HÉCTOR GARCÍA 100
La ciudad
y su
fotógrafo
La transformación de la Ciudad de México queda evidenciada con el contraste entre fotografías emblemáticas de Héctor García, y las que ahora su hijo y también fotógrafo recrea a décadas de distancia.
Francisco Morales V.
La Ciudad que aparece en las fotografías de Héctor García (1923-2012) es una ciudad que se parece mucho a la nuestra, pero que ya es, en los hechos, otra distinta.
Calles y avenidas que han modificado su nombre y su vocación, monumentos vagabundos, edificios demolidos o trágicamente derrumbados, automóviles nuevos, fachadas renovadas, rascacielos más altos: el cambio es la constante.
Aun así, en ese cúmulo de imágenes que conforma uno de los acervos fotográficos más importantes del siglo pasado, en la mirada de uno de sus cronistas definitorios, la Ciudad de México retiene algo de su carácter y su espíritu, de eso que es esencialmente suyo.
“El gran personaje de la Ciudad de México es la ciudad misma, su gran contexto y su mejor referente”, concluyó el cronista Carlos Monsiváis en su libro Apocalipstick (2009). “Antes que interpretarla, conviene volverse un banco de imágenes”.
No sorprende, entonces, que fuera precisamente Monsiváis quien diera a su amigo y colaborador el conocido título de “Fotógrafo de la Ciudad”.
En el año en el que Héctor García habría cumplido su centenario, y en el marco de una serie de exposiciones en diversos recintos de la capital que lo conmemoran, su hijo y colega, el fotoperiodista Héctor García Sánchez, recrea en tiempo presente algunas de sus fotografías más emblemáticas de la Ciudad de México.
Un ejercicio que pone de manifiesto la pulcritud técnica, la inventiva, el arrojo y la más elemental –y necesaria– buena fortuna de García para registrar a la urbe de su época y a sus habitantes.
De entre las múltiples series e intereses que marcaron su obra, la presente selección se enfoca en mostrar los cambios que la capital ha experimentado desde los años 50, en el boom de la modernidad que la transformó por completo.
Una mirada que jamás estuvo separada de los desfavorecidos, entre los que se contaba de niño, y los más importantes reclamos sociales, que hoy siguen vigentes.
La Ciudad de México y su fotógrafo, vistos desde el presente, a manera de homenaje.
CRUCES
No importa si se trata de 1949, o de 2023, siempre hay grupos de personas que están cruzando Eje Central -antes, San Juan de Letrán-, seguramente con prisa, para llegar a Avenida Madero.
Algunas cosas siguen casi igual, como la Casa de los Azulejos, que ganó algo de cielo ya sin el anuncio de cerveza que la coronaba, pero que perdió algo de altura con el hundimiento constante del Centro Histórico. El trolebús pasa todavía por ahí mismo.
Otras cosas son muy distintas: por el largo trecho hacia el Zócalo ya no transita automóvil alguno, sino miles de capitalinos y turistas que visitan las tiendas, museos, cafeterías y restaurantes del rumbo. El peatón ha ganado Madero.
El reloj de la Torre Latinoamericana marca exactamente las 11:00 horas en uno de los cruces más bulliciosos de la Ciudad de México. No importa si se trata de 1949, o de 2023, siempre hay grupos de personas que están cruzando Eje Central -antes, San Juan de Letrán-, seguramente con prisa, para llegar a Avenida Madero.
Algunas cosas siguen casi igual, como la Casa de los Azulejos, que ganó algo de cielo ya sin el anuncio de cerveza que la coronaba, pero que perdió algo de altura con el hundimiento constante del Centro Histórico. El trolebús pasa todavía por ahí mismo.
Otras cosas son muy distintas: por el largo trecho hacia el Zócalo ya no transita automóvil alguno, sino miles de capitalinos y turistas que visitan las tiendas, museos, cafeterías y restaurantes del rumbo. El peatón ha ganado Madero.
Sobre Avenida Juárez, donde ambas fotografías fueron tomadas, también se amplió la banqueta. Así lo muestra la instantánea de 1949, donde un coche que dobla por la esquina inferior izquierda del encuadre casi se lleva a Héctor García.
En el 2023, por fortuna, el fotógrafo apenas se salvó del empujón de un hombre de gorra que cruzó por el mismo sitio.
Ausencia
Desde el mirador más alto de la Torre Latinoamericana, Héctor García accionó el obturador al filo del precipicio, como denota el borde de la cornisa, fuera de foco, en la parte inferior del encuadre.
En una picada vertiginosa, Vista de pájaro tiene como protagonista al edificio Seguros de México, que con su arquitectura art decó alguna se alzó sobre San Juan de Letrán.
Los daños que le ocasionó el sismo de 8.1 grados en la escala de Richter hicieron que su altura fuera reduciéndose en niveles, hasta desaparecer por completo.
En un mediodía soleado de 2023, el fotógrafo replica el encuadre, protegido por un barandal, en una de las esquinas del mirador que anualmente recibe a miles de personas.
Pocas vistas como la de la Torre Latino para atisbar -en un día despejado- la extensión de la Ciudad de México, cuya única constante pareciera ser que crece y crece diariamente, sin detenerse.
La fotografía original no está fechada, pero tuvo que haberse tomado, forzosamente, antes del 19 de septiembre de 1985. Desde el mirador más alto de la Torre Latinoamericana, Héctor García accionó el obturador al filo del precipicio, como denota el borde de la cornisa, fuera de foco, en la parte inferior del encuadre.
En una picada vertiginosa, Vista de pájaro tiene como protagonista al edificio Seguros de México, que con su arquitectura art decó alguna se alzó sobre San Juan de Letrán.
Los daños que le ocasionó el sismo de 8.1 grados en la escala de Richter hicieron que su altura fuera reduciéndose en niveles, hasta desaparecer por completo.
En un mediodía soleado de 2023, el fotógrafo replica el encuadre, protegido por un barandal, en una de las esquinas del mirador que anualmente recibe a miles de personas.
Pocas vistas como la de la Torre Latino para atisbar -en un día despejado- la extensión de la Ciudad de México, cuya única constante pareciera ser que crece y crece diariamente, sin detenerse.
Los trolebuses siguen pasando por la avenida que hoy se llama Eje Central Lázaro Cárdenas. De ellos descienden, diariamente, cientos de muchachos en su camino a la Friki Plaza, un conjunto de locales comerciales de anime, manga, juguetes, videojuegos y comida asiática.
A vista de pájaro, al comparar con el pasado en blanco y negro, la ausencia del edificio de Seguros de México es evidente.
Ídolos
Cuatro años antes, sin embargo, el fotógrafo Héctor García presenció otra “aparición” del dios mexica de la lluvia en una esquina de la Colonia Buenavista.
El registro de este encuentro, su icónica Tláloc, muestra a un trabajador, con el agua hasta los tobillos, que desazolva una coladera en medio de una inundación.
Ávido cazador de símbolos y retratista de la clase obrera de la que provino, García encuentra las cualidades de una deidad en el semblante sereno del hombre, en el dedo que apunta hacia el cielo, la capa de plástico y la herramienta que hace las veces de bastón.
Bajo los pies de este ídolo, el borboteo de las aguas da la apariencia de que flota sin esfuerzos por encima del torrente.
Hay un pequeño intruso en la escena: al fondo, de una de las puertas de la pulquería La Mexicana, un niño emerge con una sonrisita pícara para saludar al fotógrafo.
Sesenta y tres años después, en el edificio que se ubica en la esquina de Pedro Moreno y Zaragoza ya no hay oferta de curados finos.
La historia oficial indica que el monolito de Tláloc que hoy custodia la entrada del Museo Nacional de Antropología llegó a la Ciudad de México en 1964, proveniente de Texcoco.
Cuatro años antes, sin embargo, el fotógrafo Héctor García presenció otra “aparición” del dios mexica de la lluvia en una esquina de la Colonia Buenavista.
El registro de este encuentro, su icónica Tláloc, muestra a un trabajador, con el agua hasta los tobillos, que desazolva una coladera en medio de una inundación.
Ávido cazador de símbolos y retratista de la clase obrera de la que provino, García encuentra las cualidades de una deidad en el semblante sereno del hombre, en el dedo que apunta hacia el cielo, la capa de plástico y la herramienta que hace las veces de bastón.
Bajo los pies de este ídolo, el borboteo de las aguas da la apariencia de que flota sin esfuerzos por encima del torrente.
Hay un pequeño intruso en la escena: al fondo, de una de las puertas de la pulquería La Mexicana, un niño emerge con una sonrisita pícara para saludar al fotógrafo.
Sesenta y tres años después, en el edificio que se ubica en la esquina de Pedro Moreno y Zaragoza ya no hay oferta de curados finos.
Sobre una de las entradas tapiadas del local, un cartel del taller gráfico “Púa en tinta” recuerda la antigua vocación del espacio: “Sembrando memorias, plantemos magueyes”.
En el 2023, ahí sigue la coladera sobre la que estaba parado el Tláloc y otra figura -otro ídolo- cruza la calle vacía.
Competencia
Entre febrero de 1948 y abril de 1956, la construcción de la Torre Latinoamericana fungió como el banderazo inicial para una transformación radical de la urbe.
Cronista de esa nueva megalópolis que se estaba gestando, Héctor García subió al Monumento a la Revolución para documentar el cambio, como lo haría por la ciudad entera, a pie o desde el aire. “Pata de perro” era su apodo y con buena razón.
Desde esa altura, ya ningún edificio le compite a la torre en ciernes, salvo, quizá, el de la Lotería Nacional, que está mucho más cerca.
A los pies del monumento todavía se estacionan los automóviles, cuya primacía en ese rumbo es indiscutible.
Para el final de la década en la que fue tomada la fotografía, el cambio estaría hecho, como consigna en un encabezado Últimas Noticias de Excélsior, en una edición de aniversario, el 1 de septiembre de 1959: “Se Moderniza y Transforma la Capital de la República”.
Un esqueleto de acero se mira a lo lejos, hacia la derecha de la imagen. El primer rascacielos de la Ciudad de México comienza a tomar forma.
Entre febrero de 1948 y abril de 1956, la construcción de la Torre Latinoamericana fungió como el banderazo inicial para una transformación radical de la urbe.
Cronista de esa nueva megalópolis que se estaba gestando, Héctor García subió al Monumento a la Revolución para documentar el cambio, como lo haría por la ciudad entera, a pie o desde el aire. “Pata de perro” era su apodo y con buena razón.
Desde esa altura, ya ningún edificio le compite a la torre en ciernes, salvo, quizá, el de la Lotería Nacional, que está mucho más cerca.
A los pies del monumento todavía se estacionan los automóviles, cuya primacía en ese rumbo es indiscutible.
Para el final de la década en la que fue tomada la fotografía, el cambio estaría hecho, como consigna en un encabezado Últimas Noticias de Excélsior, en una edición de aniversario, el 1 de septiembre de 1959: “Se Moderniza y Transforma la Capital de la República”.
En el 2023, en un día nublado de agosto, la Plaza de la República es territorio de peatones y los rascacielos están por todos lados.
El edificio donde hoy se encuentra el Hotel Hilton apenas permite que, tímidamente, se asome la antena de la Torre Latinoamericana. Hasta 1972, ningún rascacielos le compitió en altura.
Clausura
Entre 1869 y 1928, según consigna una placa, fue llamado Callejón de las Damas y, de acuerdo con algunos, también fue el Callejón Salsipuedes.
Antiguo punto de reunión de trabajadoras sexuales, escenario de leyendas fantasmagóricas y ruta de escape para delincuentes, este pasadizo estrecho en el Barrio Chino está cargado de historia.
“Un pobre callejón ansioso de misterios”, según describió Rafael Bernal en su novela policiaca El complot mongol.
En octubre de 1953, el fotógrafo Héctor García acudió obsesivamente al lugar, con la paciencia que el oficio requiere, para cazar imágenes con la luz adecuada.
Para lograr una de las imágenes definitorias de esta serie, aguardó en la penumbra, con el encuadre ya perfectamente calibrado, a que alguien pasara por el restaurante de chop suey y el Hotel Irlanda para ir hacia la Calle de López.
Un hombre trajeado y encorbatado, con el rostro oscurecido por el sombrero, se aproxima y mira al fotógrafo de frente, con la sombra por delante, de espaldas a la luz. Un signo de interrogación en la esquina del marco clama lo evidente.
Hoy lo llaman “Cerrada” o “Segundo Callejón” de Dolores, pero ha tenido nombres más interesantes.
Entre 1869 y 1928, según consigna una placa, fue llamado Callejón de las Damas y, de acuerdo con algunos, también fue el Callejón Salsipuedes.
Antiguo punto de reunión de trabajadoras sexuales, escenario de leyendas fantasmagóricas y ruta de escape para delincuentes, este pasadizo estrecho en el Barrio Chino está cargado de historia.
“Un pobre callejón ansioso de misterios”, según describió Rafael Bernal en su novela policiaca El complot mongol.
En octubre de 1953, el fotógrafo Héctor García acudió obsesivamente al lugar, con la paciencia que el oficio requiere, para cazar imágenes con la luz adecuada.
Para lograr una de las imágenes definitorias de esta serie, aguardó en la penumbra, con el encuadre ya perfectamente calibrado, a que alguien pasara por el restaurante de chop suey y el Hotel Irlanda para ir hacia la Calle de López.
Un hombre trajeado y encorbatado, con el rostro oscurecido por el sombrero, se aproxima y mira al fotógrafo de frente, con la sombra por delante, de espaldas a la luz. Un signo de interrogación en la esquina del marco clama lo evidente.
Hoy ya no hay ansias de misterio. El pasadizo hacia López ha quedado clausurado y en el callejón se estableció la cafetería La Ilusión, un edificio de departamentos y una plataforma artística llamaba Factible, Fábrica de Creación.
La puerta que conduce al pasadizo donde aguardó Héctor García está cerrada con llave.
Obstrucción
Omisos de esta aspiración adulta, un par de “chamacos” -quizá los sujetos favoritos de Héctor García- prefieren deslizarse por el barandal, hacia abajo.
Un hombre de traje y sombrero, elegante, pasa de largo con un periódico en la mano, sin notar al fotógrafo que está encaramado escalones abajo.
Ya no son los años 50, pero este conducto bajo 16 de Septiembre, sobre Eje Central, todavía existe.
Al salir del paso subterráneo, la Torre Latinoamericana se aparecia ante la vista como una revelación súbita. El símbolo de la modernidad que se miraba siempre hacia arriba, como algo inalcanzable.
Omisos de esta aspiración adulta, un par de “chamacos” -quizá los sujetos favoritos de Héctor García- prefieren deslizarse por el barandal, hacia abajo.
Un hombre de traje y sombrero, elegante, pasa de largo con un periódico en la mano, sin notar al fotógrafo que está encaramado escalones abajo.
Ya no son los años 50, pero este conducto bajo 16 de Septiembre, sobre Eje Central, todavía existe.
La vista de la Torre Latino, obstruida por un árbol, ya no recompensa a quienes cruzan el paso subterráneo, pero los puestos de tortas gigantes, huaraches, aguas y licuados tienen clientes todo el tiempo.
Los chamacos todavía juegan en las escaleras.
¡Quítense!
Durante casi todo el siglo 20, la esquina de Tacuba y República de Brasil fue una referencia para los viandantes del Centro Histórico, como uno de los locales más lujosos y mejor surtidos de su tipo.
Con su vistosa marquesina y su reloj referencial, La Princesa -apodo que compartía con la novia del fundador del local- atrajo a miles hacia los lujos de sus aparadores amplios.
En 1947, Héctor García se plantó a mitad de la calle, en el mero cruce entre ambas vialidades y toreó a los automóviles para retratar el bullicio que siempre está presente, como lo muestra el peatón en primer plano que renunció a la banqueta para abrirse paso.
En el mismo lugar, en el 2023, también hay que andar a las vivas, incluso con las vialidades cerradas a los automóviles por una feria en el Zócalo.
En el siglo 19 fue la casa del sacerdote y bibliógrafo José Mariano Beristáin y Souza, pero se recuerda, más bien, como la segunda sede -la histórica- de la joyería y relojería La Princesa.
Durante casi todo el siglo 20, la esquina de Tacuba y República de Brasil fue una referencia para los viandantes del Centro Histórico, como uno de los locales más lujosos y mejor surtidos de su tipo.
Con su vistosa marquesina y su reloj referencial, La Princesa -apodo que compartía con la novia del fundador del local- atrajo a miles hacia los lujos de sus aparadores amplios.
En 1947, Héctor García se plantó a mitad de la calle, en el mero cruce entre ambas vialidades y toreó a los automóviles para retratar el bullicio que siempre está presente, como lo muestra el peatón en primer plano que renunció a la banqueta para abrirse paso.
En el mismo lugar, en el 2023, también hay que andar a las vivas, incluso con las vialidades cerradas a los automóviles por una feria en el Zócalo.
“¡Quítense, cabrones!”, grita un hombre en motocicleta que burla las restricciones viales. Las bicitaxis tampoco se desvían de su camino ante la presencia de alguien a media calle.
La Princesa cerró sus puertas a inicios de este siglo y ahora, en su lugar, está la tienda Regalos de Prestigio. Ya no hay joyas en sus aparadores, pero sí artículos de cristalería y utensilios con personajes de Disney, Marvel y Star Wars.
Aunque los motociclistas se exasperen, dos mujeres y sus perritos chihuahua atraviesan la calle con toda calma.
Composturas
Fue en ese año, en 1958, cuando la plancha se despejó por completo de los tranvías, automóviles y monumentos que lo ocupaban. En la esquina retratada, maquinaria pesada rueda por donde antes hubo jardines.
Siempre un paso adelante de cualquier transformación de su época, Héctor García subió el primer piso del Palacio del Ayuntamiento para documentarla. La Torre Latinoamericana, una de sus pasiones, también se asoma a ver las obras en el Zócalo.
En ese piso del edificio virreinal hoy despacha la Secretaría de Administración y Finanzas del Gobierno de la Ciudad de México, instancia que otorga el permiso para replicar la fotografía desde sus balcones.
El encuadre ya no puede ser el mismo y nunca volverá a serlo, porque el Centro Histórico se está hundiendo y, con ello, el horizonte y las referencias cambian.
La fotografía se titula Compostura porque ahí quedaron registrados los trabajos para dar al Zócalo de la Ciudad de México el rostro que actualmente tiene.
Fue en ese año, en 1958, cuando la plancha se despejó por completo de los tranvías, automóviles y monumentos que lo ocupaban. En la esquina retratada, maquinaria pesada rueda por donde antes hubo jardines.
Siempre un paso adelante de cualquier transformación de su época, Héctor García subió el primer piso del Palacio del Ayuntamiento para documentarla. La Torre Latinoamericana, una de sus pasiones, también se asoma a ver las obras en el Zócalo.
En ese piso del edificio virreinal hoy despacha la Secretaría de Administración y Finanzas del Gobierno de la Ciudad de México, instancia que otorga el permiso para replicar la fotografía desde sus balcones.
El encuadre ya no puede ser el mismo y nunca volverá a serlo, porque el Centro Histórico se está hundiendo y, con ello, el horizonte y las referencias cambian.
Quedan patentes nuevos cambios: hoy los árboles y jardineras le han arrebatado terreno a los automóviles, que hoy transitan por dos reducidos carriles. En la plancha que fue despejada en 1958, dos carpas de gran tamaño hospedan la novena edición de la Fiesta de las Culturas Indígenas, Pueblos y Barrios Originarios de la Ciudad de México.
La historia del Zócalo de la capital es una de composturas.
Caballito
De lejos, en close-up y en todos los ángulos imaginables, la Estatua Ecuestre de Carlos IV, esculpida en bronce por Manuel Tolsá, tuvo a su retratista de lujo en García.
En esta fotografía, El Caballito se ubica todavía en la primera glorieta de Paseo de la Reforma, en su cruce con Bucareli, desde donde comanda el tráfico de la Ciudad.
Para 1963, según un fotorreportaje de García en la revista Mañana, la escultura se había vuelto ya el “punto crítico del tráfico citadino” y una referencia que, para quienes lo vieron en esos años, es inolvidable.
Desde lo alto, el cronista muestra el lugar donde iniciaba Paseo de la Reforma y la uvé que todavía se forma con Avenida de la República hasta el Monumento a la Revolución. Es una ciudad que todavía no adquiere su verticalidad actual, pero que la compensa con los gigantescos espectaculares luminosos en los techos de los edificios.
Héctor García y El Caballito fueron prácticamente amigos.
El “Fotógrafo de la Ciudad” documentó exhaustivamente a esta escultura errabunda, que hoy tiene su propia plaza frente al Museo Nacional de Arte, pero que ha galopado por varios sitios en su historia.
De lejos, en close-up y en todos los ángulos imaginables, la Estatua Ecuestre de Carlos IV, esculpida en bronce por Manuel Tolsá, tuvo a su retratista de lujo en García.
En esta fotografía, El Caballito se ubica todavía en la primera glorieta de Paseo de la Reforma, en su cruce con Bucareli, desde donde comanda el tráfico de la Ciudad.
Para 1963, según un fotorreportaje de García en la revista Mañana, la escultura se había vuelto ya el “punto crítico del tráfico citadino” y una referencia que, para quienes lo vieron en esos años, es inolvidable.
Desde lo alto, el cronista muestra el lugar donde iniciaba Paseo de la Reforma y la uvé que todavía se forma con Avenida de la República hasta el Monumento a la Revolución. Es una ciudad que todavía no adquiere su verticalidad actual, pero que la compensa con los gigantescos espectaculares luminosos en los techos de los edificios.
Hoy, esa vista exacta es imposible de replicar porque el edificio desde donde fue captada ha sido sustituido por la Torre Prisma, con sus ventanas opacas y su forma poco propicia para una fotografía similar.
El Monumento a la Revolución sigue ahí, desde luego, y Paseo de la Reforma conduce hacia la zona donde ahora se encuentran algunos de los rascacielos más altos de la capital.
Una fuente circular hace recordar con nostalgia al Caballito de Héctor García.
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