Se elaboran con la mínima intervención posible, tanto en campo como en bodega. Digamos, románticamente, que buscan ser un reflejo fiel de la tierra en copa.
Aunque no existe una definición universal, capaz de precisar las características que hacen a un vino “natural”, el concepto encuentra fundamento en un puñado de métodos agrícolas, procesos enológicos y compromisos éticos.
El viñedo, por ejemplo, se trabaja sin agroquímicos ni pesticidas; la fermentación se realiza con levaduras silvestres, casi de forma espontánea; no se realizan correcciones de acidez, taninos o pigmentos.
Tampoco se permiten la clarificación, la microoxigenación y la adición de anhídrido sulfuroso –que ayuda a mantener saludables las uvas en el campo, da brillo al vino y funciona como antioxidante, antiséptico y desinfectante–. El único objetivo: permitir a la uva expresarse de la manera más natural.
Son generalmente monovarietales, turbios y opacos (por la omisión de clarificaciones y/o filtraciones), pronunciados en aromas primarios y fermentativos, y libres de crianza en barrica.