Enrique Hoepfner es productor de eventos

Mi marcha hacia el orgullo

A mí no me gustaba ir al Pride. Es más, me daba muchísima pena ajena cada que algún amigo o familiar lo sacaba al tema; me sentía incómodo. Recuerdo que lo percibía como un escándalo callejero formado por gays igual de escandalosos que sus carros alegóricos: llamativos, exhibicionistas, afeminados y ofensivos, que no tenían nada que hacer más que enfiestarse y encuerarse en la calle, y que, además, no me representaban. ¿Por qué iba a perder mi tiempo marchando ahí con ellos?, no teníamos absolutamente nada en común. Yo era otra clase de gay.

Según yo, era un gay educado, inteligente, culto… un “gay fresa”. Ahora me doy cuenta de que no era más que un gay con una tremenda homofobia interiorizada y que tardó muchos años en darse cuenta de lo equivocado que estaba. Desgraciadamente, dentro de la comunidad LGBTQ+, ser hombre, cisgénero, gay, pero con un comportamiento que se considera “más masculino”, es el equivalente a ser el hombre blanco del patriarcado heterosexual. Gozamos de muchísimos privilegios que nublan nuestra visión y el entendimiento de nuestro entorno.

En ese momento mi burbuja comenzó a reventarse. ¿Cómo era posible que su misma sangre los odiara de esa manera?, ¿por qué tu misma familia te daría la espalda?, ¿cómo alguien puede ver el sufrimiento de otra persona y no hacer nada al respecto? Y así es como me empecé a dar cuenta de que no todos habían corrido con la misma suerte que yo. Empecé a ser más empático con mi comunidad, comencé a apoyar a personas que estaban pasando por situaciones difíciles, a abrirme un poco más, pero aun así seguía criticando y desprestigiando el Pride. Suena ilógico e incongruente, lo sé. Ahora lo sé, pero en ese momento no lo entendía todavía.

El 10 de septiembre de 2016, el Frente Nacional por la Familia organizó una marcha de casi 60 mil personas en Guadalajara en pro de lo que ellos denominan “la familia natural”. Una manifestación cuyo objetivo era mostrar su inconformidad ante el matrimonio gay, las familias homoparentales y la adopción por parte de parejas homosexuales, disfrazada de una “defensa” de lo que ya tienen. Suena raro que alguien salga a la calle a pedir algo que han tenido y gozado toda la vida, pero si nos ponemos a discutir los extraños motivos detrás del mencionado Frente, este artículo se convertiría en un libro y no me dieron tanto espacio.

Comencé a ver las publicaciones en Facebook sobre los asistentes a la marcha y las noticias, y me llené de coraje. Empecé a sentir impotencia, enojo y desesperación ante todas las muestras de odio que estaba viendo por doquier. ¿Por qué alguien saldría a la calle a marchar en pro de un derecho que ya tienen?, ¿qué necesidad de defender el esquema de familia que la mayoría tiene, quién los está amenazando? No entendía nada. Hay personas que creen que la libertad de expresión incluye desprestigiar, difamar y solicitar la negación de derechos de otros seres humanos, sin importar quién sufra o se sienta ofendido por esos actos. (Les recomiendo a todas las personas que siguen utilizando erróneamente su libertad de expresión, que volteen a su alrededor. Tal vez, sin saberlo, estén ofendiendo a alguien muy cercano a ustedes).

Muchísimas personas de la comunidad LGBTQ+ sintieron, al menos, lo mismo que yo. Empezó a organizarse en redes sociales, de una manera un poco improvisada, pero llena de esperanza, un movimiento y una propuesta para salir a las calles al día siguiente a defender y exigir nuestros derechos. Nosotros sí teníamos razones para manifestarnos. Me empecé a emocionar. Empecé a sentir la necesidad de salir a la calle y gritar, pero seguía sintiendo vergüenza. Mis amigos gays más cercanos no estaban sintiendo el mismo coraje que yo, y a ellos tampoco les gustaba ir a la marcha y manifestarse. Quería ir, pero no me atrevía. Le conté a Juan, mi roomie de aquel entonces, sobre la marcha “improvisada” que se haría al día siguiente. Cabe resaltar que Juan es mi amigo de toda la vida, compañeros desde la primaria en el Colegio Alemán. Juan es heterosexual. Al escuchar todo lo que estaba pasando me dijo: “carnal, vamos a marchar mañana, yo te acompaño”. Yo te acompaño. Esas palabras las he tenido guardadas en mi corazón desde ese momento. Lo sentí como un crossover de mi mundo heterosexual apoyando a mi mundo gay. ¡Ni los Avengers! Ahí me di cuenta de que todos somos capaces de luchar por los derechos de las personas que amamos, aunque no estemos pasando por las mismas circunstancias.

No era el famoso Pride que se realiza en junio, pero salimos a las calles. Yo estaba muy nervioso, pero al momento de llegar y ver a tanta gente reunida con un mismo objetivo, los nervios se fueron. No había carros alegóricos, ni contingentes, ni muchísima gente, pero había muchísimo amor y muchísimas ganas de cambiar el mundo para todas las personas que estaban sufriendo de discriminación, rechazo, homicidios, desapariciones, injusticias, homofobia, lesbofobia, transfobia y todas las formas de odio que se puedan imaginar. Juntos nos empoderamos.

Casi un año después, en junio de 2017, fui por primera vez al Pride. Memo, un muy buen amigo, me invitó diciéndome: “Nunca has ido, ¿cómo criticas algo que no conoces?” No había manera de refutar su argumento y yo ya había salido a la calle una vez, no había sido tan grande como el Pride, pero ya había metido el pie a la alberca para ver qué tan fría estaba el agua. En 2017 nos mojamos, metafórica y literalmente. Todos conocemos las lluvias de junio en Guadalajara. Ir al Pride por primera vez, terminó de reventar la burbuja en la que vivía. Fue una de las experiencias más gratificantes, catárticas y reveladoras que he tenido en mi vida y que recuerdo con más cariño.

Instagram: @kikeghe

Después de esa ocasión, he ido al Pride cuantas veces he podido. Para los que no han ido y tal vez piensen igual a como yo pensaba antes, les voy a contar un poquito de mi experiencia. El Pride no solo es el escándalo, la fiesta y el show que yo pensaba, es el lugar donde la gente de la comunidad LGBTQ+ puede sentirse segura, libre y protegida. Hay personas que nunca se han atrevido a vestirse como les gusta, a maquillarse como les gusta, a peinarse, a cantar, a bailar o a hablar como quieren por miedo a ser rechazados, o porque el entorno en el que viven los oprime a tal grado que su clóset se llena de sueños, deseos, ganas e ilusiones frustradas y olvidadas. No saben lo que es estar en la calle, a plena luz del día y ver personas que se atrevieron a salir como siempre han querido por primera vez, sin miedo y llenas de orgullo, sabiendo que están en un espacio donde no van a ser juzgadas, donde los golpes se convierten en aplausos, donde las palabras de odio se convierten en porras y donde el rechazo se convierte en amor.

Todos somos uno. Aunque todos marchamos por distintas razones y todos nos expresamos de distinta manera, todos lo hacemos con un mismo objetivo: vivir en un mundo de igualdad, aceptación y respeto. Respeto a tus creencias, tu orientación sexual, tu identidad de género y tu libertad de expresión. No todo es lo que se ve en las noticias amarillistas, no todo es exhibicionismo y fiesta sin control. El Pride es un lugar donde vas a ver papás heterosexuales con letreros de “abrazos de papá” por si el tuyo no te los da, grupos católicos con letreros de “Dios te ama”, vas a ver abuelos marchando con sus nietos homosexuales, drag queens con sus mejores outfits que planearon durante meses, parejas de la mano demostrando su amor como cualquier otra persona debería poder hacerlo, no solo durante el Pride.

Si tú eres miembro de la comunidad LGBTQ+ y eres una de esas personas que piensa como yo pensaba y dice que el Pride no te “representa”, permíteme darle un alfilerazo a tu burbuja. El 28 de junio de 1969, un bar gay de Nueva York llamado Stonewall Inn fue escenario de una redada violenta por parte de la policía en contra de la comunidad, pues, en aquel entonces, en Estados Unidos la homosexualidad estaba catalogada como una enfermedad, y el sexo homosexual era un delito. Estos hechos violentos hicieron que muchos miembros de la comunidad LGBTQ+ salieran a la calle a manifestarse en contra de lo ocurrido, aunque esto les costara la vida o la libertad. Los disturbios de Stonewall contagiaron a todo el mundo, marcaron la pauta y el inicio del movimiento de liberación homosexual, y fijaron el 28 de junio como el Día Internacional del Orgullo LGBTQ+. Gracias a todas las personas que han salido a marchar a favor de los derechos, gracias a las lesbianas, gays, bisexuales, transgénero, transexuales, travestis, intersexuales, queers, asexuales, pansexuales y no binarios que han salido a la calle año con año a marchar por nuestros derechos, vivimos en una ciudad donde puedes darle un beso a tu pareja en público sin que te metan a la cárcel; donde puedes gozar de privilegios médicos y civiles; donde yo pude salir con Rodo, mi novio, a marchar de la mano por la calle hace unas semanas con sus amigas; con Juan Carlos, mi amigo que me ha enseñado tantas cosas sobre la comunidad que yo desconocía, y juntos aplaudirle a Mau, nuestro amigo que iba en drag arriba de un camión demostrando su talento. Gracias a esas personas “escandalosas” te puedes casar, puedes formar una familia, puedes gozar de contenido con el que te sientas identificado en redes sociales y en todos los medios, puedes poco a poco ser tú mismo sin el miedo que sintieron las generaciones que estuvieron aquí antes de nosotros.

Desafortunadamente, la lucha no ha terminado. Seguimos escuchando a diario historias de odio y discriminación. Según la Encuesta Nacional sobre Discriminación en México realizada por el Conapred, 8 de cada 10 personas de más de 50 años está en contra de que las parejas gay adopten niños o niñas; 4 de cada 10 personas no permitirían que en su casa viviera una persona homosexual, y 1 de cada 2 personas homosexuales y bisexuales percibe la discriminación como su principal problema. En nosotros está luchar por que esto deje de pasar. Hay que ir al Pride, hay que apoyar a los que no gozan de los mismos privilegios que nosotros, hay que ser aliados y llenar las calles de amor en lugar de violencia. Hay que ser parte del escándalo. La visibilización es el único camino hacia la normalización.

Hay que celebrar un beso lésbico en una película de Pixar, no hay que censurarlo. Hay que dejarles a las futuras generaciones un mundo incluyente. Imagínense qué va a pasar si normalizamos las formas de amar y toda la magia, el arte, los sueños, el talento e ideas increíbles salieran del clóset.

No voy a dejar de luchar hasta que todos vivamos en una sociedad donde gocemos de los mismos derechos. Ojalá todos tuvieran un Juan, un Memo, un Rodo, un Juan Carlos, un Mau, una familia, unos amigos y una red de apoyo tan increíble como la que yo tengo. Si tú no la tienes y tienes ganas de algún día ir al Pride, escríbeme. No estás solo. Hay muchas cosas malas allá afuera, el mundo está pasando por muchas situaciones aterradoras, pero siempre vas a contar con gente que va a marchar por ti y a tu lado. Aquí vamos a estar cuando estés listo y tu burbuja se reviente, no te vamos a juzgar.

Información: Enrique Hoepfner. Fotos: Cortesía.