María de Alva

Novelista y académica

No pretendo con este breve listado decirlo todo, porque para poder clasificar los libros del año o recomendarlos habría que haberlo leído todo. La vorágine de publicaciones en la que vivimos casi no deja respirar, a veces, ni disfrutar. Una acaba leyendo libros de oídas, de voz en voz o mirando cosas que van saliendo. Pero, me han pedido libros publicados en este 2021, prometo sólo hacer poca trampa y confesarla.

Emmanuel Carrère, Paul Auster y Javier Marías sacaron libro nuevo este año. A los tres los he leído, son titanes de la literatura actual, pero de los grandes autores internacionales, me quedo con Antonio Muñoz Molina, Premio Príncipe de Asturias con su texto Volver a dónde. En este libro atestiguamos la España de la pandemia desde un balcón de Madrid como tantos otros, donde se suceden música y aplausos a los médicos por las noches y surge el recuerdo de Úbeda y de la infancia. Elvira Lindo, su mujer y gran escritora también, se mueve por ahí, la escuchamos. La enfermedad rasga el silencio de las largas noches madrileñas en esa espera interminable alimentada por la memoria.

A Tatiana Tibuleac, nacida en Moldavia, la conocí leyendo El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, una novela sobre la maternidad y el cáncer, dos temas que me interesan, pero este año publicó en español, una novela sobre la infancia durante los peores años del comunismo en Moldavia, en la que una niña es forzada a recoger vidrio por una anciana. La novela está escrita en cartas hacia sus imaginarios padres, con fragmentos cortos.

Este año, Cristina Rivera Garza le reveló al mundo el secreto más hondo de su familia en El invencible verano de Liliana, un homenaje a la vida de su hermana muerta por feminicidio en 1990. Mucho se ha escrito sobre este texto, pero sólo resaltaré dos aspectos: la calidad en el manejo literario de la historia, que nunca cae en dramatismos, si bien posee una fuerza arrolladora, contando lo que hay que decir y también permitiendo que el silencio dé cuenta del horror. También, que, sin jamás ser panfletaria, es una verdadera novela activista, de denuncia, que busca ser parte de la solución.

Este año se publicó Frontera cuir, de Ingrid Bringas, poeta de la ciudad, que ganó el Premio Internacional de Poesía Gilberto Owen por este texto. Al premio llegaron más de 900 textos. Este libro rastrea y señala no sólo los problemas de la migración en la frontera, que ya en sí son muchos, sino la discriminación y las vejaciones sufridas por la comunidad LGTBQ+ con gran valentía y elegancia. La frontera del cuerpo converge con la frontera del desierto, esa línea imaginada con el país vecino.

Por último, está la trampa: El infinito en un junco, de Irene Vallejo, no es de este este año, y, sin embargo, cuenta porque en enero de 2021 no se podía conseguir en México. Fue de esos libros que nos llegaron de boca en boca desde España. Si no lo han leído, deben hacerlo, porque es nuestra historia, la historia de los lectores y los libros desde su nacimiento.

Alejandro Vázquez Ortiz

Narrador y editor

Las listas a fin de año no son, ni mucho menos, un trabajo crítico. Son apenas una muestra de intereses y apuntes para mostrar. La velocidad con que los libros caen de la novedad a la trituradora nos impone revisar sin pausa. Acá una lista de libros en los que creo y que me acompañaron este año. Sin un orden específico y de manera muy puntual.

En novela: Furia, de Clyo Mendoza (Almadía); Rodaje, de Manuel Gutiérrez Aragón (Anagrama); Niebla ardiente, de Laura Baeza (Alfaguara); Mugre rosa, de Fernanda Trías (Literatura Random House); Feral, de Vanessa Garza Marín (Ed. An.alfa.beta).

Cuento: Leer en los aviones, de Ana García Bergua (Ediciones Era); El mismo polvo, de L.M. Oliveria (Dharma Books); Padres sin hijos, de Hiram Ruvalcaba (UANL); Esbirros, de Antonio Ortuño (Páginas de Espuma).

En no-ficción: El Cuauhtémoc de Troya: uso y resignificación del espacio público en Monterrey, de Eduardo Ramírez (UANL); El invencible verano de Liliana, de Cristina Rivera Garza (Literatura Random House); Los cuerpos que habitamos: ficción y no ficción sobre nuestro derecho a decidir, edición de Olivia Teroba (Ed. An.alfa.beta); Diarios. A ratos perdidos 1 y 2, de Rafael Chirbes (Anagrama) y, cómo no, ¡celebrar el tercer y último volumen de K-punk, del gran Mark Fisher (Caja Negra)!

Margarito Cuéllar

Poeta y editor

Soy un obsesionado de los libros. No porque lea mucho, sino porque estos extraños artefactos sobrevivientes a guerras y epidemias, invasiones de bárbaros y silencios prolongados, desastres naturales y sobre todo al embate digital, me parecen de las invenciones más sorprendentes de la humanidad.

Una obra que me atrapó es El infinito en un junco, de Irene Vallejo. La autora, dueña de una prosa fascinante, vuelve la mirada hacia la invención de los libros en el mundo antiguo. Un recorrido de casi 30 siglos alrededor de las cajas de resonancia que hoy vemos como joyas decorosamente diseñadas e impresas, donde además se habla de historia, filosofía, poesía, de la palabra oral y escrita, del culto al libro a través del tiempo y de su arraigo en la humanidad.

Están aquí los defensores y los detractores de la página escrita e impresa, las guerras, los caprichos de reyes y emperadores por hacer de las paredes verdaderos monumentos. También hay historias de amor y un laborioso anecdotario. Todo esto pasado por la rigurosa documentación, los archivos, bibliotecas de antaño y un ameno repaso a la historia misma de las civilizaciones.

¿Por qué los lectores del siglo 21 nos maravillamos ante la escritura de Vallejo? En mi caso por su prosa ajena a recovecos académicos, platicadita, con elementos de la tradición oral y datos sobre la vida cotidiana de tiempos remotos. También por el apasionado rescate de temas que en plena pandemia tienen que ver con la lectura, el lector, la biblioteca, el libro y su circulación. Y algo más: la mirada hacia el libro no como objeto decorativo sino como receptáculo de conocimiento, entretenimiento y faro de orientación para el ser humano, si no hacia la sabiduría, sí a su propia sobrevivencia.

Alguien que nos tiene acostumbrados a un ritmo narrativo vertiginoso es el colombiano Fernando Vallejo. Podríamos decir que tanto él como a Gabriel García Márquez comparten el espíritu colombo-mexicano, aunque asimilado a su obra narrativa a través de distintos enfoques.

Vallejo es dueño de una personalidad singular como narrador de autoficción. En Escombros, un sismo, un amor, dos países, dos ciudades, la muerte y la vida son parte de la visión apocalíptica, quisquillosa e hipercrítica del autor de La virgen de los sicarios. Con esta obra de Vallejo cerré 2021 como lector, aunque traje de un sitio a otro, sobre todo a partir de noviembre, cuando ya fue posible desplazarse por el país, algunas obras a las que les hinco el diente en ratos: No-cosas, de Byung-Chul Han, Minimalismo digital, de Cal Newport, Un país mental, 100 poemas chinos contemporáneos en traducción de Miguel Ángel Petrecca y un imperdible Sin dolor no habríamos amado, de Joan Margarit.

Tan pronto desembarco en la Isla de la Piedra, el poeta canario Samir Delgado me da a elegir algunas lecturas y le sustraigo Itinerario para náufragos, de Diego Jesús Jiménez y Poemas 1970-1995, de Andrés Sánchez Robaina; ambos poetas de Islas Canarias. En éstas ando.