Silva tuvo una primera época como “garimpeiro” en la fiebre del oro de los años 1970-1980. En esa época, trabajó en la mina Serra Pelada, tristemente conocida por las imágenes de hordas de hombres cubiertos de barro, trepando sus flancos cargados con sacos.
La minería ilegal vuelve ahora a vivir un auge en la cuenca amazónica, alimentada por la subida de los precios del oro: la onza alcanzó hasta 2 mil dólares el año pasado.
Al afán de los inversores por volcarse en el valor refugio durante el Covid-19, miles de mineros respondieron cavando en la mayor selva tropical del mundo. En lo que va de año, destruyeron 114 kilómetros cuadrados de la Amazonía brasileña, el equivalente a 10 mil terrenos de fútbol, la mayor superficie anual desde que se tienen registros.
El grueso de esta destrucción, según Greenpeace, se da en reservas indígenas, donde bandas de ‘garimpeiros’ instalan grandes minas con material pesado, atacando aldeas, transmitiendo enfermedades, contaminando el agua y devastando las comunidades cuyo conocimiento y respeto de la naturaleza son claves para salvar este territorio.