Para él, la Plaza México siempre ha sido una Catedral, la segunda más importante dentro del espectáculo taurino y un emblema que se ha caracterizado por tener un “olé” muy especial que en ninguna otra plaza del mundo se manifiesta.
Su interés por la tauromaquia comenzó a los 13 años gracias a un pariente cercano quien era matador y, al acudir por primera ocasión a este espectáculo, de manera inmediata supo el camino que quería forjar al ver la magia que emanaba de esta y, durante 30 años, paladeó la fiesta desde sus entrañas.
Lo que más le gusta es la sensibilidad que hay en el arte de la tauromaquia como expresarse delante de un animal bello y poderoso y, a su vez, transmitirlo al público y, como aficionado, disfruta la fiesta y todas las disciplinas artísticas que emanan de esta como la música, poesía, escultura, pintura, cine y demás variantes como el toreo cadencioso y el rítmico.
Fue en la Plaza México que comenzó a ensayar cuando decidió ser torero y ahí fue en donde aprendió a agarrar un capote y una muleta, por lo que considera este inmueble como su casa, pues durante toda su carrera se sintió honrado de estar en sus instalaciones y cumplir un sueño como aspirante, novillero y becerrista de hacer su debut, su confirmación de alternativa, así como celebrar cada uno de los éxitos, enseñanzas y percances, pues todos forman recuerdos bonitos y gratificantes que siempre atesorará. Además, siempre llevará a esta plaza en su corazón.