le practicaron una mastectomía de su seno derecho y reconstrucción en el Hospital Materno Infantil.
“Con mis posibilidades económicas lo sentía como una sentencia de muerte en ese momento”, comenta esta mamá de tres hijos, la menor de 14 años.
Coincide en lo difícil que fue perder su cabellera que tenía hasta la cintura. Esta situación también fue muy compleja de llevar para su hija adolescente.
“Cuando me vio sin cabello empezó a batallar con ataques de ansiedad y no podía respirar, se le aceleraba mucho el corazón y empezaba a llorar así de repente, no podía asimilarlo”, cuenta Alma Rosa.
A ella también le tocó escuchar la frase: “Es nada más cabello, vuelve a crecer”.
“No saben todo lo que está pasando uno, lo que está sintiendo uno en esos momentos y que te digan: ‘Nada más es cabello’ o que me digan ‘Eres una guerrera’ tampoco me gusta, porque siento que me están forzando a que tenga que estar fuerte y no siempre estoy fuerte”.

En septiembre del año pasado, Alma Rosa Soto, entonces de 49 años, fue diagnosticada con cáncer de mama tras detectarse una bolita. Dice que antes nunca se había realizado una mamografía.
Recibe atención por medio del plan de cobertura universal del Gobierno del Estado y le practicaron una mastectomía de su seno derecho y reconstrucción en el Hospital Materno Infantil.
“Con mis posibilidades económicas lo sentía como una sentencia de muerte en ese momento”, comenta esta mamá de tres hijos, la menor de 14 años.
Coincide en lo difícil que fue perder su cabellera que tenía hasta la cintura. Esta situación también fue muy compleja de llevar para su hija adolescente.
“Cuando me vio sin cabello empezó a batallar con ataques de ansiedad y no podía respirar, se le aceleraba mucho el corazón y empezaba a llorar así de repente, no podía asimilarlo”, cuenta Alma Rosa.
A ella también le tocó escuchar la frase: “Es nada más cabello, vuelve a crecer”.
“No saben todo lo que está pasando uno, lo que está sintiendo uno en esos momentos y que te digan: ‘Nada más es cabello’ o que me digan ‘Eres una guerrera’ tampoco me gusta, porque siento que me están forzando a que tenga que estar fuerte y no siempre estoy fuerte”.

Marlene Esparza, psicoterapeuta y tanatóloga, hoy de 37 años, se realizaba estudios cada seis meses porque la familia de su mamá tiene tendencia a desarrollar fibroadenomas, un tumor benigno en los senos, sin embargo, no tenía antecedentes familiares de cáncer de mama.
En mayo pasado, a sus 36, los resultados no le gustaron a su radióloga y le pidió hacerse una mamografía. Un mes después, Marlene ya estaba en el quirófano para una doble mastectomía.
Recalca que no tenía ningún síntoma ni anomalías en sus senos, por lo que su historia sería otra sin esos chequeos que se hacía cada seis meses.
“En ese entonces acababa de terminar un curso de mindfulness y estaba muy consciente, y fue todo un proceso.
Claro que me pegó, porque claro que te pega, pero creo que me pegó muy diferente a como he escuchado que la ha pegado otras personas”, comparte Marlene, casada y con una hija de 5 años.
“Para mí fue un: ‘Ya estoy aquí, ¿cómo lo vivo? No puedo hacer nada para evitarlo porque ya está, pero ahora qué hago. Cómo voy a entrarle’. Entonces fue un fluir”.
Para la segunda quimioterapia, Marlene decidió raparse porque su cabello se comenzó a caer, pero expresa que esta situación no le afectó. Siempre tuvo en su mente que el cabello iba a volver a salir.
“Era tener en la cabeza: ‘Estoy haciendo lo que puedo con lo que tengo’”, recuerda.
“El mayor aprendizaje fue la apertura en cuanto a hablar de lo que siento, de cómo lo voy viviendo para poder conectar con otros esta parte de ser vulnerable”.

Marlene Esparza, psicoterapeuta y tanatóloga, hoy de 37 años, se realizaba estudios cada seis meses porque la familia de su mamá tiene tendencia a desarrollar fibroadenomas, un tumor benigno en los senos, sin embargo, no tenía antecedentes familiares de cáncer de mama.
En mayo pasado, a sus 36, los resultados no le gustaron a su radióloga y le pidió hacerse una mamografía. Un mes después, Marlene ya estaba en el quirófano para una doble mastectomía.
Recalca que no tenía ningún síntoma ni anomalías en sus senos, por lo que su historia sería otra sin esos chequeos que se hacía cada seis meses.
“En ese entonces acababa de terminar un curso de mindfulness y estaba muy consciente, y fue todo un proceso.
Claro que me pegó, porque claro que te pega, pero creo que me pegó muy diferente a como he escuchado que la ha pegado otras personas”, comparte Marlene, casada y con una hija de 5 años.
“Para mí fue un: ‘Ya estoy aquí, ¿cómo lo vivo? No puedo hacer nada para evitarlo porque ya está, pero ahora qué hago. Cómo voy a entrarle’. Entonces fue un fluir”.
Para la segunda quimioterapia, Marlene decidió raparse porque su cabello se comenzó a caer, pero expresa que esta situación no le afectó. Siempre tuvo en su mente que el cabello iba a volver a salir.
“Era tener en la cabeza: ‘Estoy haciendo lo que puedo con lo que tengo’”, recuerda.
“El mayor aprendizaje fue la apertura en cuanto a hablar de lo que siento, de cómo lo voy viviendo para poder conectar con otros esta parte de ser vulnerable”.