Orlando José Maldonado Pérez, de 26 años, es uno de los 40 migrantes que murieron la noche del 27 de marzo en la estación provisional del Instituto Nacional de Migración (INM).

Cuando les tocaba dormir a la intemperie durante su travesía hacia el norte de México, Orlando y Adrián Gárate se tapaban con la misma cobija.

Desde que se conocieron en la frontera de Panamá y Costa Rica, luego de haber salido de Venezuela, estrecharon una amistad tan fuerte que Adrián siente que ha perdido a un familiar.

Nando, como le decían sus amigos y familiares, fue retirado el día del incendio de un crucero ubicado en la Avenida Heroico Colegio Militar y Costa Rica, donde se ubica el Parque DIF.

Gárate solía ir a los semáforos con Orlando, así como con la esposa e hijos de Abel Ortega (hermano de Orlando, pero con apellidos diferentes) a vender dulces para obtener ingresos que les permitieran pagar el cuarto de hotel y el alimento.

Aquel día, Gárate no acudió con ellos porque un comerciante le dio trabajo limpiando unas cosas.

Cuando llegó en la tarde al hotel del Centro donde se quedaban, esperaba a Orlando para ver cuánto dinero había juntado y hacer el pago. Pero Orlando no llegó.

Cuando llegó Abel, éste le dijo que habían sido retirados de la vía pública por agentes del INM y que su hermano se había quedado detenido en la estación ubicada junto al Puente Internacional Reforma, conocido también como Lerdo-Stanton.

Por la noche, estaban pensando en cómo se organizaban para juntar dinero y enviárselo para que se regresara a Ciudad Juárez, dado que suponían que sería retornado a la frontera sur, a Chiapas.

Se fueron a dormir, y a la mañana siguiente, cuando Abel se lavaba los dientes, otro amigo venezolano subió corriendo las escaleras del hotel para decirle que había ocurrido un incendio en la estación migratoria.

Adrián narra cómo conoció a su amigo Orlando.

NO VOLVERÁ

Gárate todavía recuerda los gritos de angustia de Abel cuando corrió a decirles que se fueran a buscar a Orlando porque ahí es donde lo habían ingresado un día antes.

Desde aquel día el rostro de Gárate, quien estudiaba la carrera técnica de Administración Tributaria en un instituto de Venezuela, tiene una expresión de tristeza de saber que su amigo, con el que emprendió el viaje hasta Ciudad Juárez, Chihuahua, ya no volverá.

En su caso, salió hace cinco años de Venezuela, llegó a Colombia y después cruzó la peligrosa Selva del Darién Y de ahí empezó un recorrido que lo trajo hasta la frontera entre México y Estados Unidos.

En los primeros días de febrero pasado, fue cuando Gárate conoció a Orlando en la frontera de Panamá y Costa Rica.

“Y empezamos desde ahí juntos (…) Él llegó una vez, nos tuvimos confianza, a donde llegábamos dormíamos juntos, donde llegábamos ahí donde nos quedábamos los dos, cualquier techo, ahí donde descansábamos la noche, ahí caminando, en la vía pública”, recuerda mientras acude a una tienda a recargar su celular para poder enviarle mensajes a otros familiares de Orlando en Venezuela.

“Él me fue contando de su historia, y yo la mía igual, me contó que tenía un hijo (…) Nos hicimos amigos, compañeros de camino”.

LLEGADA A JUÁREZ

A Ciudad Juárez llegaron el 13 de marzo, y de inmediato comenzaron a registrarse en la aplicación CBP One que las autoridades de Estados Unidos dispusieron para solicitar su entrada legal, aunque no pudieron concretar el trámite.

“Íbamos al crucero de acá arriba del DIF, con la familia de Abel”, rememora. “Ahí nos poníamos a pedir, a pedir una colaboración para poder pagar porque llegamos sin peso”.

El grupo de venezolanos conseguía paquetes de paletas y las vendían entre los vehículos, o de plano se veían en la necesidad de pedir dinero porque a veces no salía con la venta.

“Para conseguir algo pa’ aunque sea quedarnos esa noche mientras conseguimos trabajo; nada es fácil llegar aquí sin dinero, no teníamos la forma todavía, no tenía trabajo”.

Todos carecían de la Forma Migratoria Múltiple y era un impedimento para conseguir un empleo formal. Durante su estancia, mientras se hacían de recursos para sobrevivir, buscaban de qué forma podían regularizarse y emplearse de otro modo.

“Diariamente íbamos allá, caminábamos todo esto (señala la avenida David Herrera Jordán, conocida como Malecón), desde allá desde la avenida Juárez, hasta el semáforo del DIF. Todos los días hacíamos eso”.

Unos días antes, Gárate había preguntado a un comerciante que se ubicaba en el camino hacia el Parque DIF, si había trabajo para él.

Aquel 27 de marzo por la mañana, el comerciante que vende frituras, le ofreció empleo.

“Cuando pasamos todos yo me quedé ahí pues trabajando, chambeando ese día. A mí me necesitaba para limpiarle unas campanas ahí; ellos se van al crucero”.

Ese fue el último momento que tuvo con Nando.

“Yo regreso en la tarde, la familia (de Orlando) me dice que los agarraron allá en el crucero, que estaban pidiendo, que llegaron, los trataron mal, los subieron a la fuerza”.

Abel le contó que él, su esposa y sus dos hijos pudieron salir de la estación por comprobar ser parte del núcleo familiar.

“Y pues esa mañana nos levantamos con la noticia de que hubo un incendio, que provocó las muertes de tantas personas ahí”, lamenta con un nudo en la garganta mientras espera comunicación con los familiares de su amigo.

EL RECUERDO DE ORLANDO


A Orlando lo recuerda como una persona tranquila, siempre pendiente de su familia, de manera constante hablaba con su mamá, sus otros hermanos.

“Trataba de comunicarse siempre porque se preocupan por uno que viene en el camino”, expresa Gárate.

A Orlando también lo recuerda como una persona solidaria.

“Muy colaborador. Si yo no tenía, él me aportaba para comer, o para dormir en un sitio. Y yo hacía lo mismo, si él no tenía yo (le decía) ‘toma hermano'”.

“Compartíamos todo, nos arropábamos con la misma cobija y nos secábamos la cara con la misma toalla y es un dolor el pensar que ya no…”.

LA POBREZA EN VENEZUELA


La familia que dejó Orlando en Venezuela, en el estado de Táchira, está muy mal.

¿Orlando por qué quería entrar a Estados Unidos? ¿Cuáles eran sus metas?, se le pregunta.

“Él me cuenta (se refiere en tiempo presente) que por lo que van muchos, por una mejor vida y poder trabajar porque él tiene su negocio en San Cristóbal allá en su pueblo donde vivía. Él me dijo que no iba a durar mucho que era algo rápido para volver a levantarse otra vez y ver a su hijo, encontrarse otra vez con su familia”.

En su recorrido con Orlando por diferentes ciudades y países, aprendió a conocerlo como alguien tranquilo.

“Orlando en los refugios nunca fue una persona que salió alterada, cuando nos agarraron en Siglo XXI, todo fue tranquilo, igual cuando nos bajaban de los buses, todo era tranquilo, era una persona pacífica”.

Gárate todavía se estremece al recordar cómo se enteró de la muerte de su amigo.

“Yo estaba esperándolos que llegaran para pagar la habitación, como siempre, como a eso de las 6:00, 6 y media”.

“Llegó Abel con los niños, yo no lo veo a él, yo pienso que, no sé, se quedó en algún lado”.

A Abel le pregunta por “el Gocho”, así le decían también a Orlando por ser del estado de Táchira.

“Yo traté de decirles que no, que él es mi hermano (…) que y nada nada, lo dejaron allá”, le dijo Abel a Gárate.

Al siguiente día, al enterarse del incendio, se dirigieron a la Fiscalía General del Estado para saber dónde estaba. Ahí les confirmaron que estaba en una lista de detenidos por el INM, pero desconocían si estaba vivo o muerto porque no había certeza en aquel momento.

“Cuando vengo acá, que no está ninguno acá, que ya habían levantado los cuerpos; empecé a comunicarme con sus familiares, a tratar de buscarlos porque yo no tenía ningún número cercano a él. Abel sí tenía el número de una hermana y de su familia”.

A diferencia de otros migrantes que se enteraron en la noche de lo ocurrido, Gárate y Abel y su familia lo hicieron hasta el amanecer, cuando se preparaban para organizarse y enviarle dinero para su regreso porque pensaban que lo llevarían al sur del país.

“Que se subiera al tren otra vez acá”, pensó Gárate sobre las opciones que tendría Orlando.

Pero lo que hicieron fue empezar a buscarlo por toda la ciudad.

“Vamos a la morgue, empezamos a buscarlo a los hospitales. ¿Quién iba a pensar esto?”.

Gárate no olvida que Abel iba bajando lavándose los dientes cuando llegó otro amigo venezolano a informarles de lo ocurrido. Abel pensaba que ya lo habían trasladado.

“Cuando el pana viene subiendo de la calle y le dice a Abel, en la puerta así bajando las escaleras, le dice ‘hermano, se quemó migración y Abel ‘¿cómo así si mi hermano está allá adentro?”.

“Y sube y nos dice que se quemó Migración, vamos a ver qué le pasó a Orlando (…) nos vinimos todos, Migración no nos da información y ya de ahí empezamos la búsqueda”.

Con la voz quebrada, Gárate señala que es algo muy triste en su vida.

“El tenía muchas metas y sueños”.

Uno de sus sueños era volver a levantar su negocio de abarrotes, el cual dejó por la situación económica en Venezuela.

“Decía que iba a ayudar a su mamá, a su papá”.

Adrián (al frente) junto con su amigo Orlando (detrás)

EL VIAJE A OAXACA

Mientras muestra fotografías junto a Orlando durante su travesía, una de ellas en Puerto Escondido, Oaxaca, reclama justicia por su amigo.

“Yo de esto solo espero que se haga justicia y de verdad que no sólo por la familia de Orlando, sino tantas tantas familias que murieron ahí”.

Ante lo sucedido, Gárate ha optado por dejar de ir a los cruceros y mientras se mantiene con un poco de dinero que le prestó otro amigo, quien le sugirió emplearse en una maquiladora, por lo que está en espera de arreglar sus papeles para lograrlo.

“Estábamos apenas empezando todo, todo fue tan rápido, no nos dio chance ni siquiera de…”, señala sin concluir la oración.

Gárate no tiene hijos, pero sus padres y hermanos están entre Venezuela y Colombia, por quienes lucha en medio de la desgracia intentar cruzar a Estados Unidos.

Y quiere precisar que Orlando fue un migrante pacífico.

“Orlando fue una buena persona, que de verdad tenía su sueño de cruzar para ayudar a su familia, a su hijo, fue una buena persona, no como muchos que vienen a hacer el mal, ¿sí me entiende? para que muriera ahí tan desgraciadamente”.

Aún recuerda la buena vibra de Nando.

“Él animaba a todos, nos daba moral a todos, ‘vamos a levantarnos, vamos a buscar para comer’, él siempre tenía moral en alto”.