HECHOS CON EL CORAZÓN

ROSARIO GARRALDA
CHARO GARRALDA: REPOSTERÍA

El primer pastel que vendió como Charo Garralda Repostería fue de Primera Comunión; se lo pidió una amiga.

“Era en forma de cruz, con betún de merengue italiano, relleno de tofu de almendra crujiente y adornos de caramelo transparente”, detalla Charo, quien es conocida por sus bellas y sofisticadas creaciones.

Recuerda que tuvo que aprender a calcular los ingredientes, porque era para 80 personas.

“Fue hace 17 años”, dice, “y las amigas y las mamás de las compañeras de mis hijas en el colegio corrieron la voz. Luego, me comenzaron a buscar los coordinadores de bodas”.

El pastel más solicitado es el de merengue italiano, relleno de pistache, almendra o nuez caramelizada, y el de chocolate con betún de merengue suizo.

Charo trabaja desde su casa y puede pasar entre 12 y 16 horas preparando y montando un escultórico pastel de boda para 100 invitados. Es muy autocrítica, y precisamente por eso no se atrevía a lanzarse al mundo de la pastelería.

“Soy diseñadora de interiores, y el gusanito de la repostería inició a los 17, 18 años, con cosas muy sencillas que les vendía a las amigas de mi mamá”, relata Charo.

“Hacía una trenza de hojaldre rellena de queso crema, nuez y ate, y por nostalgia publiqué la receta en Instagram, en Navidad, y fue un hit”.

Poco a poco, Charo adquirió conocimientos en cursos y recetarios, de lo que observaba y por intuición propia.

“Mis amigas me decían: ‘Hazme un pastel para el bautizo de mi hijo’, o para cualquier otra ocasión, pero yo tenía muy altas expectativas de lo que debía lograr y no me animaba, hasta que un día dije: ‘Si sigo así, no voy a hacer nada'”.

Charo tiene 57 años y es madre de cuatro hijas. Confiesa que aún le intimida que sus clientes esperan cada vez más de ella, pero eso la reta a hacer sus sueños realidad.

“Me gusta mucho lo que hago. También incluyo mesas de postres, de quesos, lo que me van pidiendo. Me actualizo para renovarme y hay gente que me ayuda, pero, finalmente, la que está al frente soy yo”.

Dice que a sus padres, José Garralda y Alicia Giacoman, quienes ya fallecieron, les encantaba la cocina y fueron una gran influencia.

“También me ayudó estudiar diseño, por la estética, la perspectiva, los volúmenes.

“Un elemento súper importante ha sido mi marido, Rafael Villarreal. Él es ingeniero y me apoya. En la pandemia me animaba, porque los eventos quedaron en pausa. Lo mío es el arte, pero él me dice qué estructura va si es un pastel de cinco pisos, con betún de mantequilla, por ejemplo”.

Sus hijas: María José, Ana Paula, Rosario e Isabel, también le han ayudado.

A Charo le enorgullece que sus clientes la hagan partícipe de los momentos más importantes de su vida.

“Hay quienes me pidieron el pastel para el cumpleaños de la mamá, la despedida de la hija, el de bodas, y la hija ya me buscó para el baby shower, el bautizo y los cumpleaños del niño.

“Y siempre los hago como si fueran para mí, con el corazón y muchas ganas. Creo que ésa es la clave”.

DISEÑA SU ÉXITO

ANA RODRÍGUEZ
LA DIVINATA PASTELERÍA ARTESANAL

Mientras cenaba en un restaurante con su familia, le preguntaron a Ana Rodríguez qué le había parecido el menú. Ella, con franqueza, dijo que muy bien, pero no así los postres.

Su hermana le sugirió que le ofreciera al dueño el riquísimo pay de plátano que preparaba.

Él aceptó con gusto, pero mucho más los comensales, que elogiaron tanto el postre, que al mes Ana ya tenía solicitudes del restaurante para que preparara algo más.

Ella llevó su pay de queso y el pastel alemán, y el éxito no se hizo esperar. A los ocho meses la fueron a buscar a su casa de otro restaurante.

Al principio, dice, no quería aceptar otro compromiso tan grande, pero como la motivan los retos, finalmente accedió.

“Durante tres años horneaba en la casa y me encargaba desde hacer las compras hasta entregar, aparte de atender a mis hijos, que estaban chiquitos: José Eugenio acababa de nacer. Catalina tenía 3 años y Luisa, 5, pero ya no pude más y busqué un local y quién me ayudara”, comparte esta emprendedora mujer, que hace 15 años se lanzó a la aventura con La Divinata.

“Me gustó ese nombre, que significa diosa en italiano, después de buscar en diccionarios de todos los idiomas. Cuando leí la palabra me sonó bonito y algo causó en mí”.

Ana es diseñadora gráfica y se encargó de la imagen de su marca. Actualmente tiene ocho sucursales en la localidad y una en la Ciudad de México, con planes de abrir dos más, una aquí y otra en la capital del País.

Dice que los pasteles, elaborados en forma artesanal y con ingredientes de la mejor calidad, son recetas suyas y también de sus amigas y su mamá, y entre los favoritos menciona el pay de plátano, el pastel de pistache, el Ferrero y el de zanahoria, con ese listón que ya es el sello de la casa.

“Yo empecé a hacer pasteles a los 17 años cuando estaba estudiando la carrera de diseño gráfico en la UANL. Los vendía para pagar mis gastos, además de que siempre me gustó cocinar porque en mi casa siempre me enseñaron que por medio de la comida se podía consentir y querer a los demás.

“En casa de mi abuelita hacíamos dulces de leche, nogada, y era un rato de convivencia y juego. Mi mamá hacía las gorditas, los frijoles con chorizo, las empanadas de piña, y esos recuerdos de olores van siendo parte de ti”.

Ana no se detiene, le gusta innovar, a la vez que preservar la tradición, y en La Divinata ese sueño se ha hecho realidad.

SU SELLO: PAY DE GUAYABA

COLUMBA CHAPA
COLUMBA PASTELES

Todo comenzó por casualidad. Ella estaba diseñando la imagen para un restaurante y, como las dueñas conocían a su mamá y sabían que le había transmitido el gusto por la cocina, le sugirieron hacer un pastel para impulsar la merienda en el lugar.

Columba Chapa accedió y les llevó un pay, al que bautizaron como Bávaro de Manzana, y tuvo tal éxito que le pidieron otro.

Entonces, fue con su mamá, Olga González, y le preguntó qué podrían hacer.

“Ella hacía una gelatina de guayaba muy sabrosa y me propuso preparar una versión en pay tipo mousse de guayaba. ¡Fue un hitazo!”, exclama.

Eso ocurrió hace poco más de 30 años, y a la fecha es el sello deColumba Repostería Fina.

La diseñadora gráfica dejó ese campo laboral y se enfocó en la pastelería, con recetas caseras, como el mousse de piña colada, la trufa de chocolate, pay de nuez, pay de plátano, pastel de zanahoria y mousse de chocolate, sólo por mencionar algunas de las variedades en su amplio menú.

“Cuando inicié, Pato tenía 1 año, Xime, 3; Fer, 5, y Colu, 7 años, y me pareció más práctico trabajar desde la casa porque así no los descuidaba”, comparte.

Desafortunadamente, a los tres años, a su esposo, Fernando González Quintanilla, ingeniero y comunicólogo, le diagnosticaron cáncer, y falleció de 37 años. Columba tenía 36.

“Para entonces, bendito Dios, el negocio ya estaba encarrilado. Le eché todos los kilos para sacar adelante a mis hijos, y lo logré. Me anuncié en publicaciones y fui a buscar clientela en otros restaurantes y negocios”.

Columba dice que desde niña aprendió a hacer pasteles y otras recetas, porque su mamá era una excelente repostera y cocinera, en general.

“Yo tenía el típico hornito mágico Lili Ledy, y me encantaba que mi mamá me dejara un poco de masa y betún para decorar mis mini pastelitos”.

Ya cuando despegó con su negocio en San Pedro, contrató más empleados y acrecentó su línea de repostería.

“Compré más equipo y hornos semiindustriales para satisfacer la demanda que tenía. El negocio se quedó donde era mi casa y yo me mudé a otro lado”.

Por el éxito de sus creaciones, a Columba le han sugerido abrir sucursales, pero ha preferido dedicarse sólo a su pastelería.

“Es una gran satisfaccion para mí seguir en el gusto de mis clientas, ya que en las familias, desde abuelas, mamás e hijas me han dado la oportunidad de participar en sus eventos especiales. Me siento muy agradecida y espero seguir contando con su preferencia”.

DE LA INGENIERÍA A LA PASTELERÍA

CATALINA ELVA GARZA
PASTELERÍA CATY

Después de 48 años, la rosca de chocolate de la Caty sigue siendo invitada especial a las celebraciones de los regiomontanos.

“Es la que más éxito tiene; es muy casera. Cuando la empecé a hacer, era batir todo a mano”, comparte Catalina Elva Garza Gámez, fundadora de Pastelería Caty.

“Mi mamá me enseñó a hacerla desde chica, así como otros pasteles, y para mí es un tributo de respeto y amor hacia ella. Es como volver a mi niñez”.

Catalina, hoy de 71 años, platica que estudió Ingeniería en Ciencias Químicas en la UANL, y después de casarse decidió vender pasteles entre sus conocidos.

“No faltó quién dijera que tanto estudiar para terminar en eso, pero se batallaba para conseguir empleo, las empresas preferían a los hombres en ciertas carreras, y era más triste quedarme sin hacer nada.

“Además, a mí me encantaba la repostería, y a la larga muchas cosas que estudié en mi profesión, como administración, contaduría, química y dibujo, me ayudaron bastante”.

Mientras los pedidos de roscas y pays de queso y de nuez iban en ascenso, Caty, como le dicen, hacía malabares con los quehaceres domésticos, hornear, criar hijos, y realizar compras y entregas hasta en una cafetería.

“Yo empecé en mi casa en 1974, y nos establecimos por Félix U. Gómez entre el 75 y 76 porque ya tenía mucha clientela. A la pastelería le pusimos como me dicen a mí por sugerencia de mi papá, y en ese tiempo incluimos el pastel de fresas con crema, empanadas y hojarascas”.

Caty dice que su esposo, Armando Chapa, trabajaba en Metalsa como ingeniero, y le pidió que dejara el negocio porque su cargo le exigía pasar cada vez más tiempo en la empresa y los hijos la necesitaban.

Pero ante el éxito de la pastelería, fue él quien decidió sumarse en 1990.

“Ha sido un gran apoyo, al igual que mis hijos. Cuando empezamos, la que venía en camino era Martha. Luego nacieron Armando, Jorge y Carlos. Todos me ayudaron y al casarse trabajaron de lleno en el negocio.

Caty menciona que en 1991 empezaron con los pasteles de línea, que ya llegan a 30.

“Está el rollo de mango, el Paraíso que es mi favorito y lleva durazno y piña, el pastel alemán, el cubano, el diplomático, el pay de queso con fresas… Nos vamos renovando y quitamos o añadimos, según el gusto de la clientela, pero la rosca de chocolate es inamovible”.

En el 2010 abrieron su primera sucursal en San Nicolás de los Garza, y ya van más de 30 con una plantilla de 300 empleados.

Eso, dice, fue porque sus hijos y nueras se involucraron en el crecimiento de la empresa familiar.

“Yo no quería porque pienso qué hay que estar presentes todo el tiempo para mantener la calidad al máximo, pero ahora los pasteles se hacen en un solo lugar y se reparten a todos lados”.

Caty se refiere a una gran planta de producción que echaron a andar en el 2017.

Con 12 nietos y 5 bisnietas, Caty está orgullosa de que la comunidad reconozca sus sabrosa creaciones y en dos años espera celebrar medio siglo de ponerle un dulce sabor a las celebraciones.

PASTELERA DESDE NIÑA

LAURA CANTÚ
LOS PASTELES DE LAURA

Sus amigas la animaban a vender sus deliciosos pasteles, pero la crisis económica del 94 fue la que impulsó a Laura Cantú a iniciar un negocio, con el que 28 años después sigue deleitando paladares.

“Horneaba en casa y me las ingeniaba para cuidar a mis hijos. Leonardo tenía 4 años. Miguel, 9; Adriana, 11, y Laura, 14. Ellas me ayudaban”, platica Laura, de 66 años, y casada con Miguel Almaguer.

La recomendación corrió de boca en boca y en el 95, en el Día de las Madres, organizó un open house.

“Le puse Los Pasteles de Laura porque cuando las amigas nos juntábamos, decían: ‘¿Y el postre? ¡Ah!, pues los pasteles de Laura'”, comparte.

“Desde niña, mi mamá me enseñó a hacer hojarascas, quequitos de nata y pasteles de vainilla, merengue con coco y mermelada de chabacano en medio, que siguen en el menú que ofrecemos. Ya más grande hacía el shortcake de piña con crema, que aún es de los más vendidos”.

Otros muy exitosos son el de zanahoria, pistache, red velvet, cheesecake de manzana, pay de plátano y de limón.

Laura recuerda que en secundaria solía llevar sus postres y una maestra le pidió hacer el pastel de 15 años de su hija.

“Yo, bien aventada, le dije que sí, ja, ja, ja. Mi mamá me ayudó, claro. Era de tres pisos, de vainilla, betún de merengue, y le pusimos flores”.

Laura afirma que su clave de éxito es que nunca ha cambiado las recetas 100 por ciento caseras, transmitidas por abuelas, tías y amigas, y con ingredientes de la más alta calidad.

Un poco de historia

Laura cuenta que abrieron un local pequeño por Vasconcelos, y ella seguía horneando en casa. Luego tuvieron uno más grande en el que ya producían, y años después se cambiaron a Calzada del Valle, a un espacio mucho más amplio.

En el 2016 les solicitaron 5 mil quequitos por el Día del Ejército, el pedido más grande que habían tenido.

Sus hijos, Adriana y Leonardo, ya la apoyaban en la administración e innovación del negocio.

“Tuvimos que comprar un horno con mayor capacidad, porque teníamos caseros, pero no era suficiente, y contratamos camionetas para transportar el pedido. Fue un momento clave”.

Laura dice que desde el 2018 están en Calzada del Valle, esquina con Río Balsas. En el 2019 abrieron una sucursal en Obispado y consideran abrir al menos dos, en los próximos dos años.

“Tenemos 40 tipos de pasteles de línea, los personalizados, galletas, repostería, y en la tienda en línea nos han solicitado pasteles desde 16 países.

“Dentro de lo que cabe, nos fue bien en la pandemia porque tenemos servicio a domicilio, y además de atender al público, surtimos a corporativos, restaurantes, cafeterías y supermercados.

“Me siento muy satisfecha y agradecida con Dios y con mis hijos que me han apoyado. Estoy dejando un legado para mi familia. Nunca me imaginé que Los Pasteles de Laura fueran a durar tanto”.

Con información de María Luisa Medellín

Fotos: Iván Moreno